El hombre que tenía que derribar la casa ha terminado su
trabajo. Le ha llevado no menos de dos meses. Cada día empezaba temprano y
terminaba poco antes de que se acabara la tarde. Solo con su maceta y sus
manos. No he podido ver nada mecánico. Con sus maceta y la fuerza de sus
brazos, claro. No es un trabajo fácil. Cuando había de encaramarse a lo más
alto construía un andamio de fortuna y, desde allí, golpeaba lo que fuera: el
muro, la pared, la columna, el dintel o lo que se le pusiera por delante. Luego
recogía los escombros para poder tener un paso franco por lo que fue el pavimento.
Me sorprendía que nunca hubiera muchos acumulados. Los almacenaría y los
sacaría durante el día. No sé a dónde los llevaba porque ni tenía todo el
tiempo para observarlo, ni la vista me alcanzaba para ver más allá del solar en
el que acabaría convirtiéndose la casa. Seguramente la lluvia, tan frecuente en
esta época, era lo que le molestaba más. Cuando llovía no trabajaba y se
quedaba guareciéndose en un cobertizo, esperando a que amainara. Probablemente
el agua hacía resbaladizo el suelo sobre el que se apoyaba o los materiales que
golpeaba o simplemente le fastidiaba lo suficiente como para preferir
descansar. Porque cuando no llovía no descansaba. Solo al final de la jornada,
cuando se bañaba con un balde de agua y con una botella de jabón en medio de lo
que había conseguido derrumbar. Luego se vestía con ropa chillona y hasta el
día siguiente. Así día tras día hasta
terminar. Bueno, han quedado solo las varillas, el armazón de las columnas que,
como nervios verticales y delgados, permanecen en el espacio ahora libre y
diáfano. Si no quieren aprovechar las varillas habrá que venir con una sierra
circular o con algo realmente potente para arrancarlas. Hay cosas que realmente
cuestan de sacar, ni de cuajo puede hacerse. Hay que cortar. Otra cosa sería,
si quieren hacer una nueva casa, aprovecharlas para reconstruirla con las
mismas varillas. Pero me da que no va a pasar.
Pàgines interiors
Blog para la comunicación y para compartir. Para contar, para ver, para reflexionar, para opinar. Desde lo cotidiano hasta... yo que sé. Para hacer más cercana la distancia. Para tejer redes. Para sentirnos cerca.
sábado, 19 de septiembre de 2015
jueves, 13 de agosto de 2015
Predicador
El predicador acude a su cita diaria con los fieles y
devotos. Allí se congregan en el salón admirablemente dispuesto. Las sillas
ordenadas. La decoración no tan austera en las paredes. En el estrado, la banda
de música con la batería y el órgano eléctrico como principales protagonistas,
con una guitarra también eléctrica apoyada en una silla. El atril en el centro
de la sala. Una cruz detrás de él. Los fieles empiezan a acudir. Hoy no van tan
bien vestidos como lo hacen los sábados y los domingos, los días en que
verdaderamente aquello parece una boda. Pero hoy es especial porque ha venido a
acompañarle en la prédica un colega de un país vecino. Desde que supo que
vendría no ha dejado de publicitarlo en el barrio y hablarlo en los cultos de
los días precedentes. Es por esto que hoy se espera una asistencia importante.
Incluso han dispuesto unas sillas plegables en el fondo de la sala por si
hicieran falta. Hace poco ha probado el sistema de sonido. El del atril, el
inalámbrico, los inalámbricos que se van a sujetar en las orejas y el del grupo
de música. Hasta los músicos han realizado un pequeño ensayo. Todo funciona a
la perfección.
Se ha preparado bien, llevan prácticamente todo el día
conversando con el colega sobre cómo les va la vida en cada una de las
ciudades, cual es la asistencia a los cultos, pero sobretodo cómo van a
organizar la prédica hoy. Han estado sentados tomando notas, repartiéndose los
tiempos, organizando los contenidos, las pausas y las músicas. El predicador
invitado habla solo una lengua extranjera, de modo que él irá traduciéndole,
frase por frase, para no perder una idea, para no perder un detalle. Además
piensa de esta manera se producirán las pausas necesarias para que el mensaje
llegue.
