sábado, 30 de mayo de 2015

Linterna

De pronto una linterna sale del lugar donde se emplaza el cementerio, esta parte del bosque no muy lejana de los poblados donde hay árboles que pueden servir de refugio a los cuerpos tras la muerte, y se desplaza para señalar a quién ha de morir. La luz de la linterna hace transparentes las casas y hace día de la noche. El que es iluminado por ella, sabe. También puede ser que se desprenda una rama del bosque y, a modo de amable lanza de presagios, anuncie la inminente muerte. Otra forma de recibir el aviso es la aparición de una columna de estrellas en el momento más inesperado o el especial canto de un pájaro.     


De algunas de estas formas explican que las gentes del pueblo fang reciben el anuncio de la muerte. No solo saben, como todos, que nacieron para morir sino que su muerte les será señalada de un modo concreto. Desde pequeños saben qué cosa o qué acontecimiento les indicará que es llegada la hora. El tránsito requiere una mínima preparación personal y una ritualidad social, tan cercana a una proto religión, a una trascendencia natural. Las despedidas, las indicaciones, los perdones, el reparto de los bienes, las postreras decisiones ocuparán los días o las horas que preceden al nuevo estado: convertirse en intercesores entre el mundo de los espíritus y de los ancestros y los que están en la tierra para guiarlos en lo que puedan. Así, desde que la madre revela la forma del anuncio, el fang estará siempre atento a como habla el más allá, observando la naturaleza y los símbolos premonitorios. 



En la foto, que tiene poco que ver con el texto, pasillos del hospital de Luba, en Bioko.


martes, 26 de mayo de 2015

Voto

Ayer no pude votar pese a que lo intenté. Realmente no es fácil hacerlo cuando estás lejos. Todo es demasiado complicado, complejo, burocrático... Entonces quiero hacer una reflexión como ciudadano. Esto, pese al título de la entrada, no es un voto.


Hoy es uno de estos días para recordar. De pronto lo de ayer hizo rancio a lo de anteayer. Quiero creer que de forma suficiente como para pasar página. Más que el discurso, aunque también, son las formas que lo acompañan. Me parece ver una complicidad entre los nuevos y la gente. Son los indignados los que van a gobernar. No los indignados sin propuestas. No. Son los indignados que han venido con algo que ofrecer. No alrededor de pretendidas grandes ideas. Ni alrededor de lo macro y sus tótems, tan alejadas de las preocupaciones de la gente. Vienen alrededor de las pequeñas cosas, que se convierten en enormes cuando afectan a la vida cotidiana. Lo obstáculos ya insalvables en nombre de no sé qué cosas, que ni siquiera son ideas, palabras de un vocabulario que, de tan épicamente inapropiado, parece obscenamente grotesco. Cómo puede uno no trabajar, o no tener casa, o tener que emigrar, o no poder entrar a la tierra propia, o protegerse de las balas, o postergar la maternidad, o romper los sueños, o destrozar la familia, o entregarse al torbellino del desespero en función de una cifra, de un indicador, que la perversidad y la codicia de quienes quisieron, de quienes los empujaron ciega y frenéticamente para chuparles no solo el dinero sino la sangre o el futuro o la calma mínima. De quienes deben entrar en las casas para desalojar, para quitar lo poco o lo nada que tienen, con unas fuerzas que supuestamente deberían servir para protegerlos, para ampararlos. Como puede uno haber entrado en esta espiral abyecta de la compra sin control, de la ausencia de la reflexión mínima, del abandono de la prudencia, de la ilusión fútil de tener no solo lo que no se necesita sino de quererlo tener sin los recursos y entregado a la vez a la alegría superficial de la apariencia. Y en el camino haber perdido tanto, haber perdido la decencia, el sosiego, el pensamiento, la templanza, haberse sumergido en el vacío del tener. Los enemigos de la vida acechan en uno y otro lado, pero sobre todo en nosotros mismos. El cuarto de pensar ha desaparecido de la casa propia o, si está, está lleno de parloteo inacabable, de ideas circulares, de ausencia de silencios, de lecturas sabias, de debates serenos, de toma de conciencia individual, de actos con sentido. Desde la atalaya de la edad, de la experiencia vivida, saludo lo nuevo y me arriesgo a creerles con el cuidado de quién conoce lo efímero, de quién sabe los riesgos, de que aparecen quienes traicionan, de surgen quienes alargan la mano, de que conoce la condición humana. Respiro por un momento hondo y me reafirmo en que toda transformación pasa por dentro de cada uno. Si los que lo hacen son muchos y lo comparten puede que haya, al menos por un tiempo que quisiera largo, algo que valga la pena y que haga la vida algo más justa. 



