jueves, 18 de junio de 2015

Hipster

No quiero que las cosas vuelvan a ser como antes. Como en los viejos tiempos que dices. Saben tanto a rancio. Tal vez estábamos más tranquilos, pero tan inmensamente aburridos. Teníamos aquella paz que solo se parecía a la de los cementerios, aunque me la vendías envuelta con papel couché. Ya sé que dirás que entonces teníamos de todo, que no nos faltaba nada. Demasiado diría yo, era como estar atontados todo el día. Dirás que nos alborotábamos cuando venían las vacaciones y surgían aquellas divertidas aventuras de Capri, o cuando tuvimos la suerte de recibir en la casa de Coral Gables tantas veces a James , que con su piano y aquella Christine que tu decías que no sabías muy bien quién era, pero que le consoló cuando enviudó y estuvo realmente con él. Realmente. Cuando él, aturdido por cómo iban las cosas, dejó de controlarlo todo. Por cierto,  ¿sabes que James acaba de morir? Lo leí el otro día en el periódico, uno de estos traspapelados que corrían en la embajada de Francia. Y tú, que te decías tanto su amigo, no has sido capaz de escribir a Christine ni una nota de pésame, ni una llamada. Es que eres cobarde, vergüenza me debería dar de ti, pero ya ni eso, ¿para qué? ¡Después de todo lo que pasó! Pero bueno, volvamos a lo que hablábamos. No, quiero volver a los tiempos pasados, por mucho que creas que esta sea la manera de salvar nuestro matrimonio, que yo creo que hace años se fue a pique, cuando tuviste aquella aventura con aquella furcia deslenguada que entró en casa aquella maldita noche de tu cumpleaños, te pensabas que pudiendo entrar todo el mundo, como si fuera una quedada, tu fiesta, tu maldita fiesta iba a ser más sonada, aún recuerdo que decías, hoy es mi día feliz y voy a tener una fiesta feliz. ¡Capullos de mierda todos!

La que así hablaba era una mujer realmente dolida. Adentrada muy bien en los cuarenta. Quiero decir que se veía espléndida. Hablaba con un acento marcadamente italiano y estaba sentada junto a un hombre ridículamente sesentón. Digo esto, porque tenía el aspecto de un adolescente, no tanto obviamente por su físico ya bastante maltratado, sino por la vestimenta y los complementos. Mientras ella llevaba un sencillo pero elegantísimo vestido negro entallado con unos aretes plateados, él vestía una camisa estridentemente estampada que trataba de tapar su voluminoso vientre, unas bermudas que caídas dejaban ver aquella hendidura que da inicio al final de la espalda, un sombreo de vaquero y una gafas de enorme montura de pasta amarilla. El rostro mal afeitado y un cigarro manejado con juvenil desparpajo querían conferirle este aspecto desaliñado y pretendidamente hipster con el que disimular el irremediable paso del tiempo.

La ciudad tiene esto. En alguna de estas terrazas abocada a la calle principal te asomas casi sin querer a otras vidas. Otras vidas que a veces son copias de las cercanas o de conocidas. Como si escucharas el eco de palabras oídas o pronunciadas y apenas nada hubiera cambiado. Crees ver allí representados, como en un escenario de la intra o infrahistoria personal, los personajillos que todos somos, erigidos en actores o espectadores de mala opereta.  La proximidad de las mesas, el tono generalmente alto, a veces perturbadoramente alto, en el que se producen este tipo de conversaciones, en las que el pudor cambia de acera, tal vez para hacerse oír en medio del estrépito urbano por los coches y sus cláxones, las obras cercanas de la construcción de un edificio o estos martillos neumáticos que por allí cercan reventaban el asfalto para empotrar una tubería que debería cruzar la calle, forzaban a este incremento casi histriónico de voz, que me ha permitido recordar y ahora evocar.

El escuchaba sin inmutarse, tal vez ni escuchaba. Como heredero de una cultura mal digerida, o tal vez habitante  de un tiempo que se negaba a aceptar, el hombre invocaba la necesidad de volver a los tiempos en los que empezaban. Aquella época en la que, sin duda lubricada por un dinero que pensaba ahora escaseaba, podía engatusar a la entonces probable jovencita enamorada salida de cualquier atolladero y ahora convertida en alguien que quizás quisiera tomar las riendas de una vida. Pero esto es sin duda demasiado suponer para tan poco conocimiento. Solo hilvanaba hilos que tejían las palabras, los gestos y alguna geografía.


