miércoles, 4 de junio de 2014

Muecín

Son las cuatro de la mañana y espero que el muecín me despierte. Es antes del alba. Desde la ventana veo la ladera de la colina que está sobre el puerto, al final de la interminable playa. Es aquella que tiene iluminadas en la noche las palabras escritas con piedras que deben decir, en árabe, algo asi como dios, patria y rey. Arriba, en la cima, las luces de la kashba, la vieja ciudad, sobreviviente del terremoto de 1960. Luego, extendiéndose hasta la ventana, las luces de la ciudad nueva, casi dormida y que siento que recobra su despertar. 

Todavía evoco el sueño que he tenido antes que se desvanezca. He soñado que sobrevivía a un accidente aéreo. Volaba en un avión comercial sobre ciudades árabes de una belleza que merecerían imágenes para ser descritas. Las ciudades tenían atrios y pórticos, que nunca había imaginado, rodeando de forma discontínua las murallas o los agregados urbanos a modo de ksars gigantescos. Pequeñas construcciones, como marabouts, tachonaban a modo de satélites los espacios cercanos, extramuros de la ciudad. De pronto el avión emprendre un descenso que pienso que es para aterrizar, pero que se hace tan brutal que se convierte en un picado. Luego es el silencio. Me veo lanzado lo suficientemente lejos como para no ver nada de lo que ha acontecido. El silencio sigue, camino por una llanura. Indemne. Me siento vivo. Aqui o allá. Es extraño que el despertar abrupto no me haya protegido como otras veces en sueños semejantes. Seguro que esta vez no hacía falta.

El muecín habla, canta, reclama, recita...

martes, 3 de junio de 2014

Ciática

He pasado de las esteras a los tapices, a las alfombras. Del sudeste al noroeste. Atravesar un continente no es pasar a la habitación de al lado, aunque a veces pueda parecerlo. Atravesarlo es abrir un abismo, entregarte a el y precipitarte y ascender. El paisàje cambia, el humano y el paisanaje. Sin embargo los muecínes permanecen y marcan el ritmo de las jornadas. El trànsito ha sido largo. Si uno creyera en la velocidad de los aviones no apreciaría la profundidad de los valles ni la altitud de las cumbres. No sabría la soledad que esconde el lento caminar de uno mismo en pos de la cresta que limita la pared de la montaña que lo único que hará será, entre las nieblas de vèrtigo, mostrarte la siguiente. Y esta muestra es el indicativo del camino. Y ya. Te encontrarás amigos, quién te acoja en la tormenta, quién comparta contigo el pan, quién te escuche, quién te hable y quién te calle. Habrá quién te muestre la ventana y quién corra la cortina. Al ruido, al rumor, al dolor, a lo desconocido, al alud de piedras y al desconcierto respondo con silencio y tratando de apuntalar el paso siguiente.

Hoy todo sería algo más sencillo si esta ciática, sobrevenida no sé muy bien cómo, no me estuviera fastidiando tanto y me tuviera encadenado en este hotel de Agadir al que llegué tras un viaje diferente. El que relalizan los impedidos por los aeropuertos y los aviones. Uno normalmente los ve y apenas les presta atención. Sabe que son como los de primera clase y las famílias con niños, los que embarcan primero. Son los que, en el argot aeropuertuario, necesitan atenciones especiales. 

Salgo de lo que fue el colegio de los repetidores, hoy un hotel casi zen, y trato de dirigirme a mi trastero para el trasiego de cosas. Está a dos manzanas, de las pequeñas, de las de San Gervasio, pero no puedo. Sentarse en una silla de Mackintosh en el Eixample mientras mi mente huye del dolor pensando en la serenidad de la casa de techos altos y en el incendio reciente de la biblioteca de la casa de quién diseñó la silla, en Glasgow. Desafiar el espacio hasta el mostrador donde me escribirán wchs en las tarjetas de embarque que me abrirá un camino nunca recorrido. Los atajos invisibles de los aeropuertos, sorteando controles de seguridad, penetrar en los contenedores de comida que te elevan y te lanzan al interior del avión por escotillas nunca atravesadas. Situaciones y visiones que me evocan aquellas que suceden cuando en la camilla te recorren el camino al quirófano.

Llamo otra vez al servicio de habitaciones para que me suban algo de comer.

lunes, 7 de abril de 2014

Gazpacho

La receta es como sigue:

Se abre una papaya en su punto, se quitan las semillas y la piel. Se pasa por la batidora hasta que quede una consistencia cremosa. Mientras se añaden unas hojas de menta, una pizca de sal y un chorrito de limón. Se deposita en un plato de sopa y se pone en el congelador hasta que empiezan a aparecer unos minúsculos cristales de hielo.  Se saca del congelador y en  medio de esta sopa fría se deposita una o dos cucharadas grandes de yogur natural (podría también ser griego). Se sirve.


Para mí una delicia.