Están confiados que todo saldrá bien. Pero lo repasan
concienzudamente un par de veces más. El predicador local se juega mucho. Desde
que ha decidido aprovechar las venidas de otros colegas, con este van tres, ya
ha adquirido una cierta experiencia. Sabe que no lo puede dejar al albur. Con el
primero tuvo un fracaso estrepitoso y no quiere volver a pasar por aquella vergüenza.
Estuvo a punto de no volver a repetir. Pero hubo una segunda vez. Vino un
compañero de hace muchos años del continente y salió razonablemente bien. Pero
nunca había tenido a alguien que, precedido de gran fama y carisma, llegara
desde un lugar que no habla la lengua de aquí y esto sí supone un reto. No
quiere privar a sus fieles de escuchar palabras nuevas, palabras de vida y
salvación.
Siempre temeroso, antes de cada culto, se concentra y reza
aislado en una habitación que tiene en su casa. Sabe que enfervoriza a los que
vienen. Sabe del poder de su palabra. Sabe que lo aplaudirán, que lo interrumpirán,
que alguien entrará en trance y dirá palabras buenas para todos que se
derramarán como una lluvia que convertirá a aquel o aquellos que por primera
vez asisten al culto. Sabe que los músicos, con los que tiene una gran
complicidad, no le fallarán en los momentos álgidos. Está convencido también
que la coordinación con el colega funcionará. Ha visto este tipo de
colaboraciones mil veces en la televisión. Piensa en aquellos programas, en salones
que parecen teatros o estadios gigantes, en los que la traducción simultánea
por otro predicador funciona tan bien. Cree que son como un eco en las
conciencias de la asamblea y quiere hacerlo esta vez en su iglesia.
Ahora no piensa en la bronca que su mujer lleva dándole
desde hace un par de días cuando, por
culpa de haberle ofrecido albergue al colega en su propia casa, ha tenido que
abandonar algunas de las tareas cotidianas. No ha podido acompañar a los hijos
al colegio y la mujer ha tenido que suspender una vista al médico para
llevarlos. No ha querido, en opinión de ella, poner la ropa a lavar ni
tenderla. A ella no le gusta que vengan gente extraña a casa. Dice enojada que,
con lo que van a recaudar hoy, da para ponerlo en el mejor hotel de la ciudad y
que no hacía falta que se vieran tanto y que conversaran tanto sobre cosas que
ya sabe y menos que sea preciso hacerlo en casa. No quiere pensar más en el
cambio que está sufriendo su esposa. Ahora
no es momento de preguntarse que debe estar sucediendo con ella. La conoció en
una de las celebraciones de hace casi 12 años y en la que ella se enamoró de la
fuerza de su prédica y del carácter que mostraba. Ahora ni acude al culto. Trata
de alejar estos pensamientos de su mente. Debe estar concentrado en lo que
viene ahora y que todo salga bien.
Li costa més morir a una religió, per xica que sia, que a
deu dinasties.
Jacint Verdaguer (Folgueroles, Osona 1845-Vallvidrera 1902)
Jacint Verdaguer (Folgueroles, Osona 1845-Vallvidrera 1902)
Si uno da un paseo por el núcleo histórico de Malabo, un
paseo dominical por ejemplo. Uno de estos tranquilos sin ningún afán, pero con
un poco de observación puede ver las siguientes iglesias, aparte de las
católicas:
- Iglesia Internacional de Nazaret
- Iglesia Cristiana Hebrea
- Iglesia Cristiana Redimida de Dios
- Las Asambleas de Dios
- Iglesia de Siloé
- Iglesia Piedra Viva Internacional
- Iglesia Bíblica de la vida más profunda
- Iglesia de Cristo
- Iglesia Pentecostal de Dios
viernes, 7 de agosto de 2015
Yerno
El yerno de Melania está mal. Por lo visto tiene un problema
en una pierna y piensan si hay que amputarla. Es diabético. Ha estado ingresado
en un hospital de aquí y parece que no pueden hacer más. Han decidido evacuarlo
a España. Lo harán la semana que viene. Entretanto ha regresado a casa, en
realidad a casa de su hermano. Allí, según me cuenta, gime de dolor.