domingo, 24 de mayo de 2015

Matea e Hipólita

Ayer lo dediqué a algunos asuntos personales. No puedo decir domésticos porque sigo viviendo en el cuarto del hotel. No sé cuándo va a estar listo el pequeño apartamento que me tienen destinado, pero parece que va para largo. Hace semanas me dijeron que sería la semana que viene. Suerte que hace tiempo que descubrí que, en determinados lugares que ya he aprendido a reconocerlos, los días son semanas y las semanas, meses. Esto te convierte en un ser tan cercano a ser espera que terminas queriéndola y parece que, en un alarde paradójico, no quieras llegar a lo que la espera promete. Porque ¿qué otra cosa es la espera, cuando vestida de esperanza, sino la antesala de lo que ha de llegar? Cuando nada llega o llega tan lentamente o llega tan desnaturalizado, no quieres ser espera que espera. Quieres ser ser. Esto basta. Lo otro, si ha de ser, ya fluirá.


Pues en este fluir voy, cuando termino estos asuntos que me han ocupado y otros que me han dejado de ocupar porque se resolvieron solos, a la biblioteca. Entro y veo que unas butacas están ocupando todo el pasillo central que conduce a la mesa del bibliotecario. A los lados de este pasillo veo vacías las mesas de lectura. Estas que están separadas por estanterías protegidas por puertas acristaladas y cerradas impiden hojear los libros. Me digo: va a haber una actividad. Pregunto y me dicen que efectivamente. También me dicen que puedo hacer lo que venía a hacer porque, aunque estaba previsto que el acto empezara a determinada hora, con seguridad se va a demorar. Así que me instalo.  No he dejado de reparar que a ambos lados de la mesa del bibliotecario hay sendas banderas, la del país y la de Venezuela. A los lados del pasillo central hay unos paneles con retratos de personas ilustres de África y de Venezuela. Poco a poco se va desvelando lo que no sabía. Va llegando gente que toma asiento. Llega también la esposa del embajador de Venezuela, a la que conocí hace unas semanas. Me explica que, con ocasión del día de África que será el próximo 25 de mayo, han propuesto esta exposición en la que tratan de hacer reflexionar sobre las raíces africanas de Venezuela y los frutos que dieron a través de las vidas y obras de personas ilustres. Empieza el acto  y distintos oradores se refieren a la fecha y al fecundo, a la vez que doloroso, injerto de África en América. Glosaron la esclavitud, la lucha contra el colonialismo, las luchas de liberación y las negras Matea e Hipólita,  que cuidaron en la infancia a Simón Bolívar e hicieron de él lo que fue. Hipólita, que le dio de comer, y Matea, que le enseñó a dar los primeros pasos. El acto terminó con una representación sobre el sentido de del muerte en África. Una compañía ocupó el improvisado proscenio y compuso un emotivo cuadro en el que se mostraba la sabiduría y respeto por la vejez, el sentido de la muerte y su trascendencia, el mundo de los espíritus de los antepasados y su papel como intercesores entres los dioses y la gente. Una música de percusión sincopada y unas danzas tribales pusieron final al acto. 


jueves, 21 de mayo de 2015

Estiradas en el suelo

Fragmento de una conversación de mujeres que, estiradas en el suelo, hablan de enfermedades.

Cuando voy al hospital no me dicen la verdad. No tienen medicina.

Cuando voy donde chinos me dan medicinas que te quitan el paludismo por dos años. No sé que me dan, pero me ponen un suero. Solo sé que no tengo paludismo ahora. Yo estaba cada tiempo en clínica y no me daban medicina. Solo dicen mentira.

Cuando tú ves enfermera no te dan nada. Solo hablar aquí. Solo hablar cosas, a chillar. Cuando tú dices que la medicina no van bien. Ellas solamente hablar. Cuando…

Las mujeres están en el suelo porque esperan a sus gentes. Toda población tiene enfermedad, enfermedad, enfermedad. Tienen sida, sida, sida. No traen medicina para terminar todo. Solo dan calmante para el sida. No quieren dar medicina que si tú la tomas quiten para siempre. Aquí no hay medicinas que quitan para siempre. No hay enfermedad que no tenga medicina. Toda población habla. Si tú no tienes medicina, ¿qué confianza tienes?