Claro, no es un gazpacho. Podría llamarse sopa fría de papaya. Pero me lo ha recordado.

domingo, 6 de abril de 2014

Notas

La ciudad encuentra su creación a final del siglo antepasado. Es por tanto una ciudad reciente.  Es cierto que había un puerto y unas instalaciones que le daban servicio, pero hablar de una ciudad es otra cosa.  Un asentamiento no es una ciudad. Hay razones de tamaño. Además una ciudad no tiene construcciones precarias, ni fragilidad política, ni dependencias culturales. Una ciudad es un ser vivo: una mínima autonomía y una posibilidad de crecer. Pero debe de haber un mínimo molde, un plano sobre el que configurarse. El urbanismo, esta forma de crear el espacio de lo común, no puede hacerse de cualquier modo.  Este plano no fue el del principio racionalizador de la malla ortogonal. Fue quizás el de la semejanza inconsciente con la aldea propia y del sueño de la villa jardín. La función era el aprovechamiento de algunos relieves para la defensa y la colocación de las casas a lo largo de dos o tres calles que comunicaban el perímetro y permitieran delimitar una plaza con funciones públicas y religiosas.  En este espacio iban a convivir los colonos (los prazeiros) que dejarían sus aringas y los libertos que harían los mismo con sus mussitos.

Desde los primeros momentos se manifestaron las dificultades por mantener higiénico el lugar y conseguir una suficiente producción agrícola, para completar la pesca abundante. Problemas que hoy siguen igualmente presentes, aunque por primera vez en decenios este año, toco madera, en la provincia aún no ha habido ningún caso de cólera. 

El  promontorio sobre el que habría de construirse la ciudad fue tomado por las Companhia do Niassa y sobre estas construcciones comerciales se desarrolló la ciudad. Todavía pueden verse.

Lo que había de ser el punto de salida de las aún inciertas producciones del interior terminó siendo el punto de llegada de los defensores coloniales. Los intentos de independencia del norte del país amenazaban el estado o, al menos, una forma de entender la vida.  El esperado comercio fue sustituido por la milicia y la administración, las manifestaciones del poder colonial.

Aquellas primeras construcciones, aún precarias, durarían poco, hasta el 1914, cuando la ciudad fue devastada por un ciclón, sin duda más potente que el que, cien años después, acabamos de pasar.


Escribo todo esto mientras mantengo frescos en mi cabeza las calles y los edificios de esta ciudad por la que circulo o camino como si lo hiciera por una ciudad bombardeada. Ahora estas imágenes van adquiriendo la forma de postal y así quedarán por lo menos durante el tiempo que tarde en volver.  

lunes, 31 de marzo de 2014

Experiencia

Te advierten que estás movilizado interiormente delante de la próxima salida. Tú seguramente no te das cuenta, pero lo debes transmitir a través de tus palabras y de tus silencios. A veces delante de los alborotos de los escritos  se cuela lo que realmente quieres decir y debe llegar a quién te quiere escuchar. Secretamente pensabas que no ibas a vivir una experiencia. Que era algo más. Ya sé que no existe el palabro, pero tal vez lo que te has encontrado ha sido una inperiencia. Como si lo externo accionara lo de dentro y desde dentro movieras lo de afuera. A diferencia de la experiencia, que refleja lo que uno es o da respuesta sensible al “yo soy”. Como si se hiciera una unidad a partir de deshacer los dobleces o darle la vuelta al calamar.

(Por cierto, ahora que digo lo del calamar ¿han probado de comer un calamar relleno, de lo que les guste, pero dándole la vuelta como a un calcetín, de modo que lo de afuera sea la piel que envuelve, que cobija el relleno?  Pruébenlo y me cuentan. Algo mágico sucede.)

Sigue y no te entretengas con estas bobadas de presunta gastronomía que no interesan a nadie. Estabas hablando de esto de la inperiencia que te (y me) parece interesante, por lo menos si consideras que buena parte de las experiencias son reactivas y que te permiten devolver lo que la vida te trae, aún más, como decía antes te dan la oportunidad de mostrarte, de afirmarte, de declararte ante lo otro. Pero me parece que estás hablando de otra cosa. Como si la reacción a lo externo afectara a lo tuyo interno y lo devolvieras procesándolo mucho más tiempo. Como si el viaje lento de la reacción, que ya no merecería tal nombre por su duración, fuera el de la cocción que precisa esta lentitud que permite juntar tantos elementos, y que casi constituye una nueva sustancia, o debiera decir esencia, y que genera una realidad interior diferente. En definitiva, te cambia.


Sería algo así como una conmoción sosegada que tratas de devolver con una parsimonia, que tiene más de torpeza que de templanza. Y es que aún no terminas de dominar bien este terreno nuevo que parece nacer cuando los años empiezan a mostrar las verdaderas enseñanzas, pero que intuyes que es la nueva alborada.



sábado, 29 de marzo de 2014

Médicos

Sigo aspirando lo que me trae el aire y la luz. Quiero que entre y que se quede. Como tantas mañanas y tardes de tantos rincones. Siento como si me quedara poco tiempo y no habré incorporado más que algunas cosas y que quedará tanto por hacer y por vivir. Pero siempre es así. Tanto es así que no me voy a entristecer por lo que no veré sino que me alegraré por lo vivido. Otro regalo sin mesura de la vida.