Me cuenta que ayer estuvo visitándolo. Allí sus hermanos lo
pueden cuidar mejor. Su hija también aparece de vez en cuando, pero no puede hacerse cargo de la
situación. Tiene hijas que cuidar. Melania misma se ha llevado uno de los
nietos a su casa y ya tiene dos. El otro es aquél de su otra hija que
desapareció durante unos días y luego regresó. Un episodio oscuro del que no se
tienen más noticias.
El yerno lloraba de dolor.
Melania le dijo que si lloraba aún tendría más dolor. Decía que delante de las
enfermedades que nos sobrevienen lo que hay que hacer es orar y no llorar. Que
el llanto solo atraerá a los espíritus malos que aún se ensañarán más. En
cambio, con la oración el dolor podrá estar un rato, pero luego terminará
marchando. Decía también que es mejor estar en la cama, e incluso morir en la
cama de casa, antes que en una carretera por un accidente o en la calle por una
agresión. Que la cama es donde venimos al mundo y debería ser el lugar desde
donde, las enfermedades que no nos buscamos, nos lleven a la muerte, que es
nuestro final. Que nadie ha venido aquí para quedarse. Que es bueno que en la
casa haya luz y que el enfermo pueda ver los que están en la casa, sentado,
elevado mejor, para ver y ser visto. No es bueno que en la casa haya oscuridad
porque entonces el dolor aumenta y los espíritus actúan y no para bien. Dice
también que cuando uno reza y tiene una enfermedad que uno no se ha buscado, se
cura siempre. Que no es lo mismo con las enfermedades que uno se busca. En
estas no importa que reces. En las que te buscas todo va a terminar mal. Decía
también que era una pena que hubiera estado en el hospital tanto tiempo y para
nada. Con la de dinero que ha costado. Suerte, dice, que él y su familia
tienen, porqué sino no hubiera podido sobrevenir. Luego dice que será su
hermano quién lo acompañe a Madrid. Que allí tienen con quién quedarse. Que
tiene familia y que tienen dinero. Dice también que no canta mucho ahora porque
está pasando por esto. Pero si la oyera por dentro la oiría cantar. Que en su
corazón siempre canta a Dios y le da gracias por todo lo que pasa y le pide a
Dios que su yerno se cure. Porque si se cura no tendrá que cuidarse ella más de
su nieto. Que el nieto está hecho para estar con los padres y no con ella. Pero
que hay que aceptar lo que pasa.
Luego se va y al rato regresa.
Me dice que aún la miran por lo guapa que es. Que no tiene
dinero para ponerse cremas en los brazos o en las piernas. Que si tenía cuando
tenía el hombre francés, aquel de los trenes que ves a saber donde está ahora.
Que los hombres por la calle aún la miran. Que no se pone muchas cosas para
llamar mucho la atención, pero que se sabe mirada. Me muestras una cadenita de
oro para ponerse en el cuello pero que la guarda en la cartera. Que en el
cuello lleva esta de baratija para no llamar la atención. Que si su padre sí
que era un señor y no lo que ahora corre por el mundo. Que si el dinero es lo
más importante para todo el mundo. Que lo importante en guardar para sí, porque
cuando uno es mayor tiene que tener con qué.
Luego cierra la puerta y se va.
miércoles, 5 de agosto de 2015
El Camino
Voy a desayunar al bar restaurante El Camino que está justo
detrás del Ministerio. En realidad lo que hago es ingerir un pequeño tentempié que
me permite aguantar hasta la hora de la comida y estirar un poco las piernas.
