lunes, 30 de marzo de 2015

Fang

Cada mañana voy temprano a la oficina. Sé que si lo hago me encontraré con Melania. Melania es la mujer que limpia el piso del Ministerio en el que trabajo. El primer encuentro con ella fue fantástico porque la encontré cantando una canción preciosa. Lo hacía mientras fregaba los cristales de la mampara que separa la oficina que ocupo del pasillo. Hacía tanto tiempo que no oía a alguien cantar mientras trabajaba que no dejé de sonreír y escucharla. Esperé a que terminara. Me gustó que no interrumpiera el canto por mi presencia, algo que temí desde el inicio. Cuando terminó le pregunté qué canción era aquella, si era fang, donde la aprendió y algunas cosas más que permitieron establecer una conversación de lo más interesante. Me dijo que eran un ngan, un cuento cantado. Mientras hablamos entra el inspector de la empresa que provee del servicio y le pregunta a qué hora empezó a trabajar. Ella responde: a las siete. El inspector anota la hora en una hoja. Cierra la puerta y se va. Ella prosigue barriendo y fregando mientras contesta a mis preguntas.

No tarda mucho en aparecer el tema del idioma y me dice que tengo que aprender algunas palabras de fang. Siquiera para permitir un acercamiento más próximo a las gentes con las que trabajo y trabajaré. No le falta razón. Acepto gustoso que me enseñe algunas palabras y expresiones. Ella las dice, me las traduce y me invita a repetirlas una, dos, tres, infinitas veces, hasta que más o menos aprueba lo que pronuncio. Anoto los sonidos, aún no me atrevo a llamarlos palabras, en mi libreta. Ya me he atrevido a decir alguna cosa cuando entro o salgo de algún establecimiento. Observo, más con gozo que con sorpresa, que me responden y me sonríen. Saben que aún tengo mucho que mejorar pero Abitzan, abitzan, que  significa poco a poco.

Claro, ella también se preocupa por mi situación y como me va. Su instinto maternal y cuidador no le impide pensar y decirme que me va a procurar una novia porque no es bueno que esté solo. Hasta me dice como se dice: te quiero mucho, en fang. Me dice que lo guarde por si llega la ocasión. Esta Melania... es tremenda!



domingo, 29 de marzo de 2015

Domingo de Ramos

Ya son muchas las semanas santas que paso fuera del lugar. Son tantas que ya no sé dónde es el lugar y ya he aceptado que el lugar es donde estoy. Aún así no puedo dejar de desprenderme de la nostalgia que se acrecienta cuando los de cada lugar se congregan en sus círculos de familias y amigos y desaparecen de los lugares habituales, aquellos en los que es posible el encuentro. Las navidades, la semana santa, lo fuerte del verano suelen ser los momentos en los que uno se queda literalmente colgado y cuando me es  más necesario mantenerme fuerte. Una manera posible de abordar esto es, como siempre, reconocerlo y salir de uno mismo. Observar más allá de la ventana, abrir la puerta, patear las calles, hablar, preguntar, adentrarse en las vidas y compartirlas. De algún modo celebrar la vida con quienes están. Esta es, al inicio un acercamiento tímido en el que el gesto y la actitud son el discurso.

Hoy es domingo de Ramos y no digo que sean ríos de gente, pero si se aprecia como convergen hacia las iglesias los niños y niñas con vestidos nuevos, los adultos con la mejores galas y todos con una hoja de palma verde en la mano. En la catedral ya no cabe nadie y la multitud se agolpa en la puerta abierta de par en par.  Los que perdieron la esperanza de estar próximos al templo juegan en la plaza o conversan en los bancos. En otra de las iglesias todas las mujeres se pusieron de acuerdo en llevar un vestido largo, ancho y rojo con un tocado a juego. Malabo está de fiesta contenida, apenas hay algarabía, una cierta solemnidad ha hecho enmudecer hasta las bocinas de los taxis por unas horas. En los barrios más humildes, donde asienta la pobreza, todos se han lavado y vestido una prenda nueva o bien limpia. Como quién va a recibir a alguien.

No deja de evocarme todo esto mi niñez. Cuando este era el día de estrenar y la familia iba al diminuto parque del Tambor del Bruc. Allí, enfrente de donde la calle Padua desemboca en la calle Balmes, subíamos las escaleras que nos parecían un mundo y nuestro padre nos hacía las fotos de cada año con la palma y los palmones, que habían sido bendecidos en la iglesia de los carmelitas de la calle de San Hermenegildo. Estas fotos anuales eran los testigos mudos pero explícitos del paso del tiempo en la niñez y juventud. Eran las fotos de una serie que mostraba como los calcetines subían y los pantalones crecían, siempre con cara de niños buenos y de familia feliz.


No vuelvo sobre mis pasos. Prosigo el camino al lado de la baranda que permite ver el puerto con aquella inmensa plataforma de cemento vacía, a la espera quizás de contenedores o de edificios para el puerto. Una plataforma que se prolonga por mi izquierda hasta casi engullir la residencia del embajador de España quién tuvo la amabilidad de invitarnos un día a comer.   



sábado, 28 de marzo de 2015

Llavero

En el trabajo hay muchas ocasiones para conocer el trabajo de otras personas e instituciones. Hoy cuento el trabajo de Herme. Herme pertenece a una orden religiosa, es enfermera jubilada y ahora dedica su tiempo a compartirlo con niños y adolescentes con necesidades especiales. Estas necesidades especiales es la denominación políticamente correcta, que  una señora de Estados Unidos colocó en un póster para homenajear su trabajo junto con unas fotografías y unas frases conmovedoras, para denominar a quienes padecen síndrome de Down, parálisis cerebral, sordomudez, ceguera, psicosis, autismo y otras condiciones de salud.