Ayer fue el día del médico y me sumé al acto. Llegaron de toda la provincia y del hospital. El acto fue sencillo, con aquellos toques de emotividad que ayudan a recompensar el trabajo abnegado y sin medios. Un trabajo en el que no es posible decir la palabra no. La verdad no somos muchos, muchos de fuer (ay, si pudiera saber dónde está el adentro y el afuera…). Así hice algunas cuentas. Diecisiete de los distritos, un médico en cada uno. Esto es decir alguna cosa como un médico para una población media de 100.000 personas. Si, lo han leído bien. Luego están los del hospital. Unos diez médicos cubanos, otros ocho coreanos y cinco o seis mozambiqueños. Luego, los que trabajan en la gestión, en la planificación y en las ONGs. Tal vez seis o siete. Esta es la tierra de donde no hay doctoras ni doctores. Como casi toda África.  Detrás de cada uno, una vida que apenas atisbo, pero que puedo reconocer en el cruce de las miradas. Sé que ahora, con esto, basta. Es como sentirse entre hermanos.


El friso de un consultorio de pediatría.



viernes, 28 de marzo de 2014

Parte

Las lluvias han dejado su rastro devastador en algunas partes de la ciudad de Pemba, especialmente en las más pobres. En aquellas donde las casas de bambú, barro y hierba se adosan a las pendientes de las laderas que dan a la bahía o al mar. Allí donde se deslava la tierra y la corriente erosiona salvajemente los zócalos de las casas y la integridad de las mismas se ve amenazada. He podido ver alguna que ha perdido la verticalidad y los habitantes se afanan en enderezarlas y calzarlas. He visto alguna derruida. Me cuentan que han fallecido 6 personas de una familia por un derrumbe.

Las vías de salida cerca del mar están cortadas y la misma carretera actúa de dique que impide la salida al mar y forma lagunas. En la parte plana cercana al mar están construyendo una urbanización si urbanizar, como muchas cosas aquí que son y no son al mismo tiempo. Pues en esta zona, llamada expansión, las calles casi han desaparecido y son canales y el agua entra, por todas partes. Las salinas cercanas son una laguna y los arrozales parecen marismas. Así esté el panorama.

Los baches crecen en las calles y la arena invade las calzadas y andan recogiéndola. Es una arena buena que luego venden. Hay poco barro, pero como hay tanta basura salvaje el agua la amontona en las cercanías de la playa y salta al mar. Este, el mar, se viste con una puntilla asquerosa impropia de un ser de su categoría, pero no es culpa suya. Somos los humanos quienes lo degradamos tanto.


Entre tanto, desde la perspectiva de los servicios de salud es la lucha contra las diarreas y el cólera lo que nos ocupa. Conseguir que la población, en medio de tanta agua, tome el agua y los alimentos en condiciones. Hay demasiadas amenazas. Otros se ocuparan que la gente duerma a cubierto y que se apuntalen las casas. En fin, lo que para otros países esta lluvia sería una anécdota, aquí adquiere en algunos barrios tonos de tragedia.  


Werther

Respecto al avión malayo desparecido tengo una teoría que ha sido ya invocada. Creo que se trata de un suicidio. Es un suicidio imitativo o contagioso. Es conocida la contagiosidad de los suicidios, aunque muchos la niegan. No es un contagio del modo microbiano, se trata de algo más complejo y que remueve otro tipo de resortes emocionales. Cuando trabajaba como médico de cabecera viví varias veces en mi práctica esta situación. Lo recuerdo aún con tal viveza como si fuera ahora. Los suicidios de nuestros pacientes me marcaron mucho. Tras algunos de ellos y coincidiendo con otros acontecimiento fue que empecé a ir a los grupos Balint, pero esto es otra historia en la que ahora no voy a entrar.

El hecho no fue muy aireado en la prensa porque coincidió con otros dos accidentes a en las mismas fechas: el helicóptero de Glasgow y otro accidente de tren en NY. Un piloto de las Líneas Aéreas Mozambicanas (LAM) se suicidó en Namibia desviando la trayectoria del avión y estrellándose, junto con una treintena de personas más, en el parque natural de Bwabwata, en Namibia. Su suicidio fue contagiado por el de su hijo. Tampoco me extenderé mucho en esa historia.

Se da la curiosa circunstancia que seguramente los errores del accidente de la LAM, respecto a las precauciones a tomar en el caso de cambio de rumbo, fueron aprendidos y corregidos por el presunto suicida de la Malaysia Airlines. Quizás tenga que envainármela y pedir disculpas. Lo haré. Pero ahora adelanto esta hipótesis, porque me parece la más plausible. Lo terrible, lo que produce frío y pánico es que tenga que quién opte por este camino escoja tanta compañía. Esto desconcierta y agrega una dimensión desconocida.


