lunes, 8 de junio de 2015

Ciudad

Hay una atmósfera entre pesada y áspera que no cesa. Tal vez solo calma cuando tras la lluvia una ráfaga de viento persistente y larga, arrastra al mar lo que se ha acumulado en horas de calor, de humedad y de calima espesa. Entonces puede uno sentir una ligera invasión de aire vivificador que no puede despreciar. Un frescor interior que circula vivificador entre la piel y la ropa permanentemente humedecida por el sudor. Si no, lo único que te queda es hacerlo tú mismo o inventarlo. Hace el mismo efecto o mayor, porque tomas consciencia que eres hacedor de cualquier estado. De cualquier estado del ser, quiero decir.

La ciudad es así y creo que no debe haber una alternativa. La tomas o la dejas. Además es una opción que hay que hacer en la espesura de uno mismo. Nadie vendrá en tu auxilio para ayudar a tomarla. Por supuesto que nadie lo hará por ti. Entregarte a la ciudad y diría que a la isla depende solo de uno. Como todo.

Las paredes, los muros, tienen una tendencia reciente a ocultarse. Si pueden enseguida las recubren con unas placas metálicas que dan la sensación de acabados de edificios metálicos y de vidrio. Como un falso techo que se desplomara por las superficies verticales. Como si quisiera ser una superficie antiadherente en la que ningún rastro de tiempo, ni de la espesura del aire, pudiera quedar depositado. Como si los muros ya no fueran dignos testigos del paso del tiempo y les negaran la dignidad de la pátina. Como si quisieran ocultarla de sí misma para convertirla en una masa informe de pretendida modernidad. ¿A dónde habrá que buscarte ciudad, ahora que te niegan la forma?


Me gusta cuando camino seguir viendo los colores crema y marrón rojizo de los muros y los techos de tantos colores. Los vestigios de las casas coloniales, los de las casas de madera o las casas nuevas sin revestimientos metálicos. Las grietas, los desconchados, los estigmas. La ciudad hubiera dado para haber sido descrita por Italo Calvino. Para eso debería haber sido también imaginada.  Apuesto que no la conoció o la descartó. O la transformó para hacerla Berenice. Si tuviera que adscribirla a una de las categorías, de aquella obra matemática, iniciática, alquímica, que propone me decantaría por las ciudades de los intercambios, de los deseos, de los recuerdos. Más que una ciudad escondida es una ciudad que esconde. Es lo suficientemente pequeña como para explicar que lo que esconde no es producto de la magnitud o de la complejidad, sino del arrojo, o de su falta, del que se siente llamado a descubrirla. Están invitando a penetrarla los pequeños callejones que se abren tímidos, pero retadores, a las aceras de las calles principales, donde otros mundos esperan. La ciudad parece llamada a ser escrita. Ahora voy a resistirme a escribir la frase con la que Calvino finaliza su libro. No quiero, no puedo, no debo. 

1 comentario:

  1. La ciutat t’envolta o t’empassa, no hi ha terme mig en ella. La ciutat que descriu Josep Lluís és la que dóna la força necessària per penetrar-hi, per sentir-la, per viure-la.
    La ciutat que no m’agrada és la ciutat de l' invisibilitat d’identitats, de les identificacions massives, una ciutat de la que ara no vull parlar: “Roma, città aperta”.
    No m’agradaria tampoc parlar de les smart cities, ni de la cultura digital en la que estem immersos i dic que no m’agradaría, perquè sóc incapaç d’adaptar-me a les noves tecnologies. Mentres la ciutat segueix el seu curs digital, jo trobo a faltar els “good old times...”

    Vull recordar la ciutat sense mòbil, sense camera fotogràfica o de vídeo, sentir els encontres fortuïts de la gent amb la qual no parlaries mai de la vida sinò fos per demanar-li l’hora o la adreça d’un cinema a la tardor. Tinc por sí, por a perdre la comunicació real entre les persones, a caminar per la ciutat i no mirar el rostre de la gent per sentir-me tan autosuficient.

    El que m’agrada de la ciutat és la gestió de l’urbanisme destinada a les necessitats dels ciutadans, creuar els ponts, els materials de rebuig, el soroll, el tràfic, el caos, el moviment incansable que té, també el silenci i sobretot, aquell tipus de gent que roda per la ciutat, que s’atreveix a abandonar la rigidesa del camí traçat, dels ordres preconcebuts... La gent que vol embrutar-se, mullar-se, jugar-se la cara posant-se en contacte amb la ciutat per fer-se mereixedora de la seva protecció innata i de lo que l’envolta... Despertar, desvetllar el que esta amagat, fluir amb una altra ànima idèntica en desordre emocional en una topada fortuïta... M’agrada sentir que vaig a l’inrevés del mòn... i com m’agrada!

    El que vull de la ciutat, ès sentir-la, viure els desencontres i també els encontres. Desitjar el millor a aquelles poques persones que a la vida creuaran la ciutat amb electromagnètiques vibracions i que tindran la sort d’enfilar instintivament l’agulla trobada en un paller.

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