Como una niña puede decir que no tenga críos. Hay mujeres que tiene menstruación hasta sesenta años. Mas ahora a los treinta y cinco o cuarenta se corta menstruación
Cuando tú tienes treinta años y se va la menstruación. Cuanto tiempo seis meses sin menstruación y voy muchas veces al hospital con marido. El hospital no da solución. Dice que no estoy embarazada, pero no da solución. El cuaderno está lleno de lo mismo. Hay muchas mujeres así aquí, muchas, muchas.

La edad de cuarenta años corta menstruación, ¿porqué? Hay muchas mujeres así.

Cuando tus vas donde chino, tienen resultados vuelve menstruación y se embarazan. Por esto la gente, población, muere demasiado. No saben tratar a la gente bien. 

miércoles, 20 de mayo de 2015

Asteroide

Las tormentas eléctricas de estos días aquí en Bata hacen estragos en las comunicaciones. Internet funciona mal. Puedo recordar el rayo que cayó cerca. Fue un ruido tan intenso como seco. A partir de entonces solo en cortos periodos puedo recibir y enviar correos y mensajes. En uno de estos el hermano de Silvia me comunica que súbitamente ha decidido irse, o convertirse en asteroide como alguna vez me decía. No sé cómo, ni importa. O por lo menos no me importa. Está claro que ya he llegado a la edad en que los amigos desparecen a más velocidad de la que aparecen. Pero cuesta acostumbrarse a que lo hagan los que son más jóvenes que uno.

Desfilan cosas por mi mente. Los recuerdos de alguien que, desde mucho tiempo atrás, manteníamos conversaciones e intercambiábamos correos. Profesora de música en una escuela de secundaria de BA, supe más de ella, en lo material, por una tía que alguna vez me visitó en el Departamento de Salud y me trajo algunos presentes. Hablábamos de las propuestas para las actuaciones de final de curso. La última que le propuse fue Shenandoah. Me pareció que daría juego hacerlo a dos voces, con un grupo de chicos y otro de chicas. Quién sabe si estaba en ello. Otras veces hablábamos de su padre, de más de cien años a quién cuidaba con devoción. Del accidente que tuvo en el ómnibus y de los problemas con las infecciones de orina. Otras de Armenia y de los armenios en Argentina. Feliz estaba, como me contaba, de que el Papa Francisco hubiera pronunciado la palabra genocidio por primera vez ahora, que se cumple el centenario. Claro, otros recuerdos se agolpan pero no puedo hacer larga la entrada.

Como se cuelan las noticias y que agradecido estoy que a veces lleguen. Hay gente que dejará de enviar noticias en esta época de comunicaciones tan personales y, a la vez, tan impersonales. Quizás nunca sabremos porque ocurre. Si habrán muerto, si habrán querido dejar de hacerlo, si tendrán nuevos intereses en la vida. Sospecho que por una grieta en el muro del tiempo y del espacio detectaremos o nos enteremos de las causas de los silencios. La red que está suspendida enviará alguna señal. Si fuéramos árboles nos enteraríamos por las raíces o por algún olor.


Trabajar con hermanas, con monjas, tiene sus cosas. Estoy en Bata para tener unas sesiones de trabajo con el grupo. Antes de empezar a trabajar rezan y ofrecen el día. Estoy con ellas y participo. Pensaba en la noticia que poco antes había conocido y miraba al cielo buscando un asteroide. Estuvo rebién.

lunes, 18 de mayo de 2015

Akong

España y Francia, y en menos medida la propia Guinea Ecuatorial, dominan la vida cultural de Malabo, entendida como conferencias, exposiciones, conciertos, presentaciones y actos parecidos. Decir esto es casi lo mismo que decir por donde se mueve la vida social de los denominados expatriados a la que se suman no pocos nativos. Al menos la que está al alcance de todas las fortunas ya que todas las actividades en este campo son gratuitas y atraen a quienes estén interesados. Me doy cuenta que, si esto no fuera un blog ligero para una comunicación informal, el párrafo que acabo de escribir daría para empezar un análisis sociológico. Pero ahora estoy en otra cosa.