Ciclón


Dicen que hace más de 25 años, por lo menos, que no llovía tanto. La situación en Pemba es catastrófica. Mañana a primera hora voy para allá. He visto las noticias en la TV. Muchas familias desalojadas. La precariedad de las viviendas hace que el agua se las lleve con facilidad. Las carreteras están cortadas, los ríos desbordados y las calles y barrios inundados. Este año no ha habido cólera en la provincia hasta ayer por primera vez en muchos. Espero que siga, pero los riesgos ahora son enormes. Trataré de contar la situación mañana, si las condiciones lo permiten. Mientras dejo un par de fotos de lo que vi hoy en la carretera, regresando a Montepuez. 





jueves, 27 de marzo de 2014

Vado

Hoy no hemos podido llegar a Balama. Ha llovido mucho todos estos días y particularmente esta noche pasada. Uno de los ríos que atraviesa la carretera ha desbordado el vado que permitía superarlo y ha roto la vía. Hemos tenido que dar marcha atrás. Mañana será otro día. Si todo va bien será en Namuno, pero esta noche no tenemos la certeza de como estarán las carreteras. Ya se verá. Hace muchos años, según cuentan, que no llovía tanto. El tiempo es fresco y por la noche, en Montepuez, casi se pasa frío.  

En el lugar en el que se ha agrietado la carretera estaba, entre otras muchas personas, Antonio. Antonio lleva toda su vida en Mozambique. Su padre era un colono portugués y él decidió quedarse tras la guerra de la independencia. Su casa está muy cercana al río y tiene un buen terreno que le provee de lo necesario. Hablamos un poco. Veo que tiene una lesión en la piel entre la nariz y el ojo derecho. No tiene muy buen aspecto. Me pregunta que hay que hacer con ella. Le respondo preguntándole si le puedo hacer una foto. Acepta. Se la hago y cuando regreso se la envió a mi amiga Laura que es dermatóloga. Confirma mis sospechas y me dice que requiere un tratamiento quirúrgico. Veremos dónde, cómo y cuándo. No está fácil.  Maputo está verdaderamente lejos en muchos sentidos.


Hoy tampoco hay luz. Apenas internet. Pronto van a desconectar el generador. No sé si dará tiempo a enviar este post. Todo está tan frágil. Parecen unos días de derribo, pero los veo de construcción. Ya nada es igual, se transfiere para crecer, para la libertad, para ser autónomo y solidario. Ojala que para la alegría. Como decía, mañana más y todo nuevo.   









miércoles, 19 de marzo de 2014

Gesto

Si hoy tuviera que escribir una entrada al blog seguro que no hablaría del cansancio de estos días, ni de la tristeza que tengo de dejar todo esto. Más bien hablaría de las ganas que tengo de escuchar y de observar. De la sorpresa por lo que está pasando. Pero hoy no voy a tener ni lo ánimos ni la destreza de escribir sobre todo esto. Sospecho que ni siquiera dejando la puerta abierta de la mente nadie podría extraer ninguna idea digna de una entrada. Entonces, voy a dejar la mente quieta. Fijada en un punto de luz y dejaré que todo se serene mientras soy consciente de mí ahora y del brillo de la luna en el mar.

Dentro de poco despertaré para ir, como suelo decir, a los distritos. En el camino veré el despertar temprano de la vida. En los cielos las nubes que, en este tiempo monzónico, el paisaje que dibujan en el cielo me parece más admirable que el que veo en la tierra. Pero no podré dejar de poner la mirada en la tierra, verde, roja y ocre, ni en sus gentes desfilando. Que si los niños a la escuela, que si las mujeres a las machambas y a por el agua. Siempre lo mismo, pero no me canso. Como no se cansan ellos.


Luego tengo otros puntos de atención. Que si lo de Crimea, que si lo del avión, que si lo de Catalunya, que si lo de la visita presidencial, que si lo del clásico. Las cosas con las que se llenan las páginas de los periódicos. Otros son los más personales, los afectos, la familia, los amigos, los parte de vida que se distribuye por todos los puntos cardinales en los que el único gesto que verdaderamente vale es el abrazo y donde lo que más sobra son las palabras. Esas que, ni aunque me maten, hoy no quieren salir.


sábado, 15 de marzo de 2014

Kétchup

Estos días son muy diferentes a los de hace unos meses.  Entonces el diario vivir era un presente y una velocidad de crucero. Ahora deberían serlo también, pero están teñidos de mucha despedida. Voy diciendo a la gente más próxima que en unas semanas me voy. Y entonces a todos se nos encoge un poco el alma y a veces parece que a alguien le quiera brotar una lágrima.