Cada día cuida y acompaña a dos grupos con los que pasa ocho horas. Con un grupo cuatro horas por la mañana y con el otro otras cuatro por la tarde. No solo es que lleguen al local donde van a pasar este tiempo, es que ella sale y los recoge en su camioneta casa por casa.  Luego, al finalizar el turno, los devuelve. En este tiempo o cuidan de un huerto o pasean por el campo si no llueve, o están en el local haciendo trabajos en consonancia con sus capacidades y con su edad. Siempre tiene además algo que darles de comer. El ambiente que se respira es el de una gran felicidad. La colaboración y el cariño entre todos los que allí están se palpan por todas partes. Las visitas, como pude comprobar, siempre son bienvenidas. Estos déficits afectivos y sensoriales derivados no sé si tanto de estos problemas de salud como por las reacciones que los normales solemos tener con ellos, provocan rápidamente el contacto. Casi sin que te des cuenta te están abrazando, te besan, te tocan, te invitan a que te sientes en sus  mesas para compartir los dibujos o el trabajo que están haciendo, te piden que supervises las sumas que hacen en la pizarra, que observes sus manualidades, en fin, que estés por ellos y que sientan y que sientas que son.

Todo esto que cuento seguro que pasa al lado de cualquier casa en cualquier lugar del mundo. Como siempre con todas estas cosas no hace falta ir tan lejos, pero por alguna razón aquí lo siento más cercano y seguro que debo estar más dispuesto. No busco las razones. Solo lo vivo, lo siento, lo duermo y lo cuento. Apenas lo pienso, como si al pensarlo se me fuera de las ganas.  

No me salió hacer ninguna foto de la visita. No me salió. Me falta el instinto del fotógrafo. Pero retengo en mí todavía sus miradas y sus gestos. Me acompañan y dan sentido a todo. Como se lo da a Herme y muchas y muchos más que como ella son capaces de hacer de la entrega la razón esencial de su existencia. Este es un ejemplo más. Otro día comentaré el de los viejitos y otros que me están saliendo al paso.


Para que acordara me regalaron un llavero hecho con la cáscara de una fruta con el perfil de África. Para que no me olvide. 

domingo, 22 de marzo de 2015

Puesto de Salud

Ayer visité el primer puesto de salud. El puesto de salud es la estructura más pequeña de la atención primaria. Podría decirse que es un periférico de los centros de salud y se suelen ubicar en los poblados. Los poblados son agrupaciones de tribus que viven en un área, generalmente concentradas, y cada tribu está compuesta por varias familias. El que visité es el de Ncoeben, un poblado de unos 400 habitantes, que pertenece al distrito de Niefang, en la provincia Centro Sur de Guinea Ecuatorial.

Al frente del puesto está Manuel, un auxiliar sanitario que ejerce como un trabajador primario de salud. Manuel conoce muy bien a su población pues ha vivido allí desde siempre. Es el primer referente en materia de salud y atiende los problemas más frecuentes y menos complejos que presentan sus vecinos. Los escucha, los explora y los trata. Cuando los problemas sobrepasan su capacidad los deriva al centro de salud con una hoja de referencia. Realiza el seguimiento de las embarazadas, de los niños, de los enfermos crónicos y conoce los nacimientos y defunciones que se producen. También supervisa los riesgos ambientales y educa a la población. En la modestia del centro me mostró las hojas y cuadernos de registro, los censos y las actualizaciones. Pude valorar además de su conocimiento, la meticulosidad de su trabajo y la actitud en pro de la salud.

En las fotos se aprecia algunos detalles del puesto. Este es de madera como la mayoría de las casas del poblado. Está situado al lado de la casa de la palabra, el lugar donde se reúne el consejo del poblado para debatir y tomar las decisiones que afectan a todos. Cuando es pertinente Manuel pide la palabra para hablar de aspectos de salud que puedan afectar al poblado. Con el problema de la aparición del Ébola en los países relativamente cercanos ha instruido a sus vecinos. Pero lo hace en ocasión de cualquier tema que interese. Tiene una pequeña farmacia con los medicamentos esenciales que va reponiendo a medida que se van pagando y dispone de una contabilidad transparente. En la foto también aparecen Nieves, Mª Ángeles, dos religiosas que prestan apoyo a los centros y puestos de salud, y Timoteo, el conductor que nos llevó hasta allí.








 

martes, 17 de marzo de 2015

Llegada

La compañía Iberia voló el pasado domingo a Malabo en una avión vintage. La rotulación exterior recordaba los aviones de la primera mitad del siglo pasado. El interior, igualmente austero, impropio de un viaje de tanta duración. No había música, ni pantallas para entretenimiento, ni información del vuelo. El avión puede ser a veces el mensaje.
Llegar por primera vez a un país nuevo exige una atención que no se puede obviar. Los trámites migratorios y la recogida y revisión de equipajes tienen particularidades propias: la toma de huellas dactilares y el escáneo y revisión manual del equipaje formarán parte de ellos. 
Es de agradecer en estos casos que alguien te espere. Viajé con María y nos esperaban Nieves y el chófer. A él lo saludé estrechándole la mano y diciéndole mi nombre.
El me respondió: "Bienvenido". Yo le respondí con un "Gracias, ¿cuál es su nombre?". Y él volvió a responderme "Bienvenido". Yo volví a decirle: "Gracias, ¿pero,su nombre...?" Al ver mis desazón respondió un poco más serio: "Mi nombre es Bienvenido". Zanjamos el malentendido con una sonrisa y nos adentramos en Malabo cuando era la medianoche.
El lunes empezarían las presentaciones y el descubrimiento en un mundo nuevo para mi.