Amanece. La luna está en el cenit y, donde se espera la
salida del sol, unas nubes densas mandan relámpagos. Las luces de la noche se
debilitan en favor de la aurora. Las bombillas hacen evidentes las ventanas y
una vida interior despierta. Los faros de los coches permiten intuir los trayectos
de las carreteras que descienden de la montaña. Los gallos cantan. Los soldados
corren en formación por las calles gritando, para darse ánimos, con sus voces
graves. Tañe una campana. El Pico Basilé está cubierto como casi siempre de
nubes. El nuevo día se instala.
Caminaré por las calles que ya son familiares. Como la
distancia, desde donde vivo a donde trabajo, es relativamente corta voy cada
día por un camino distinto que la alarga. Tejo el camino y lo complico. Rodeo
más manzanas buscando caminos nuevos, combinando las calles longitudinales con
las transversales. Las tres manzanas, que serían las lógicas, se convierten rápidamente
en cinco, siete, nueve, once y hasta trece. Me da tiempo para desayunar tomar
un café y un croissant, comprar una botella de agua para la mañana y no llegar
demasiado sudado a la oficina. Aún así antes de las ocho ya estoy sentado en la
oficina. En este trayecto veo como la ciudad se despierta. Veo como las puertas
se abren, como las persianas se levantan. Dará tiempo hasta que me paren una
vez más para identificarme. Habré podido saludar a algún tendero madrugador con
el que ya hemos establecido esta conexión a partir del, brevísimo y no
constante, encuentro matutino. Pasaré por delante los que, de los países limítrofes
y seguramente inmigrantes ilegales, esperan en la acera contigua al Ministerio
para ser contratados por días o por horas. Habré visto como las puertas de los
patios de los dos o tres colegios con los que me cruzo, depende del itinerario,
habrán engullido a buena parte de los escolares. Llegaré al trabajo lleno de vida, de vida
cotidiana. De la que está hecha la gente.
No escribiría nada de todo esto, que no tiene ningún valor
para nadie, si no conservara aún en la cabeza el grito y el llanto del niño que,
saliendo desnudo de uno de los callejones que perforan las manzanas, corrió delante
de mí.
Como puedes pensar que tus escritos no tienen valor para nadie.... Para mi si lo tienen...
ResponderEliminarPorque crees que salió corriendo desnudo ese niño del callejón ??? Alguna rabieta o desencuentro con su mamá ?? O fué algo mas grave ??? Da pié a pensar, imaginar...
Como tus escritos dan pie a pensar... Imaginar... Y seguir en contacto con un amigo que ha decidido nutrirse de Africa
No lo sé Isabel, no puedo dejar de asombrarme, a veces de asombrarme dolorosamente. Me gusta que también los tengan para ti. En el fondo se trata de esto, de compartir.
EliminarMe gusta muchisimo como escribes jose luis
ResponderEliminarGracias!
EliminarLlegar al trabajo lleno de vida, eso sí que es añadir valor y no las chácharas de los de la gestión clínica !
ResponderEliminarEl factor personal, esta es la variable fundamental: añado valor cuando el paciente, la comunidad, sus vidas, me captivan. Entonces soy médico! Si no, soy solo un mal aprendiz de anatomopatólogo de cuerpos en vida
ResponderEliminarÉs això Gonçal, és això!
EliminarEl factor personal, esta es la variable fundamental: añado valor cuando el paciente, la comunidad, sus vidas, me captivan. Entonces soy médico! Si no, soy solo un mal aprendiz de anatomopatólogo de cuerpos en vida
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