Tiene una pequeña terraza cubierta, como un porche cerrado. Allí hay unas
cuatro o cinco mesas a ambos lados de la puerta. En un extremo del porche se acumula
cajas de bebidas, un motor, una nevera inservible y otros trastos. En el
interior, que es muy oscuro, hay otras cuatro mesas tres en el lado derecho según
se entra y dos en la parte de la derecha que están juntas, delante de la barra.
Justo enfrente de la puerta de entrada está la puerta que da acceso al interior
donde imagino estará la cocina y otras dependencias.
Hoy había mucha gente. Siempre suelo comer en las mesas del
exterior, pero estaban todas ocupadas y me he sentado en el interior, en la
grande enfrente de la barra. La única que estaba libre. Dos muchachos se
encargan del servicio. Pido lo mismo, o mejor sería decir que ya o pido. Cuando
me ven entrar ya saben que quiero. Un café con leche dos buñuelos o dos bollos, según el día.
Deciden ellos. Lo del café con leche es una manera de hablar porque en realidad
es leche condensada, agua caliente y café soluble. Seguramente dietéticamente es
una calamidad, pero no tengo muchas alternativas, ni cercanas ni asequibles.
Miro el resto de comensales, comen más o menos lo mismo que
yo. La mayoría son hombres. Jóvenes enfrascados en sus teléfonos mirando y
manipulándolos. Al rato una mujer y un hombre llegan y como no encuentran donde
se sientan en la mesa que ocupo. No me saludan ni dicen nada por sentarse allí.
La verdad es que no me importa. Es más, lo prefiero. Es sentirse un poco
acompañado, aunque sea por desconocidos que ni te dirigen la palabra. No deja
de ser una proximidad humana. Ella pide un refresco de cola y él el café con
leche que he descrito y dos donuts que se lo sirven con pasta de chocolate por
encima. No deben tener donuts sin chocolate porque observo como con el cuchillo
y la servilleta va eliminándolo. La pareja habla de sus cosas.
Cuando termino llevo los platos y el vaso con los cubiertos
a la barra y pago. Deseo buen provecho a mis acompañantes circunstanciales de
mesa. Salgo, doblo la esquina. Paso frente a la retahíla de emigrantes que
sobre la acera esperan ser contratados. Luego, en la siguiente esquina, entro
de nuevo al trabajo.
sábado, 18 de julio de 2015
Gimnasia
La campeona de gimnasia
dejó su profesión para dedicarse en cuerpo y alma a convivir con uno de los
jueces del que se enamoró locamente tras el concurso olímpico en el que se
coronó campeona.
El amor surgió como un
flechazo en aquella diagonal del ejercicio de suelo en el que, en el punto más
alto del doble salto mortal, sus miradas se cruzaron en el instante en el que
se suspendió el mundo, el tiempo, el espacio. Aquella milésima de segundo
transformó sus vidas. El juez, de una de las repúblicas caucásicas, no era
precisamente un joven apuesto ni nada que pudiera acercarse a un príncipe azul.
Más bien, desde lo físico, era todo lo contrario. No fue nunca agraciado. Un
accidente de automóvil producido en su juventud y atendido en una clínica muy
precaria hizo el resto. Bastante hizo con salvar la vida. Su cuerpo contrahecho
y la cara desfigurada, no impidieron que aquella pasión por la gimnasia, por la
belleza del deporte hecho arte, fuera sublimada de tal forma que encontró en el
ejercicio de la justicia deportiva las cotas más altas. Llegó a ser, desde los
pabellones deportivos de su recóndito país, uno de los jueces más y mejor
reconocidos del panorama mundial. No había Juegos Olímpicos ni campeonatos
mundiales en los que estuviera ausente. La mayoría de sus colegas hacían todos
los trapicheos para conseguir estar en estas citas deportivas en las que se
ganaba buen dinerito y se vivía un par de semanas, entre el antes y el después,
a cuerpo de rey en los elegantes hoteles de las ciudades organizadoras. Pero
nuestro juez, vamos a decir esto pues ya ha ganado al menos un inicial cariño y
nos estamos poniendo de su parte, no necesitaba hacer esto. Recibía con la
necesaria antelación los billetes, las reservas, las facilidades para su
asistencia, las invitaciones y las cartas para que pudiera ausentarse de su
trabajo en la compañía de seguros en la que trabajaba. Compañía, por cierto,
que fue la misma que se portó tan mal con él cuando tuvieron que indemnizarle
por el accidente. No sé si formará parte de esta voluntad de enmendar lo que no
va bien o de superarse en las situaciones difíciles las que motivó este ingreso
como trabajador en la aseguradora, inicialmente en los más bajos escalafones de
la compañía y ahora como destacado ejecutivo nacional.