Anteayer, en el Centro Cultural Español, tuvo lugar la inauguración de la exposición fotográfica de Robert Royal. Tres miradas de tres países: Guinea Ecuatorial, Estados Unidos y España. En la exposición, una selección de fotografías más antropológicas para el caso de Guinea, de edificios emblemáticos de Madrid, donde reside el fotógrafo, y de personajes del movimiento en pro de los derechos humanos de Alabama, de finales de los años sesenta del siglo pasado, con fotos que evocan los ritmos musícales americanos: soul, swing, blues, bebop o jazz. 

Los embajadores de España y de los Estados Unidos inauguran la exposición. En los discursos aparecen referencias a las coincidencias y a las casualidades. A acciones, aparentemente banales que ocurren en un lugar del tiempo, que luego, muchos años más tarde, adquieren unas dimensiones inimaginables. Atención, me digo, entonces a cualquier acto aparentemente banal. Después el fotógrafo, tras un breve discurso formal, va presentando detenidamente las fotos. Pasea por cada una de las cuatro docenas de fotos y hace una breve explicación de cada una de ellas y responde a las escasas preguntas.
La gente que acudió conversan. Unos se conocen y el encuentro es un momento para compartir. Otros llegan por primera vez y es una oportunidad para presentar. Se forman corros. También conversaciones de dos o tres personas que luego se deshacen y se forman nuevas. La vida social sigue el curso que arranca con una primera vez. Hay quién es presentado, otros que se presentan, otros que solo están presentes, miran, escuchan y desparecen. Seguramente otros ni habrán llegado. Muchas veces pienso en la importancia y el valor de las presencias y de las ausencias. Todas tienen su significado o, al menos, se lo atribuyo. Estar. Sentir. Estar presente. Sentir la presencia. Sentir la ausencia. Ser.


Cómo llegué antes a la inauguración, pude ver como en el patio se juega al akong. Si, solo ver, porque comprender nada. Se trata de un juego de sobremesa tradicional de buena parte de esta parte del mundo. Dos rivales manipulan unas bolitas o semillas, enfrentándose en tu tablero con dos filas paralelas de siete casillas cada una. Los jugadores mueven las bolitas entre las casillas a una velocidad endiablada. Pronto me doy cuenta que es un tema de destreza mental más que manual. Al rato, no muy largo, uno de los jugadores da cuenta de las bolitas del otro y gana la partida. El resultado no es extraño que se manifieste en forma de aspavientos en los que es fácil identificar quién ganó la partida y quién no. Tengo la impresión que se trata de un tema de  destreza mental más que manual. Los jugadores mueven las 35 semillas, que se distribuyen en las casillas, de un lado al otro y al final uno se queda con todo. No he comprendido nada, pero la pasión y la habilidad atraen. En el patio del Centro Cultural juegan cada viernes cuando cae la tarde. Me cuentan que están preparando, si no existe ya, una versión informática de este juego.




sábado, 16 de mayo de 2015

Jaume

Ha vuelto a ocurrir. Los que estábamos cerca veíamos como te hacías esperar. O quizás estabas haciendo un guiño al tiempo para aparecer a las 15 y 15, del 15 del 5 del 2015. Seguro que estabas tramando algo.

Pero esto es ahora quizás una anécdota. Lo importante es que estás aquí. No importa lo que tardaste. Seguro que o había alguna cosa que hacer o no era llegado el tiempo. O los días anteriores habían sido demasiado calurosos y para empezar la vida deseabas algo más propio. Hay que ser condescendientes con las tardanzas, normalmente tienen explicación. Además nadie se acuerda de ellas cuando, lo que tiene que suceder, sucede. Tampoco es muy importante que te salude desde la distancia, una de mis señas de identidad. Esto no quita ni un ápice de intensidad ni de calor. Tendremos, como casi con todos, aprender a crear las complicidades necesarias para que nos reconozcamos en cualquier parte. Muchos sabemos ya de esto y me temo que sigue creciendo. Sí, claro. Mentiría si no dijera que extraño este calor tibio de la presencia real, el olor de la piel, el aroma del café, el acento del habla que nos acerca, los gustos de las primeras cosas, los pasos que van solos porque los caminos nos han impregnado de tal manera que conducen sin pensar a los pies. Como mentiría si no dijera que me gusta salir adonde no conozco, donde la curiosidad me llama, al paisaje de los sueños, al lugar en el que me siento útil, donde se termina todo lo que conozco sobre todo de mi mismo, a los caminos que no pueden ser andados sin poner los cincuenta sentidos en cada paso.  Lo que le decía a tu hermano cuando pasó por tu momento de ahora, vale también para ti. Algún día tendremos el tiempo de leerlo juntos. Toda una vida por descubrir, por vivir y, sobre todo, por ser.


