viernes, 8 de mayo de 2015

Paseo

Camino por lo que ha de ser el paseo marítimo de Malabo, una obra imponente de kilómetros de longitud y ahora alejada del centro urbano. Con el tiempo quizás vertebrará lo que pudiera ser una zona hotelera de alto nivel. Jalonan su embaldosado y marmóreo recorrido máquinas para hacer deporte, algún que otro parque infantil, mesas de ping-pong, plantas ornamentales, arbustos florales y palmeras de variados portes. En lugar preferente una inmensa y altísima asta sostiene una monumental bandera, en la base de la cual está esculpido el escudo del país. Unas gradas y palcos permanentes cubiertos por un impresionante arco de metal y madera protege a quienes imagino presiden cualquier evento o desfile de grandes dimensiones. El lugar no merecería menos. Un acceso trasero por una carretera dedicada accede a esta tribuna.

 El paseo está todavía en obras. Al otro lado de la carretera están colocados espaciadamente los cercados con el material de construcción y los contenedores que albergan las oficinas, los vestuarios de los obreros y los almacenes para las cosas chicas. Unas inmensas farolas cada cincuenta metros iluminarán el recorrido, además de las más pequeñas que, sobre la calzada del paseo, iluminarán la parte más cercana al mar. Deben quedar meses, tal vez años para que esta obra finalice. Perdonen que adjetive tanto y de forma tan hiperbólica, pero si no lo hago no describo bien lo que es.

La balaustrada de piedra, que ha forzado la línea de la costa para acomodarla a la sinuosidad  coqueta del paseo, se aboca al estrecho que la separa de la costa cercana de Camerún. La otra orilla es visible, si el tiempo lo permite, y está presidida de forma imponente por el Mont Camerún, un volcán de más de 4.000 metros. La sensación es magnífica sabiendo que mientras lo miras tienes detrás Pico Basilé de más de tres mil metros. Son dos de los hitos más notables de la cadena volcánica que seguirá hacia al sur con las islas del país lusófono de Santo Tomé y Príncipe. Luego volverá otra vez a ser Guinea Ecuatorial, con la isla de Annobon. Imagino finalmente que el rosario de islas atlánticas que parten del Golfo de Biafra gira al suroeste y aparecen las islas de Ascensión, Tristán de Acuña y Santa Elena, allí donde acabó sus días Napoleón. En determinados lugares de la tierra, como en un ombligo telúrico, se siente la geología como un zahorí sentiría el agua que viaja bajo sus pies.

A menudo escribir no muestra nada y esconde todo. Con suerte y a los ojos propios, revela solo una parte del conjunto. No es que las descripciones no sean exactas. Hacerlas de una parte del poliedro da una idea sesgada o parcial. Incursionar a los otros lados, infiltrarse por los vericuetos que llevan a los otros mundos que están en este, forma parte de un desafío no pequeño. La mayoría de las veces cada uno de los senderos, como cualquiera de los que se pudiera tomar, ayuda a ilustrar una porción de realidad. De forma condescendiente la etapa o el desvío puede haber tenido sentido en sí misma. Si sirve al camino no lo sé, pero lo sospecho. 


























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