Sin duda este redactor tendrá que hacer esta
investigación pues no es de recibo que un detalle tan importante esté ausente
de este relato que se pretende mínimamente riguroso y que los lectores van a
echar en falta.
Pero volvamos a lo que nos
interesa y que nos ha dejado en ascuas, o al menos a una parte de los lectores
o, sospecho, de las lectoras. ¿Cómo fue posible que, en el escaso tiempo de
aquel mili segundo del cruce de las miradas en la estrambótica posición y del
indudable escorzo que hubo de producirse, una gimnasta que está en el trance
brutal de la máxima concentración en el ejercicio, en la diagonal más perfecta,
pueda tener esta visión, casi como un fogonazo, y no solo ella, porque también
se produjo la del juez que estaba en la más perfecta atención, no solo buscando
el error o el fallo, sino poniendo en valor el posible desarrollo de aquel
vertiginoso y poderoso, a la vez que grácil y armónico salto de la gimnasta, y
que en este tiempo pueda, no digamos desviar sino hacerlo coexistir con una
mirada que se va a estrellar con una mirada recíproca de ella, que tendría tan
brutales consecuencias? Porque esto es lo que pasó.
Dejemos ahora de un lado
las ceremonias de entrega de medallas, la audición de los himnos, la
movilización mediática, los recibimientos y los homenajes, las propuestas de
contratos para la publicidad, el aumento de las cuentas corrientes, las
recepciones en los palacios de gobierno, las entrevistas en profundidad primero
en las revistas especializadas deportivas y más tarde en las generalistas y
alguna amarillas, las propuestas de novelar parte de su vida en las
televisiones y hasta el cine, los elogios de los fanáticos, incluida la exacerbación
de una princesa de una casa real europea, que por respeto no citaré el nombre,
cuando ejerciendo una presión digna de mejor causa no dejó de insistir para que
la campeona se dedicara a convertirse en profesora particular de las hijas
princesitas ante la que no tuvo más remedio que plantarse y decir un no como
una catedral, porque hasta aquí podríamos llegar.
Pues como decíamos,
dejemos esto de un lado para recoger siquiera alguna de las cosas, a mi juicio
esenciales, que sucedieron tras la mirada y que tuvieron primero que coagularse
en una toma de contacto, nada fácil por cierto, porque ya se sabe que los
contactos entre jueces y atletas están absolutamente prohibidos y además ellos,
los interesados, eran perfectamente secretamente conscientes de la situación.
Dejaron pasar, en lo que enmarcaría como una especie de telepatía emocional
silenciada, varios meses antes de que pudiera producirse un encuentro.
Buscaron, cada uno por su
cuenta e intuyendo firmemente que sería correspondida, una cita secreta que
obedecía a los designios de su corazón. La certeza o no de los sentimientos del
otro no fue, en este caso ningún obstáculo para que cada uno, en solitario
avanzara en sus planes. Es evidente que todo esto se producía en virtud de este
sentimiento que invoca extraños conocimientos o intuiciones, apartadas de toda
lógica o evidencia racional pero con la seguridad que existía, del otro lado, reciprocidad.
Así pensaron que en la
fiesta anual de lo que, para los no enterados, podríamos traducir como la de
los premios Nobel de la gimnasia iba a producirse en la ciudad más
extraordinaria del mundo nuevo que está a punto de alumbrarse.