Bienvenido Jaume, en lo más profundo!


martes, 12 de mayo de 2015

Trayecto

Amanece. La luna está en el cenit y, donde se espera la salida del sol, unas nubes densas mandan relámpagos. Las luces de la noche se debilitan en favor de la aurora. Las bombillas hacen evidentes las ventanas y una vida interior despierta. Los faros de los coches permiten intuir los trayectos de las carreteras que descienden de la montaña. Los gallos cantan. Los soldados corren en formación por las calles gritando, para darse ánimos, con sus voces graves. Tañe una campana. El Pico Basilé está cubierto como casi siempre de nubes. El nuevo día se instala.

Caminaré por las calles que ya son familiares. Como la distancia, desde donde vivo a donde trabajo, es relativamente corta voy cada día por un camino distinto que la alarga. Tejo el camino y lo complico. Rodeo más manzanas buscando caminos nuevos, combinando las calles longitudinales con las transversales. Las tres manzanas, que serían las lógicas, se convierten rápidamente en cinco, siete, nueve, once y hasta trece. Me da tiempo para desayunar tomar un café y un croissant, comprar una botella de agua para la mañana y no llegar demasiado sudado a la oficina. Aún así antes de las ocho ya estoy sentado en la oficina. En este trayecto veo como la ciudad se despierta. Veo como las puertas se abren, como las persianas se levantan. Dará tiempo hasta que me paren una vez más para identificarme. Habré podido saludar a algún tendero madrugador con el que ya hemos establecido esta conexión a partir del, brevísimo y no constante, encuentro matutino. Pasaré por delante los que, de los países limítrofes y seguramente inmigrantes ilegales, esperan en la acera contigua al Ministerio para ser contratados por días o por horas. Habré visto como las puertas de los patios de los dos o tres colegios con los que me cruzo, depende del itinerario, habrán engullido a buena parte de los escolares.  Llegaré al trabajo lleno de vida, de vida cotidiana. De la que está hecha la gente.


No escribiría nada de todo esto, que no tiene ningún valor para nadie, si no conservara aún en la cabeza el grito y el llanto del niño que, saliendo desnudo de uno de los callejones que perforan las manzanas, corrió delante de mí. 


domingo, 10 de mayo de 2015

Puerto

Voy a recoger el coche que llega en barco desde Bata. Voy al Puerto Viejo de Malabo, el que está bajo la Catedral, el Sofitel y el Palacio Presidencial.  La enorme explanada y los muelles no impide que el San Valentín, el barco que llega de Bata, tenga que esperar a que un inmenso carguero ´zarpe y pueda atracar. Total solo son casi tres horas de espera, una minucia. Puedo entonces sentarme en un poyete al lado del muelle y observar. Observar como los muchachos pescan con sedales y anzuelos. Como las mujeres preparan unas paradas de fortuna con parasoles y cajas para vender refrescos, tabaco y algunas chucherías. Como los muchachos venden saldo para cargar los teléfonos. Como otros, con carretillas  rojas, forman un grupo y preparan la estrategia del abordaje para acarrear los bultos que traigan los pasajeros. Como llegan los últimos tripulantes del carguero que pronto saldrá y que dan una última mirada a la ciudad que lo acogió en los dos últimos días. Puedo ver la llegada de los coches, camionetas, pickups y otros vehículos que vienen a buscar a los pasajeros y sus cargas. También a los que se alinean para embarcar en el viaje de vuelta a Bata. Puedo ver los prácticos que ya se acercan alrededor del carguero que desamarra y maniobrarán para zarpar. Toda una coreografía humana y mecánica, con esta solemne lentitud africana y marítima, que se dan la mano bajo el sol de justicia que solo la hora, empieza la tarde, trata de aplacar. En el mar salta algún pez y, en el cielo, los cuervos de pecho blanco y las gaviotas parecen ofrecerse como figurantes. Los cúmulos lejanos y densos sobre la costa camerunesa dibujan, sobre el horizonte y los rompeolas, el fondo del decorado.