En estas  la hermana Teresa, de la orden de la Merced, me lleva a ver las obras de lo que está siendo la futura casa de la comunidad. Son cuatro hermanas, tres mexicanas y una salvadoreña.  Trabajan en diferentes proyectos comunitarios vinculados con la problemática social. Entre otras cosas quieren dar un hogar de acogida a niñas y adolescentes que no tienen donde estar sin correr riesgos.  Aquí la mujer en general, pero especialmente las jóvenes,  vive situaciones en las que pueden ser, por ejemplo, vendidas por sus padres a familias a la temprana edad de nueve o diez años para que se encarguen de la tareas domésticas y del cuidado de los niños de la familia, a cambio de comida y alojamiento. O pueden ser prostituidas por la propia familia para poder comer, sin importarles demasiado las enfermedades que puedan contraer, por no hablar de los embarazos. Ya se sabe que aquí hacerlo sin camisilla puede costar el doble. No hace falta que siga. Las hermanas decidieron pues construir un edificio donde darles acogida y en ello están.  Con el eje de una iglesia, dos construcciones simétricas a lado y lado, con la disposición de un monasterio benedictino, esto es, con las dependencias comunitarias, las cocinas, comedores y cuartos, darán acogida a la propia comunidad y a las jóvenes que allí puedan encontrar refugio, que dicho de otro modo más directo, será como si les hubiera tocado la lotería.

La hermana me habla de la reciente visita de la madre superiora, que recorre y vive durante una semana en cada una de las comunidades que la orden tiene a lo largo del mundo. También me habla del obispo de Pemba y de los sacerdotes. Del conjunto de órdenes que hay en el país.  Me cuenta cosas de su vivir cotidiano, de sus experiencias y sentires.  Me doy cuenta de que es una conectora, en el sentido que utiliza Malcolm Gladwell , este periodista al que tanto admiro y que me ha hecho no pocas veces cambiar los apriorismos que tenía sobre las cosas y del que me acuerdo siempre que tomo aquella conserva de tomate que se llama kétchup.


Yo sé que puede parecer que aparentemente no le haga justicia si uno lee, en la palabra conector, una frivolidad. Pero estoy hablando de quienes transforman el entorno preguntándose, conociendo y actuando. De quienes tienen los deberes hechos porque han trabajado mucho, calladamente y rigurosamente, para ofrecer la respuesta adecuada.




viernes, 14 de marzo de 2014

Silencio

Una de las cosas más importantes que estoy en proceso de aprender aquí es el uso y la forma del diálogo. Yo tengo, entre muchas otras cosas a mejorar, un pésimo uso del diálogo. Esta es una de las innumerables cosas que aún me quedan por aprender y el tempo se acorta. Seguramente aquí he aprendido algo que espero me sirva para el futuro. Ahora he sido consciente. Espero que, tras la interiorización, con la práctica y alguna ayuda me permitan fijarlo.

Observar la forma de hablar: el uso de la palabra, la entonación, el ritmo, el volumen, el gesto, la mirada y otros detalles generales, junto con aquellos más particulares y específicos de cada persona, es el medio inagotable y generoso de esta enseñanza. Aquí el diálogo es una experiencia fascinante. Lo primero que dice la gente cuando habla es expresar agradecimiento por poder hacerlo y segundo pidiendo permiso. Luego expone. Mientras, quién lo escucha ya sea uno o varios, callan y respetan. Luego, cuando se termina de hablar, hay una pausa, no muy larga pero si suficiente para que se note. Como si en aquella pausa se condensara el entendimiento de lo dicho y el planteo de una réplica que no solo tuviera en cuenta lo que previamente se ha expresado, sino que encuentra el modo de incorporar aquello que acaba de ser dicho, de forma que lo nuevo, lo que va a ser lanzado al auditorio, es la una evolución de una idea enriquecida por los aportes de los interlocutores. El silencio puebla las conversaciones con tanta o más presencias que lo propiamente dicho. A veces, desde mi punto de vista, toma una densidad exagerada, que quizás se deba a la incapacidad de soportar aquel silencio que interpelará mi ansiedad por salir al trapo. Aprender a saborear y aprender del silencio y no solo a contenerlo, hará que las palabras y las pausa sean riqueza que se suma a la construcción de la relación personal. Quizás esto tenga que ver con que es la conversación el soporte de los acuerdos, de lo pronunciado, del camino a seguir. También para construirnos cada uno de nosotros como personas y constituirnos a través sentido, de lo pensado, de lo dicho y lo hecho. La falta del soporte escrito, de la constancia documental ha de verse sustituida por la solemnidad del verbo dicho. ¿O no será justamente lo contrario?

Hay también lenguaje atropellado, mentira, invento, fantasía, verborrea. Claro, todo esto está muy presente también. Pero de esto no estaba hablando.