No voy a citar su nombre,
porque aparte de que su nombre está en la mente de todos los lectores, porque
no sea que al nombrarla haga ir el relato hacia una deriva que nos alejaría del
verdadero interés que la trama está tomando. Tal vez, cuando esto que cuento
ahora deje de ser noticia candente y ya las cosas se hayan normalizado, pueda
tener sentido hacerlo. Ahora sería una frivolidad añadir detalles que honradamente
consideró que no vienen a cuento. Pero quién sabe si mañana los tenga. No
quería desviarme hablando de la ciudad pero lo que estoy haciendo ahora, hablando
de estas reflexiones menores, diría que absurdas, me parece que aún es peor. Bueno,
dejo la transgresión porque noto que ya se están poniendo nerviosos y veo como
un buen número de lectores están tirando la toalla y me lo tengo bien merecido,
para volver a la fiesta que he denominado del Nobel gimnástico.
En aquella fiesta ambos,
desconocedoras de las intenciones del otro, urden una parecida treta que no
hace sino mostrar, esta vez de una forma formidable, aquella algo más que
intención que apareció en el doble salto mortal. La treta fue que cuando, tras
la más que probable entrega de premios a la campeona en el escenario, no
olvidemos que era el fenómeno mundial de aquel año y aquella entrega se iría a
producir, y al bajar él iba a poner una zancadilla a la gimnasta, o con el pié
o con la muleta, al pasar por su lado. Por supuesto, una zancadilla bienintencionada,
para tener la ocasión luego de poderla asistir. Además confiaba que, pese al
vestido de fiesta que seguramente llevaría, tendría los reflejos suficientes
para que pudiera caer sin hacerse daño y hallarse en una situación de encuentro
en la que decirse algo realmente explícito y, si se pudiera, sereno. Tenía la
duda de si el regalo que iba a recibir seria lo suficientemente incomodo para
complicar la caída, pero el juez lo consideraba un detalle menor. Claro, hay
que pensar que el juez disponía de algunos elementos para haber decidido esta
treta. Por un lado estaba su experiencia personal, luego lo que conocía de los
accidentes en la compañía de seguros y finalmente el conocimiento de las
capacidades atléticas, quizás no al ciento por ciento ya que hay que pensar que
habían pasado cuatro meses después de las olimpiadas y no tendría la forma para
responder de la mejor manera a la caída. Ella había pensado no exactamente lo
mismo, pero a los efectos casi lo mismo. Era fingir la caída al pasar por su
lado.
Henchidos como estaban de
amor infinito y no dicho, ambas tretas estaban destinadas a lograr el mayor de
sus deseos. ¡Qué coincidencias en las ideas de uno y del otro, pensaran ustedes
y todo el mundo! Es lógico este asombro. Quizás podrían haber pensado otras
cosas menos arriesgadas o menos traumáticas o más sencillas pero fue esto. ¿Qué
cómo se sabe esto? Bueno, tampoco es importante, pero no revelaré la fuente ni
sus circunstancias. Pero aquella caída dio origen a que se hablaran y expresaran
tímidamente unos iniciales sentimientos. No, no de forma inmediata. No se crean
que fue una declaración pública de amor ni nada de esto. Solo fue la inicial
toma de contacto y a fe que hay que aplaudirla. Pensemos en la naturaleza de la
relación. Él, poco agraciado, aunque juez
y reconocido. Ella, bellísima y en el esplendor de su profesión. Él
treinta años mayor que ella. Bueno, un poco más para ser justo. Pero ambos
verdaderamente resueltos. Lo sabían desde aquel doble salto. Nadie dijo que
aquello iba a ser fácil, pero lo hicieron. Todo costaba lo indecible, la
relación, las familias, el lugar de residencia, la boda, el deseo de quedarse
embarazados, la preservación de la vida alejada de los focos, los periodistas
moscones, para que contar más... Todo era tan complicado. Pero estaban
resueltos como se vería con el tiempo. Llegaron a hacer de aquello una obra de
arte guardada en la intimidad del hogar. Casi nada se puede saber sobre como
llevaron aquello porque el cuidado y el celo por lo que tenían levantaba
murallas. Estaban centrados en aquello y en ellos. Como cuando, después de
hacer el hecho y vistas dificultades también físicas y biológicas, ella estaba
tres días andando todo el día con las manos, haciendo la vertical.