Marcha un barco y llega otro. Uno enorme y otro, en comparación, pequeño. Uno lleno de contenedores y otro lleno de todo. Apenas fondea se abre el portón lateral y es como si se abriera la cueva del tesoro. Todos se arremolinan hacia la entrada y entran y los de dentro quieren salir. Ellos y los vehículos. El orden se pone solo. Aquí nadie controla nada. Unos policías, desde la distancia, conversan como intuyendo que el mejor control es el que se produce espontáneamente. Un caos ordenado, un caorden que diría alguno. Del barco salen personas con maletas y bolsas. Otras con cestos de verdura a modo de mochilas. Otras con armarios y colchones. Con soperas enormes llenas de un líquido que solo el plástico que las recubre me impiden ver. Con cabras. Con jaulas portátiles que llevan cerdos. En una de ellas, en la que se ha abierto un agujero, un cerda grita desesperada con la cabeza fuera. Otros cerdos salen amarrados con las patas delanteras y traseras y son dejados sobre el suelo y bajo el

sol a la espera que los recojan. Entre tanto salen los coches, las camionetas, los minibuses. Se producen los saludos, los abrazos, los encuentros o los reencuentros. Como mi coche es de las últimas cosas que salen puedo ya ver como la plataforma junto al muelle empieza a vaciarse. Ya se acomodaron las cosas en los vehículos. Ya los taxis recogieron a los que precisaban. Ya los muchachos de las carretillas transportaron todo. Ya parece que la tarde quiere caer y se levanta un poco de viento.

Es como una espera sin esperanza. Llena en si misma de significado. La paciencia ha dejado de existir porque el momento lo es todo. El ser se hace presente cuando, abandonado de todo, entra en lo más profundo. El camino es fácil y el destino cercano. Solo es un paso hacia dentro. 








sábado, 9 de mayo de 2015

Bocinazos

Camino por la ciudad vieja camino del mercado público. Uno no puede dejar de fijarse en los taxis ya que son los dueños de las calles. En Malabo están pintados de algo parecido al blanco  tirando a crema y de algo parecido al bermellón tirando a marrón. También hay otros que son particulares que hacen de taxista, me temo que piratas, y que son de cualquier color. Aquí, como en casi todos los lugares en África el taxi es compartido y barato. De hecho es el único transporte público asegurado. Hay muy pocos transportes en común de mayor capacidad que la de los taxis. Así que viajan en un mismo vehículo hasta cuatro personas que suben y bajan cuando les conviene. El taxista ha de calcular y aceptar la ruta de forma que no penalice a ninguno de los pasajeros que van montados. Por tanto es frecuente que acepte o rechace pasajeros en función de los trayectos de los que están dentro. Cada trayecto cuesta quinientos francos cefas. Si es largo cuesta mil y si lo es más se negocia.  En las calles hay un constante concierto de bocinas de los taxistas. Cada bocinazo responde a un código de comunicación. El bocinazo del que busca el cliente y que va dirigido al peatón. El bocinazo que significa que acepta y del que lo rechaza. El del saludo al colega conocido. El que corresponde al saludo a un conocido que va por la acera o cruza delante de él. El del enojo por una mala maniobra. El bocinazo de las intersecciones de las calles. El bocinazo del que busca la prioridad. En fin, un concierto que solo amaina pasado el anochecer si no hay demasiado tránsito. A esta hora ya hay poco pasajero, poco transeúntes, poco tránsito y un silencio relativo intenta apoderarse de la ciudad.

Si en la calzada los reyes son los taxis, en las aceras hay muchos otros personajes. En general, si hay sombra, son los dueños de los comercios los que ponen su silla en la acera. Si no hay muchos clientes dormitan. También hay niños que juegan. Te encuentras con reparadores de ordenadores, de teléfonos y vendedores de saldo, que se instalan en algún rincón de la calle en una mesa cuyo frontal anuncia su oficio. Sastres con la máquina de coser bajo los soportales. Cruzan también gallinas con sus pollitos. Gentes que esperan. Mujeres que preparan comida en improvisadas cocinas que sirven en mesas en los callejones que se abren a las aceras y  que conducen al mundo del interior de las manzanas. Vendedores de pan. Vendedoras de fruta y hortalizas. A veces se ven personas, generalmente mujeres, sentadas inmóviles durante mucho tiempo aparentemente impasibles a los que sucede alrededor. Otras veces saludan, aquí la gente se saluda bastante aunque sea con la mirada, buscando conversación. Perros extremadamente delgados, con el pelo malo y deslustrado del que no se alimenta, husmeando donde pueden. En las aceras con sol no hay nadie.También hay objetos. Cables que se descuelgan de los entramados aéreos inservibles de la electricidad o del teléfono, contenedores de basura, construcciones que deben proteger una instalación eléctrica. Mesas que servirán para instalar algo que vender.


