Camino por lo que ha de ser el paseo marítimo de Malabo, una
obra imponente de kilómetros de longitud y ahora alejada del centro urbano. Con
el tiempo quizás vertebrará lo que pudiera ser una zona hotelera de alto nivel.
Jalonan su embaldosado y marmóreo recorrido máquinas para hacer deporte, algún
que otro parque infantil, mesas de ping-pong, plantas ornamentales, arbustos
florales y palmeras de variados portes. En lugar preferente una inmensa y
altísima asta sostiene una monumental bandera, en la base de la cual está
esculpido el escudo del país. Unas gradas y palcos permanentes cubiertos por un
impresionante arco de metal y madera protege a quienes imagino presiden
cualquier evento o desfile de grandes dimensiones. El lugar no merecería menos.
Un acceso trasero por una carretera dedicada accede a esta tribuna.
El paseo está todavía
en obras. Al otro lado de la carretera están colocados espaciadamente los
cercados con el material de construcción y los contenedores que albergan las
oficinas, los vestuarios de los obreros y los almacenes para las cosas chicas. Unas
inmensas farolas cada cincuenta metros iluminarán el recorrido, además de las
más pequeñas que, sobre la calzada del paseo, iluminarán la parte más cercana
al mar. Deben quedar meses, tal vez años para que esta obra finalice. Perdonen
que adjetive tanto y de forma tan hiperbólica, pero si no lo hago no describo
bien lo que es.
La balaustrada de piedra, que ha forzado la línea de la
costa para acomodarla a la sinuosidad coqueta
del paseo, se aboca al estrecho que la separa de la costa cercana de Camerún.
La otra orilla es visible, si el tiempo lo permite, y está presidida de forma
imponente por el Mont Camerún, un volcán de más de 4.000 metros. La sensación
es magnífica sabiendo que mientras lo miras tienes detrás Pico Basilé de más de
tres mil metros. Son dos de los hitos más notables de la cadena volcánica que
seguirá hacia al sur con las islas del país lusófono de Santo Tomé y Príncipe.
Luego volverá otra vez a ser Guinea Ecuatorial, con la isla de Annobon. Imagino
finalmente que el rosario de islas atlánticas que parten del Golfo de Biafra gira
al suroeste y aparecen las islas de Ascensión, Tristán de Acuña y Santa Elena,
allí donde acabó sus días Napoleón. En determinados lugares de la tierra, como
en un ombligo telúrico, se siente la geología como un zahorí sentiría el agua
que viaja bajo sus pies.
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