martes, 23 de junio de 2015
Divina Comedia
Cuando voy a Bata, cosa que sucede más o menos una vez al
mes, suelo comer en el restaurante que Cecilia tiene en el interior de una
manzana. Así como las manzanas de Malabo son verdaderas comunidades y si te
abocas a su interior todo un mundo nuevo va a aparecer ante tus ojos con
viviendas, almacenes, tiendas, colegios, callejuelas, puestos de comida,
servicios de reparación de cualquier cosa, talleres, almacenes, peluquerías,
iglesias y hasta a veces y sorprendentemente espacios aún por ocupar, en Bata las
manzanas son menos sorprendentes. Es un espacio cuadrilateral, generalmente
irregular y bien delimitado con vallas y las aceras correspondientes. Puede que
haya algún edificio en el interior, pero parecen zonas más espaciosas en la que
la densidad de lo que acabo de enumerar es mucho menor. Parece como si Bata
hubiera perdido, si la tuvo, una estructura urbana primigenia. Esta trama
decididamente urbana que es tan evidente, y atractiva para mí, que si tiene el
viejo Malabo. Bata parece como rehecha sospecho que a partir de un aniquilamiento de casas preexistentes.
Esto ha dado lugar a un ensanche, a casas altas, a calles espaciosas, a una
ciudad abierta a la luz y a la modernidad. Hablo como un ignorante o un advenedizo. El
lector habrá de perdonarme ya que solo interpreto por lo que veo o imagino ver.
No he conocido con anterioridad la
ciudad. Tampoco me he documentado mucho.
Pues bien, en una de estas manzanas y aprovechando un
espacio esquinero y con un poco de desnivel, al que se desciende por unas escaleras de piedra, cemento, adoquines,
ladrillos y baldosas, está el
restaurante de Cecilia. El restaurante es como un patio con mesas alrededor de
las paredes que delimitan el espacio. Sobre las mesas están unos tejaditos que
alivian del calor y resguardan de la lluvia. En uno de los ángulos un mango
grande protege cuatro o cinco mesas con sus sillas. En el centro, una barra
circular con una suerte de bohío que la cubre, hace de bar de fortuna. En uno
de los lados, protegida por una pared de mosquitera está la cocina con su pica
sus, fogones, sus planos para preparar los alimentos, la barbacoa y su
chimenea, el refrigerador grande y un espacio que conduce al almacén en el que
hay unos lavabos para los del restaurante. En otro de los extremos del patio,
una puerta permite acceder a un pasillo sin techo que lleva a los lavabos. A
veces los vecinos o los transeúntes y entran como si estuvieran en su casa. Lo
saben. Entran y salen para sus necesidades sin preguntar, ni saludar, ni
despedirse, ni agradecer.
Hace dos años que Cecilia llegó de Barcelona. Es hija de guineanos
y fue allí cuando era realmente pequeña. Desde que supo que yo era de allí,
siempre hablamos en catalán. Dice que le gusta y que no quiere perderlo, lo
cual no parece fácil pues lo habla perfecto. Vino, por la crisis. Allí todo estaba muy mal
y como podía disponer de este espacio, que era de sus padres, pues aprovechó y
montó el restaurante. De hecho ya su padre tenía la intención de construir uno
y de abrirlo para vete a saber cuándo. No tenía prisa pero pensaba que quizás
alguno de sus hijos quisiera regresar y así tenía una ocupación. Además a él le
venía bien porque apenas recibe una pensión. Pocos meses antes de terminar,
bueno de dejarlo mínimamente dispuesto para empezar a funcionar, falleció de
repente. Todo está hecho con sus manos. Por esto Cecilia quiere tanto este lugar,
al que mira con la tristeza por la ausencia y con la esperanza de lo que tiene
a su lado. A su lado tiene a su madre, pero sobre todo a su hijo que tiene una
discapacidad. El padre, al parecer un tarambana, los dejó cuando ya se había
comprometido a venir para acá. Ella lo disculpa y parece comprensiva con
aquella situación. De hecho me insinúa que tiene pareja. Pero me da la sensación
que su felicidad, si puedo decirlo, es independiente de su estado. Es de la
clase de mujer que lleva consigo este estado de perfecta alegría y no precisa a
nadie ni a nada para ser. Cocina divinamente cosas sencillas, buenas,
naturales, sabrosas y gustosas. Parece como si al comer estuvieras
alimentándote de alegría. De esta que le sale por los poros de la piel y con
ella sazonara todo lo que te da.