El descubrimiento de esta capacidad y competencia del diálogo, seguramente más presente en las áreas rurales que en las incipientemente urbanas, tiene aquella condición y presencia de momento importante que, por otra parte, no impide la sonrisa o el ingenio. 

lunes, 10 de marzo de 2014

Café y Barça

Hace más de un mes que no tomaba café del bueno. La cafetería, a la que solía ir entre 9 y 10 de la mañana, estuvo cerrada por vacaciones en febrero. Avanzado marzo, he tenido la oportunidad de volver. Está en el otro lado de la manzana[1] en la que está mi oficina. Allí voy a pie. Está muy cerca. Tengo dos maneras de ir. Una es contornando la manzana y la otra es atravesándola. Imaginemos un interior de una manzana de casas incompleta. Apenas estará construida a mitad de las posibilidades de edificación. Esto es, menos de la mitad del perímetro y alguna construcción en medio. El resto es campo. Casi siempre prefiero atravesarla. Es cada vez un desafío creciente. En octubre y noviembre era un erial, un secarral. Con las lluvias empezaron a crecer plantitas. Estas plantas fueron creciendo. Hoy, el sendero que atraviesa la manzana de menos de medio metro de anchura es un estrecho pasillo con plantas a lado y lado que me ocultan. En resumidas cuentas, atravieso una selva.

En la cafetería tomo café solo y cada vez con menos azúcar. Es excelente, de marca Delta. Lo acompaño con una pasta salada. Luego compro una botella de agua en la tienda vecina y regreso a la oficina. Con aquello pasaré hasta las tres de la tarde o, como dicen aquí, las quince horas. Casi siempre voy solo. Si me acompaña alguien del trabajo trato de convencerlo de atravesar la manzana. Pero en general fracaso. Prefieren contornarla. No quieren exponerse al peligro o prefieren el bullicio de la calle que también está lleno de interés.

Pasa también que, en las aldeas más lejanas o paseando por las ciudades más populosas, siempre veo niños y jóvenes con las camisetas del Barça. Son camisetas de todas las temporadas, en general de muchos años atrás. Es como un museo al aire libre de camisetas raídas. No sé si será mi percepción selectiva pero las veo más que las de cualquier otro club.  Es curioso lo de este club. Que haya llegado tan lejos y que sea capaz de teñir de azulgrana por algún momento el paisaje más recóndito nunca deja de sorprenderme. También hay del Madrid, del Manchester U, del Milán, de la selección portuguesa, de la selección española, de la selección del Brasil y de la Argentina. Hasta vi una del Llagostera.  Les gusta el fútbol y en cualquier momento arman un partido. Juegan descalzos, con todo el ardor.





[1] Manzana de casas, isla de casas, una cuadra.

sábado, 8 de marzo de 2014

Garimpeiros

Encaro las últimas semanas. Lo bebo todo con fruición y a la vez con resignación. Que África te marca con un hierro incandescente está fuera de toda duda. Solo el cielo y estos horizontes te salvan y te ayudan a superar el dolor de esta marca. Una marca que quieres tener, como otras de las marcas que tienes en tu cuerpo. Otra cicatriz más. Alguna por fuera y otras por dentro. Un cuerpo como un mapa, como las líneas que no alcanzan a delimitar lo infinito. Algunos quieren salir como desesperados y otros no querríamos salir nunca, sino fuera porque otros anhelos y otras fronteras están esperando afuera. O solo sea el fluir de la vida que va poniendo los desvíos que corresponden sin saberlo. Las marcas que indican los caminos y, en la encrucijada, siempre el camino difícil. Allí donde está  el recodo de la paz oculta. ¿O no buscan sino esto los garimpeiros con los que me cruzo tan a menudo? Busca y buscan hondo. Sin apenas protección. Ni entiban ni se ponen casco. La luz que esperan, que no es la que tienen, es la que producirá, en medio de la oscuridad, el pico con la piedra del rubí. El fulgor del fuego libre que nace en los sueños y espera habitar la estancia grande, la casa de los techos altos, las ventanas abiertas y los horizonte nuevos por lo que no transitaste aún.

Ya vas viendo la señal del tiempo. Aprendiste a saber en qué momento eres llevado. En qué momento has de reinventarte o dejar de contaminarte o no traicionarte, o crear o aceptar. 
Escribo esto en un momento en el que sospecho nadie me leerá. Es la noche de un sábado, la víspera de un domingo en el que nadie imagina que tengo que ir a trabajar a un distrito pobre, con gente que parece que emplea este tiempo para no penalizar otro tiempo. Vaya a saber. A mí no me importa. Solo sé que he de estar. Es como cuando en otro tiempo atendía llamadas en domingo o por las noches y preguntaba débilmente porqué la llamada a aquella hora. Daba igual la respuesta. Tenía que ir. Así hoy. Así mañana. A veces, en estas llamadas de horas inciertas, cogía el coche y al rato me mareaba y bajaba y vomitaba y seguía. Uno nunca sabe que hay en realidad. A veces ni siquiera sabe que hay detrás de lo aparente. Porque nada, o casi, es lo que parece.

Hay quien tiene todas las certezas y yo tengo un montón de dudas aún. Pero voy tras ellas a ver si aclaro algo. Hoy hablo de mí y no estoy seguro que debiera hacerlo. No voy a seguir mucho más. Pero es como lo que decía el Quijote: tú mismo te has forjado tu fortuna. Y hay que apechugar. Pero al menos, oigo, trata de contarla bien.

