Ya son muchas las semanas santas que paso fuera del lugar.
Son tantas que ya no sé dónde es el lugar y ya he aceptado que el lugar es
donde estoy. Aún así no puedo dejar de desprenderme de la nostalgia que se
acrecienta cuando los de cada lugar se congregan en sus círculos de familias y
amigos y desaparecen de los lugares habituales, aquellos en los que es posible
el encuentro. Las navidades, la semana santa, lo fuerte del verano suelen ser
los momentos en los que uno se queda literalmente colgado y cuando me es más necesario mantenerme fuerte. Una manera
posible de abordar esto es, como siempre, reconocerlo y salir de uno mismo. Observar
más allá de la ventana, abrir la puerta, patear las calles, hablar, preguntar,
adentrarse en las vidas y compartirlas. De algún modo celebrar la vida con
quienes están. Esta es, al inicio un acercamiento tímido en el que el gesto y
la actitud son el discurso.
Hoy es domingo de Ramos y no digo que sean ríos de gente,
pero si se aprecia como convergen hacia las iglesias los niños y niñas con
vestidos nuevos, los adultos con la mejores galas y todos con una hoja de palma
verde en la mano. En la catedral ya no cabe nadie y la multitud se agolpa en la
puerta abierta de par en par. Los que
perdieron la esperanza de estar próximos al templo juegan en la plaza o
conversan en los bancos. En otra de las iglesias todas las mujeres se pusieron
de acuerdo en llevar un vestido largo, ancho y rojo con un tocado a juego.
Malabo está de fiesta contenida, apenas hay algarabía, una cierta solemnidad ha
hecho enmudecer hasta las bocinas de los taxis por unas horas. En los barrios
más humildes, donde asienta la pobreza, todos se han lavado y vestido una
prenda nueva o bien limpia. Como quién va a recibir a alguien.
No deja de evocarme todo esto mi niñez. Cuando este era el
día de estrenar y la familia iba al diminuto parque del Tambor del Bruc. Allí, enfrente
de donde la calle Padua desemboca en la calle Balmes, subíamos las escaleras
que nos parecían un mundo y nuestro padre nos hacía las fotos de cada año con
la palma y los palmones, que habían sido bendecidos en la iglesia de los
carmelitas de la calle de San Hermenegildo. Estas fotos anuales eran los
testigos mudos pero explícitos del paso del tiempo en la niñez y juventud. Eran
las fotos de una serie que mostraba como los calcetines subían y los pantalones
crecían, siempre con cara de niños buenos y de familia feliz.
No vuelvo sobre mis pasos. Prosigo el camino al lado de la
baranda que permite ver el puerto con aquella inmensa plataforma de cemento
vacía, a la espera quizás de contenedores o de edificios para el puerto. Una
plataforma que se prolonga por mi izquierda hasta casi engullir la residencia
del embajador de España quién tuvo la amabilidad de invitarnos un día a comer.
Tu enorme inteligencia consigue que siempre hagas del espacio donde estas "el lugar"
ResponderEliminarAsi es como los del "lugar" te acogen con tanto cariño
Hace escasas horas acabo de perder una amiga... No puedo dormir.... Y me he acercado a tu espacio... El consuelo y la compañia llegan de formas que uno nunca habría pensado... Hoy lo estoy encontrando navegando por tus escritos.... Muy lejos... Pero muy cerca !!!!