miércoles, 17 de junio de 2015

Richard Burton

Leo los escritos de Richard Burton. El inclasificable personaje que en la mitad del siglo antepasado recorrió las tierras africanas y efectuó también algo más que paseos en el país en el que vivo y trabajo. El libro de Arturo Arnalte, que recopila escritos del personaje, convenientemente contextualizados y explicados, proporciona un retrato triple: el del personaje, el de los africanos y el de la tierra visitada. Me atrevo a situar un cuarto, poliédrico, conformado por tres mentes: la de la que proporciona la visión notarial, casi de taxidermista, encarnada por el autor, recopilador e interpretador a su pesar (AA); la que se erige como un trueno y se levanta frente al mundo como portavoz sesgado e interesado, furioso y melancólico, de la cultura de origen (RB) y el lector, un servidor.

Todo esto confluye en una hora de la tarde, cuando el cansancio del día y la densa atmósfera hacen mella, en la que una lectura, disimuladamente ávida, busca conexiones con el presente.  Rebusca coincidencias y desencuentros de una experiencia que no solo es corta sino que es tan distante que la haría inválida. Pero la lectura está para esto. Para evocar la infancia y sus proyectos, para fantasear el pasado, para poner nombres e historia al paisaje, para entender de dónde venimos, para explorarnos en nuestras contradicciones, para justificar lo íntimamente injustificable, para un delirio temporal y controlado, para pretendernos sabios, para imaginar que vivimos más vidas o que soñamos más sueños, para intuir una explicación del presente.

En este pedazo de mundo, donde la espera se convierte el mejor aliado para acercarse al momento y reconvertirse en instante lúcido, ahondar en lo que ha configurado una manera de estar y de ser, recobra un sentido primigenio. Nada es que no provenga de algo y así labramos lo que somos. En cualquier parte puede ser, pero aquí es un privilegio.


Richard Burton, cónsul en Guinea española. Una visión europea de África en los albores de la colonización. Arturo Arnalte. La Catarata, 2005

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