Hay otros garimpeiros que lavan arena y se entregan a buscar las pepitas y no pueden desconcentrarse, porque no hay tantas. De hecho casi no hay ninguna, por esto buscan el tesoro. Sino lo único que harían es recoger. Un garimpeiro no es alguien que esté entregado a recoger. Esto lo hacen otros. Nadie les dijo que esto iba a ser fácil. Lo entendieron a la perfección. Él se juega la vida en cada envite, en cada picotazo, en cada lavada. Han de tener la vista puesta en la batea con la que juegan como maestros con las densidades, los granos, la dilución, la fuerza centrífuga y la centrípeta, la fuerza de la gravedad. Claro que si viene Alima a bañarse cerca de donde lavan pueden distraerse y esto no conviene a nadie. Ella tal vez se descubra ante quién le regale la pepita más grande. Así, mientras lavan cantan la canción de Alima. Unos y otros saben que hay otra clase de verdad.


En el video, cruzando en coche por una aldea de garimpeiros.



jueves, 6 de marzo de 2014

Macaco

El, en la noche, tiene frío en la cara, en las plantas de las manos y en las de los pies. Para protegerse se tapa la cara con las manos y recoge los pies sobre su vientre. Está medio sentado en alguna de las ramas de un árbol mediano y resistente. Trata de dormir pero sabe que el peligro acecha. El leopardo merodea. Lo ha oído. Además tiene indicios de su presencia. Otros animales han huido hace rato del lugar, sabedores de que no tienen nada que hacer frente a él. De pronto, no es extraño, siente ganas de hacer sus necesidades mayores. Sabe que si estas caen desde aquella altura será descubierto fácilmente. El ruido, el olor, la presencia de la pasta, lo delataran y al leopardo no le costará nada encaramarse a la rama. Tiene la fuerza y la rapidez para dar buena cuenta de él en pocos segundos. Entonces decide hacerlo sobre su mano, aquella que ahora está caliente. Luego depositará la pasta fecal en la corteza de la rama.


Agrego una foto de la sala / casa de espera del hospital que comenté en una entrada anterior y  un corto vídeo de un fragmento del trayecto en el que pasamos bajo dos baobabs con hojas, tan diferentes, al menos para mí, de cuando no las tienen, pero igualmente magníficos.
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domingo, 2 de marzo de 2014

Esperanza


Una cinta de tierra, maltrecha por las lluvias, espera a esta hora. Pasaremos por varias aldeas. Seguramente nos cruzaremos con garimpeiros que, con sus palas y bateas, irán a lavar arena. También adelantaremos aquellas filas de mujeres, que cargan sobre sus cabezas los aperos y la azada, de camino a las machambas. En el término de la distancia estaré reunido en un barracón del hospital de Namuno. Aquel del que explicaba anoche la casa de espera. Una sábana vieja y poco blanca, con la palabra hospital escrita cuatro veces, será la pantalla sobre la que proyectaremos una tabla de Excel en la que trabajaremos toda esta mañana de domingo.  Después, puede que el regreso. Ahora amanece. No sé cómo será el día. Está ahí fuera, esperando. 

sábado, 1 de marzo de 2014

Sala de espera`

Las salas de espera de los hospitales están debajo de un árbol de mango o de un árbol de anacardo. Estos árboles tienen una copa generosa y dan una sombra protectora que  puede cobijar a mucha gente.  Las familias de los pacientes ingresados esperan allí mientras los visitan. Sin embargo, no pocas veces son los pacientes que se valen los que salen hasta allá para visitar a los visitantes.  Los que esperan, que más que una esoera es unm estar, suelen ser las familias extendidas con predominio de mujeres de todas las edades, por esto se concentran muchas personas para cada paciente. Generalmente son familiares que acuden de muy lejos. También hay ingresados que nunca reciben visitas. Estos permanecen resignados en sus camas. Nadie les viene a ver.   

Estas salas de espera se convierten muchas veces en casas de espera. En efecto, la sala de espera se transforma en casa cuando extienden las esteras sobre las que se sientan, comen, comparten o duermen. La espera no será de horas, será de días y allí permanecerán.

Cerca de la estera y protegido por cuatro piedras, con carbón o con leña, hacen nacer el fuego en el que cocinarán. Es esta época del año será maíz o arroz y es seguro que lo compartirán con las familias de las esteras próximas. También lavarán. Lavarán la ropa, lavarán los platos, se lavarán. Veremos las capulanas,  tendidas sobre la hierba, puestas a secar. Llevarán las cazuelas  lavar. Buscarán un rincón recogido, en la extensión del terreno del hospital, para lavarse ellos mismos o a los propios pacientes. De vez en cuando viajarán hasta las letrinas. Otras veces se levantarán para llegar hasta las habitaciones de los pacientes. 

