Cuando voy a Bata, cosa que sucede más o menos una vez al
mes, suelo comer en el restaurante que Cecilia tiene en el interior de una
manzana. Así como las manzanas de Malabo son verdaderas comunidades y si te
abocas a su interior todo un mundo nuevo va a aparecer ante tus ojos con
viviendas, almacenes, tiendas, colegios, callejuelas, puestos de comida,
servicios de reparación de cualquier cosa, talleres, almacenes, peluquerías,
iglesias y hasta a veces y sorprendentemente espacios aún por ocupar, en Bata las
manzanas son menos sorprendentes. Es un espacio cuadrilateral, generalmente
irregular y bien delimitado con vallas y las aceras correspondientes. Puede que
haya algún edificio en el interior, pero parecen zonas más espaciosas en la que
la densidad de lo que acabo de enumerar es mucho menor. Parece como si Bata
hubiera perdido, si la tuvo, una estructura urbana primigenia. Esta trama
decididamente urbana que es tan evidente, y atractiva para mí, que si tiene el
viejo Malabo. Bata parece como rehecha sospecho que a partir de un aniquilamiento de casas preexistentes.
Esto ha dado lugar a un ensanche, a casas altas, a calles espaciosas, a una
ciudad abierta a la luz y a la modernidad. Hablo como un ignorante o un advenedizo. El
lector habrá de perdonarme ya que solo interpreto por lo que veo o imagino ver.
No he conocido con anterioridad la
ciudad. Tampoco me he documentado mucho.
Pues bien, en una de estas manzanas y aprovechando un
espacio esquinero y con un poco de desnivel, al que se desciende por unas escaleras de piedra, cemento, adoquines,
ladrillos y baldosas, está el
restaurante de Cecilia. El restaurante es como un patio con mesas alrededor de
las paredes que delimitan el espacio. Sobre las mesas están unos tejaditos que
alivian del calor y resguardan de la lluvia. En uno de los ángulos un mango
grande protege cuatro o cinco mesas con sus sillas. En el centro, una barra
circular con una suerte de bohío que la cubre, hace de bar de fortuna. En uno
de los lados, protegida por una pared de mosquitera está la cocina con su pica
sus, fogones, sus planos para preparar los alimentos, la barbacoa y su
chimenea, el refrigerador grande y un espacio que conduce al almacén en el que
hay unos lavabos para los del restaurante. En otro de los extremos del patio,
una puerta permite acceder a un pasillo sin techo que lleva a los lavabos. A
veces los vecinos o los transeúntes y entran como si estuvieran en su casa. Lo
saben. Entran y salen para sus necesidades sin preguntar, ni saludar, ni
despedirse, ni agradecer.
Hace dos años que Cecilia llegó de Barcelona. Es hija de guineanos
y fue allí cuando era realmente pequeña. Desde que supo que yo era de allí,
siempre hablamos en catalán. Dice que le gusta y que no quiere perderlo, lo
cual no parece fácil pues lo habla perfecto. Vino, por la crisis. Allí todo estaba muy mal
y como podía disponer de este espacio, que era de sus padres, pues aprovechó y
montó el restaurante. De hecho ya su padre tenía la intención de construir uno
y de abrirlo para vete a saber cuándo. No tenía prisa pero pensaba que quizás
alguno de sus hijos quisiera regresar y así tenía una ocupación. Además a él le
venía bien porque apenas recibe una pensión. Pocos meses antes de terminar,
bueno de dejarlo mínimamente dispuesto para empezar a funcionar, falleció de
repente. Todo está hecho con sus manos. Por esto Cecilia quiere tanto este lugar,
al que mira con la tristeza por la ausencia y con la esperanza de lo que tiene
a su lado. A su lado tiene a su madre, pero sobre todo a su hijo que tiene una
discapacidad. El padre, al parecer un tarambana, los dejó cuando ya se había
comprometido a venir para acá. Ella lo disculpa y parece comprensiva con
aquella situación. De hecho me insinúa que tiene pareja. Pero me da la sensación
que su felicidad, si puedo decirlo, es independiente de su estado. Es de la
clase de mujer que lleva consigo este estado de perfecta alegría y no precisa a
nadie ni a nada para ser. Cocina divinamente cosas sencillas, buenas,
naturales, sabrosas y gustosas. Parece como si al comer estuvieras
alimentándote de alegría. De esta que le sale por los poros de la piel y con
ella sazonara todo lo que te da.