miércoles, 17 de junio de 2015

Paraguas

Hace días que no hablo de Melania. Pero Melania sigue limpiando la planta primera del Ministerio, que es la planta que tiene que limpiar. Melania canta. Melania habla. Melania canta. Ahora, desde que me contó parte de la vida que tuvo con su marinovio francés, conductor de ferrocarriles en Gabón en la única línea del país, hablamos en francés. Me cuenta, con la nostalgia de años pasados y mejores, el trayecto que él hacía entre Libreville y Franceville, de casi 700 km, y de cómo podía ella viajar gratis entre cualquier estación de la línea. Y como él tuvo que regresar a Francia. Y como finalmente él le pidió que no lo llamara más por teléfono, de aquellos de sobremesa recalcaba, porque le dolía el corazón. El corazón del alma suya de él. Y también el de ella. Así fue pasando el tiempo ella en que aprendió a callarse y a guardarse. Hasta que regresó a Guinea, primero al continente y después a la isla y luego pasó lo que pasó con la hermanita que ya conté en el episodio aquel trágico del hotel. Pero hoy no estamos aquí para seguir contando cosas tristes.

Melania se quedó con mi paraguas antes de que yo saliera para Barcelona, adonde fui en una escapada rápida aquellos días del corpus y del aniversario del presidente, para conocer a mi nieto. Se quedó con el paraguas para así asegurarse que ella lo tendría y no tener que esperar que le regalara uno que le pudiera comprar. Porque a lo mejor me olvidaba y así se lo aseguraba. Luego podría regresar y con la precipitación del viaje olvidarme de comprarlo u olvidarme de comprarlo simplemente porque sí. Porque ella sabe de la naturaleza de que están hechos los hombres. Que todo prometen y nada cumplen. Que ella ha tenido ya mucha experiencia y que no se fía de casi ninguno. Quizás su papá fue el único que merece ser recordado como el único hombre que ha conocido y que vale la pena. Pero los hombres… Ay, los hombres. Especialmente los blancos que prometen todo y no dan nada. Y si lo dan es porque quieren más cosas a cambio, más cosas de las que ella no quiere hablar ahora. Por esto es bueno quedarse lo más pronto posible con las cosas, como mi paraguas, para que así no le falten. Y si tanto me interesa el paraguas, me dijo, ya me encargaré de comprarme uno donde convenga.


Como así hice.

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