Hay días en los que no pasa nada, pero otros están llenos de la comedia humana. ¿Qué qué harían allí? No tengo ni idea, ni quiero saberlo. Pero el, digamos, espectáculo escénico que montaron, claro, no únicamente para mí, fue, en medio de la habitual calma de la ciudad y más a aquellas horas en la que el atardecer se despide, de triste antología. De todos modos, fui alejándome prudentemente de la conversación y me empecé a preocupar por algo que realmente me iba a interesar en los próximos minutos. Una tormenta estaba llegando acompañada de truenos. Suerte que llevaba conmigo mi paraguas. 

2 comentarios:

  1. Enamorada de tus escritos !!! Es como vivirlos contigo .... Visitar Africa desde Barcelona

    ResponderEliminar
  2. Las decepciones y sinsabores que sufre una persona en la adolescencia, marchitan sin remedio y para siempre, la bondad innata que tiene en la infancia. Es como matar a un ruiseñor (to Kill a Mockingbird). Una película, que creo, he visto mil veces, una película sobre valores. Sí, sí, he dicho valores. Dicen que cuando una persona no ha jugado lo suficiente en su infancia, tiene que hacerlo cuando ya es mayor, eso explicaría la manera de actuar de algunas personas adultas. El chaval de las bermudas no parece un exhippy ni un exprogre (estos últimos transgresores en su estilo de vida), ¡esos si que sabían vivir!... Tanto el chaval de las bermudas (por motivos de control de su vida y del mundo) como los hippies y progres ( por luchar en contra de ese control en el que estaba inmerso el primero) creo, que añoran esos viejos tiempos, porque aunque todo era más difícil, la solidaridad, la compenetración y la unión eran por lo visto más sólidas que en este tiempo en el que la tecnología parece que lo une todo.

    Esta pretendida unidad que la tecnología aporta a este tiempo moderno que vivimos ahora, es a la vez contradictoria y ambigua, casi roza la angustia del ser, ya que este no sabe a ciencia cierta si se renueva o se desintegra, no sabe si todo esto es sólido o se puede desvanecer en el aire. Ser modernos promete: aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo. La tecnología no tiene límites, fronteras, no sabe de clases sociales, de religión, de ideología,... se puede decir que une a toda la humanidad. Pero todo esto, no es un adelanto en si mismo, no es algo nuevo que la tecnología nos a regalado, puesto que los hippies ya tenían todo esto sin necesidad de tanta tecnología, de tanta inmediatez, de tanta superficialidad...

    Hace unos días que tengo un no sequé por todo el cuerpo, un cosquilleo que no cesa, creo que es este tiempo tan moderno, tan previsible... leo subcultura, gusto por la música poco conocida, cultura fuera de la cultura y, sobre todo, moderno, ser moderno como si de un oficio se tratara. Lo mejor para estar al día de hoy, en este tiempo que se dirige hacia una civilización de masas manipuladas cada vez en escala más grande, el desarrollo tecnológico se convierte en un factor de admiración y respeto, más para satisfacción de una clase social en particular que para satisfacer carencias sociales en general. Manipulación y control producen consecuencias para las masas difíciles ya de controlar.

    Pero no quiero ser demasiado apocalíptica con este tecnoparaíso tan prometedor, porque el desarrollo tecnológico no contiene bondad o maldad, pues es tan sólo un instrumento que ha desarrollado el hombre a través del tiempo. A pesar de ello, yo si quiero volver a esos viejos tiempos, me gustaría retroceder unos años, poder vivir en esos tiempos de los hippies o el de los progres, al menos, habría aprendido a enajenarme, a evadirme. Pero tengo que vivir este tiempo que no me place, y a veces, miro en los rincones de las grandes avenidas y pienso si esas personas de traje, corbata y maletín son retoños transgresores de esos tiempos, a la vez que recuerdo la canción del cantante francés Renaud: “ Les Bobos” (burgeois bohémes). Finalmente, como yo nunca llevo paraguas, recibo la lluvia proveniente de la tormenta de ese esplendor tecnológico y pienso, si es posible protegerme con algún otro objeto de esta lluvia ingrata que amenaza con destruirlo todo: todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos...

    ResponderEliminar