No llegaré al mercado. Amador, que regenta una tienda cercana, me llama desde el otro lado de la calle. Cruzo. Empieza a hablarme del Barça, de la situación del país, de lo que pasa con los bubis, de como era los tiempos de la colonia, de sus años en Madrid y de su mamá. Me cuenta que su hermana está en España y pronto regresará y será entonces cuando me invite a su casa para tomar una cerveza. En su tienda compro una magdalenas que ha preparado su madre. Si consigo una buena papaya quizás tenga para la merienda. 









viernes, 8 de mayo de 2015

Paseo

Camino por lo que ha de ser el paseo marítimo de Malabo, una obra imponente de kilómetros de longitud y ahora alejada del centro urbano. Con el tiempo quizás vertebrará lo que pudiera ser una zona hotelera de alto nivel. Jalonan su embaldosado y marmóreo recorrido máquinas para hacer deporte, algún que otro parque infantil, mesas de ping-pong, plantas ornamentales, arbustos florales y palmeras de variados portes. En lugar preferente una inmensa y altísima asta sostiene una monumental bandera, en la base de la cual está esculpido el escudo del país. Unas gradas y palcos permanentes cubiertos por un impresionante arco de metal y madera protege a quienes imagino presiden cualquier evento o desfile de grandes dimensiones. El lugar no merecería menos. Un acceso trasero por una carretera dedicada accede a esta tribuna.

 El paseo está todavía en obras. Al otro lado de la carretera están colocados espaciadamente los cercados con el material de construcción y los contenedores que albergan las oficinas, los vestuarios de los obreros y los almacenes para las cosas chicas. Unas inmensas farolas cada cincuenta metros iluminarán el recorrido, además de las más pequeñas que, sobre la calzada del paseo, iluminarán la parte más cercana al mar. Deben quedar meses, tal vez años para que esta obra finalice. Perdonen que adjetive tanto y de forma tan hiperbólica, pero si no lo hago no describo bien lo que es.

La balaustrada de piedra, que ha forzado la línea de la costa para acomodarla a la sinuosidad  coqueta del paseo, se aboca al estrecho que la separa de la costa cercana de Camerún. La otra orilla es visible, si el tiempo lo permite, y está presidida de forma imponente por el Mont Camerún, un volcán de más de 4.000 metros. La sensación es magnífica sabiendo que mientras lo miras tienes detrás Pico Basilé de más de tres mil metros. Son dos de los hitos más notables de la cadena volcánica que seguirá hacia al sur con las islas del país lusófono de Santo Tomé y Príncipe. Luego volverá otra vez a ser Guinea Ecuatorial, con la isla de Annobon. Imagino finalmente que el rosario de islas atlánticas que parten del Golfo de Biafra gira al suroeste y aparecen las islas de Ascensión, Tristán de Acuña y Santa Elena, allí donde acabó sus días Napoleón. En determinados lugares de la tierra, como en un ombligo telúrico, se siente la geología como un zahorí sentiría el agua que viaja bajo sus pies.

A menudo escribir no muestra nada y esconde todo. Con suerte y a los ojos propios, revela solo una parte del conjunto. No es que las descripciones no sean exactas. Hacerlas de una parte del poliedro da una idea sesgada o parcial. Incursionar a los otros lados, infiltrarse por los vericuetos que llevan a los otros mundos que están en este, forma parte de un desafío no pequeño. La mayoría de las veces cada uno de los senderos, como cualquiera de los que se pudiera tomar, ayuda a ilustrar una porción de realidad. De forma condescendiente la etapa o el desvío puede haber tenido sentido en sí misma. Si sirve al camino no lo sé, pero lo sospecho.