El predicador acude a su cita diaria con los fieles y
devotos. Allí se congregan en el salón admirablemente dispuesto. Las sillas
ordenadas. La decoración no tan austera en las paredes. En el estrado, la banda
de música con la batería y el órgano eléctrico como principales protagonistas,
con una guitarra también eléctrica apoyada en una silla. El atril en el centro
de la sala. Una cruz detrás de él. Los fieles empiezan a acudir. Hoy no van tan
bien vestidos como lo hacen los sábados y los domingos, los días en que
verdaderamente aquello parece una boda. Pero hoy es especial porque ha venido a
acompañarle en la prédica un colega de un país vecino. Desde que supo que
vendría no ha dejado de publicitarlo en el barrio y hablarlo en los cultos de
los días precedentes. Es por esto que hoy se espera una asistencia importante.
Incluso han dispuesto unas sillas plegables en el fondo de la sala por si
hicieran falta. Hace poco ha probado el sistema de sonido. El del atril, el
inalámbrico, los inalámbricos que se van a sujetar en las orejas y el del grupo
de música. Hasta los músicos han realizado un pequeño ensayo. Todo funciona a
la perfección.
Se ha preparado bien, llevan prácticamente todo el día
conversando con el colega sobre cómo les va la vida en cada una de las
ciudades, cual es la asistencia a los cultos, pero sobretodo cómo van a
organizar la prédica hoy. Han estado sentados tomando notas, repartiéndose los
tiempos, organizando los contenidos, las pausas y las músicas. El predicador
invitado habla solo una lengua extranjera, de modo que él irá traduciéndole,
frase por frase, para no perder una idea, para no perder un detalle. Además
piensa de esta manera se producirán las pausas necesarias para que el mensaje
llegue.
Están confiados que todo saldrá bien. Pero lo repasan
concienzudamente un par de veces más. El predicador local se juega mucho. Desde
que ha decidido aprovechar las venidas de otros colegas, con este van tres, ya
ha adquirido una cierta experiencia. Sabe que no lo puede dejar al albur. Con el
primero tuvo un fracaso estrepitoso y no quiere volver a pasar por aquella vergüenza.
Estuvo a punto de no volver a repetir. Pero hubo una segunda vez. Vino un
compañero de hace muchos años del continente y salió razonablemente bien. Pero
nunca había tenido a alguien que, precedido de gran fama y carisma, llegara
desde un lugar que no habla la lengua de aquí y esto sí supone un reto. No
quiere privar a sus fieles de escuchar palabras nuevas, palabras de vida y
salvación.
Siempre temeroso, antes de cada culto, se concentra y reza
aislado en una habitación que tiene en su casa. Sabe que enfervoriza a los que
vienen. Sabe del poder de su palabra. Sabe que lo aplaudirán, que lo interrumpirán,
que alguien entrará en trance y dirá palabras buenas para todos que se
derramarán como una lluvia que convertirá a aquel o aquellos que por primera
vez asisten al culto. Sabe que los músicos, con los que tiene una gran
complicidad, no le fallarán en los momentos álgidos. Está convencido también
que la coordinación con el colega funcionará. Ha visto este tipo de
colaboraciones mil veces en la televisión. Piensa en aquellos programas, en salones
que parecen teatros o estadios gigantes, en los que la traducción simultánea
por otro predicador funciona tan bien. Cree que son como un eco en las
conciencias de la asamblea y quiere hacerlo esta vez en su iglesia.
Ahora no piensa en la bronca que su mujer lleva dándole
desde hace un par de días cuando, por
culpa de haberle ofrecido albergue al colega en su propia casa, ha tenido que
abandonar algunas de las tareas cotidianas. No ha podido acompañar a los hijos
al colegio y la mujer ha tenido que suspender una vista al médico para
llevarlos. No ha querido, en opinión de ella, poner la ropa a lavar ni
tenderla. A ella no le gusta que vengan gente extraña a casa. Dice enojada que,
con lo que van a recaudar hoy, da para ponerlo en el mejor hotel de la ciudad y
que no hacía falta que se vieran tanto y que conversaran tanto sobre cosas que
ya sabe y menos que sea preciso hacerlo en casa. No quiere pensar más en el
cambio que está sufriendo su esposa. Ahora
no es momento de preguntarse que debe estar sucediendo con ella. La conoció en
una de las celebraciones de hace casi 12 años y en la que ella se enamoró de la
fuerza de su prédica y del carácter que mostraba. Ahora ni acude al culto. Trata
de alejar estos pensamientos de su mente. Debe estar concentrado en lo que
viene ahora y que todo salga bien.
Li costa més morir a una religió, per xica que sia, que a
deu dinasties.
Jacint Verdaguer (Folgueroles, Osona 1845-Vallvidrera 1902)
Jacint Verdaguer (Folgueroles, Osona 1845-Vallvidrera 1902)
Si uno da un paseo por el núcleo histórico de Malabo, un
paseo dominical por ejemplo. Uno de estos tranquilos sin ningún afán, pero con
un poco de observación puede ver las siguientes iglesias, aparte de las
católicas:
- Iglesia Internacional de Nazaret
- Iglesia Cristiana Hebrea
- Iglesia Cristiana Redimida de Dios
- Las Asambleas de Dios
- Iglesia de Siloé
- Iglesia Piedra Viva Internacional
- Iglesia Bíblica de la vida más profunda
- Iglesia de Cristo
- Iglesia Pentecostal de Dios