martes, 3 de junio de 2014

Ciática

He pasado de las esteras a los tapices, a las alfombras. Del sudeste al noroeste. Atravesar un continente no es pasar a la habitación de al lado, aunque a veces pueda parecerlo. Atravesarlo es abrir un abismo, entregarte a el y precipitarte y ascender. El paisàje cambia, el humano y el paisanaje. Sin embargo los muecínes permanecen y marcan el ritmo de las jornadas. El trànsito ha sido largo. Si uno creyera en la velocidad de los aviones no apreciaría la profundidad de los valles ni la altitud de las cumbres. No sabría la soledad que esconde el lento caminar de uno mismo en pos de la cresta que limita la pared de la montaña que lo único que hará será, entre las nieblas de vèrtigo, mostrarte la siguiente. Y esta muestra es el indicativo del camino. Y ya. Te encontrarás amigos, quién te acoja en la tormenta, quién comparta contigo el pan, quién te escuche, quién te hable y quién te calle. Habrá quién te muestre la ventana y quién corra la cortina. Al ruido, al rumor, al dolor, a lo desconocido, al alud de piedras y al desconcierto respondo con silencio y tratando de apuntalar el paso siguiente.

Hoy todo sería algo más sencillo si esta ciática, sobrevenida no sé muy bien cómo, no me estuviera fastidiando tanto y me tuviera encadenado en este hotel de Agadir al que llegué tras un viaje diferente. El que relalizan los impedidos por los aeropuertos y los aviones. Uno normalmente los ve y apenas les presta atención. Sabe que son como los de primera clase y las famílias con niños, los que embarcan primero. Son los que, en el argot aeropuertuario, necesitan atenciones especiales. 

Salgo de lo que fue el colegio de los repetidores, hoy un hotel casi zen, y trato de dirigirme a mi trastero para el trasiego de cosas. Está a dos manzanas, de las pequeñas, de las de San Gervasio, pero no puedo. Sentarse en una silla de Mackintosh en el Eixample mientras mi mente huye del dolor pensando en la serenidad de la casa de techos altos y en el incendio reciente de la biblioteca de la casa de quién diseñó la silla, en Glasgow. Desafiar el espacio hasta el mostrador donde me escribirán wchs en las tarjetas de embarque que me abrirá un camino nunca recorrido. Los atajos invisibles de los aeropuertos, sorteando controles de seguridad, penetrar en los contenedores de comida que te elevan y te lanzan al interior del avión por escotillas nunca atravesadas. Situaciones y visiones que me evocan aquellas que suceden cuando en la camilla te recorren el camino al quirófano.

Llamo otra vez al servicio de habitaciones para que me suban algo de comer.

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