domingo, 21 de junio de 2015
Ponte en sus zapatos
Ayer conferencia debate en el centro cultural español y un
recital de canción después. La conferencia debate trataba sobre las "Confluencias
culturales afro-hispanas: el papel de la mujer ante el colonialismo y la
desigualdad" de la mano de la investigadora Joanna Allan, como rezaba en
el programa. El recital fue de Fani Ela
Nsue. Vamos por partes.
La conferencia coloquio fue una más que Interesante reflexión a propósito de un
trabajo de investigación sobre un elemento del tardo colonialismo español en
Guinea Ecuatorial. Se centraba en el trasfondo de las complejas formas de resistencia
de la mujer frente al sometimiento que trataban de imponer a las mujeres
autóctonas, por parte de la metrópoli, a través de las estrategias vehiculadas
por la Sección Femenina del partido del franquismo, la falange, y el principal
instrumento de adiestramiento en este terreno: el Servicio Social. Lo que en
España era conocido como la mili de las mujeres y que se mantuvo durante todo el
régimen franquista. El núcleo gordiano, a mi modo de ver era de qué forma podía
escapar, si lo conseguía, la mujer guineana al por lo menos triple desafío. Por
un lado el papel que la mujer guineana, africana por extensión, juega en la sociedad, reina en el hogar pero
desplazada, en lo social. Luego el papel
asignado por la potencia colonizadora en tanto que integrante de un pueblo sometido.
Finalmente, la vuelta de tuerca, de la presión ideologizada para ponerse al
servicio del poder machista a través de los instrumentos sofisticados que tan
bien conocimos y aún padecemos en la España de nuestros días. Luego el debate, en
el que se expresaron tantas ideas y se visualizaron tantos gestos que pensé lo
mucho que queda por hacer a favor de la igualdad. Algunas preguntas inquietantes
que retuve del debate fueron las situadas en torno a la dicotomía, o la
identificación, entre cultura y tradición y el uso que, como hemos visto en
tantas partes, lo que hace es perpetuar las formas de dominio de los poderes
establecidos.
La segunda parte, quizás no tan diferente de la primera, fue
el concierto de Fani Ela Nsue, en el hall. Mesas y sillas, recreando un
cabaret. Excelente cantante que hace de la voz el más bello y emotivo instrumento para
transmitir su corazón. Sea versionando o cantando sus canciones, fusionaba los
ritmos que más impregnan las fibras de sus ser: el soul, el flamenco, el reggae,
el jazz, la bossa nova. Fue para mí un delicioso momento del día.
Lleva bajo el brazo el último decálogo elaborado por las
ideólogas de la institución. Se trata de un manual de la esposa ideal. Se puede
leer: "Si (tu marido) sugiere la unión, accede humildemente, teniendo
siempre en cuenta que su satisfacción es más importante que la de una mujer.
Cuando alcance el momento culminante, un pequeño gemido por tu parte es suficiente
para indicar cualquier goce que haya podido experimentar". O: "No te
quejes si llega tarde, si va a divertirse sin ti o si no llega en toda la
noche. Trata de entender su mundo de compromisos". O: "A su llegada a
casa déjalo hablar, recuerda que sus temas son más importantes que los
tuyos".
http://www.diariodecadiz.es/article/cadiz/1379749/la/milide/las/senoritas.html
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