Hay muchas madres con niños pequeños a los que darán de mamar, que lavarán, con los que jugarán, pero la mayoría del tiempo estarán sobre su espalda o su regazo sostenidos por una capulana hábilmente anudada. Son niños que duermen o que miran callados lo que les rodea. Los adultos mayormente estarán sobre la estera, sentados, durmiendo o conversando. Cuando conversan lo hacen en voz baja. La misma que utilizamos cuando hay enfermos cerca. Y a fe que los hay.





sábado, 22 de febrero de 2014

Viajes

Estos días estoy tanto en los distritos, donde la vida es más vida, y las conexiones a internet son tan complicadas que me parece que estoy sumergido en otra dimensión del espacio, del tiempo y de la comunicación.

Hago kilómetros y kilómetros para llegar a cada uno de ellos y los viajes son un permanente asombro. Los monzones y las lluvias han vestido la naturaleza de un verde generoso. Los baobabs han perdido su prestancia, vestidos como están con su follaje que los hace parecidos a los otros grandes árboles. Los ríos bajan caudalosos erosionando lo que encuentran a su paso. Los animales cruzan alegres las carreteras con evidente riesgo mutuo. Kilómetros y kilómetros de una comunión íntima de todo con la naturaleza. Si no fuera por la interminable banda gris de la carretera no hay ningún vestigio de materiales modernos. No se ven ni tendidos de electricidad ni de teléfono y las casas de los poblados no presentan ningún material que no sea el que siguen utilizando durante decenas y decenas de años. Ni metales, ni plásticos. Ausencia absoluta de vehículos, salvo alguna bicicleta. Hileras de gente de todas las edades caminando por las carreteras en busca de la escuela próxima, del agua, de la machamba, de la casa propia o la de los vecinos. En una forma de vida que parece milenaria y que tiene el sabor de la más simple de las felicidades, de la sustantiva.

Y más arriba, el cielo. Con este espectáculo siempre renovado de las nubes que todo lo cruzan y lo forman. Que presenta tantos escenarios como miradas haces. Al norte con la lluvia que cae con cortinas atroces o con cortinas suspendidas de una lluvia que no terminará de llegar al cielo. Al este, con un arco iris formado por los rayos que atravesaron otra lluvia. Al sur con una masa grisácea, oscura y relampagueante que hace temer a los que nos dirigimos a ella o nos alivia cuando la dejamos atrás. Al oeste, con el cielo como pintado por un artista que hace de los rojos, los amarillos y los azules la fuente de cualquier evocador paisaje para la escondida y secreta mirada interior.


Y luego, al llegar a cada distrito, el trabajo con la gente. Allí donde las horas van a pasar sin darte cuenta. Donde vamos a hablar de lo nuestro. De salud y como trabajar con ella casi sin nada. Con las manos, la cabeza y el corazón. Con cuatro euros por habitante y por año, quizás con cinco si es buen año. Donde aprenderé tanto y donde comparto lo que sé. 






Puestos de venta en la carretera y donde duermo en Montepuez

domingo, 16 de febrero de 2014

San Valentín

Siempre me han llamado la atención las vidas de los anacoretas y las vidas de las esposas de los científicos. Me parecen dos mundos tan fascinantes como inaccesibles. De ambos dudo que nunca llegue a saber mucho o, al menos, no mucho más que superficialidades. Es sobre alguno de estos algos, de alguna de estas superficialidades, que diré una o dos cosas, no mucho más, pero que servirá para la entrada de hoy. 

Estoy apenas despertándome y la disposición de mi ánimo es aquella que uno tiene cuando acaba de despertarse, es muy temprano, ha estado lloviendo toda la noche y ha escuchado durante horas la gota, que cae de la gotera, que ha estado golpeando el balde que coloqué a media noche para recogerla, después que me levantara para orinar y me llevara la sorpresa de la casa inundada cuando a oscuras noté los pies mojados al dirigirme al cuarto de baño.

Pues bien, retomo lo que anuncié en el primer párrafo. Entre las vidas del primer mundo me viene a la cabeza la de Pacomio, de la que no diré nada ahora, tal vez otro día y explicaré porque la tengo en la cabeza. Entre las vidas del segundo de los mundos no diré mucho más, pero sí algún detalle que será mucho menos excelso que la vida del padre del yermo.

Recuerdo bien porque me fue dado viajar en un tren de alta velocidad de Madrid a Córdoba. Hará ya algunos años. Tenía que encontrarme con un profesor para hablar de su posible participación en una jornada sobre la salud pública y la naturaleza. Ahora mismo no recuerdo su nombre pero si el de su esposa: Esperanza Carnicero. Esperanza me esperaba en la estación del tren y él se incorporaría más tarde, tenía trabajo. Ella me comentó que él se dedicaba a investigar temas medioambientales en relación con el cambio climático. Específicamente su tema de interés era el ciclo del fósforo y su mineralización. Se ocupaba de investigar como evitarla a través de producir o estimular el crecimiento de hongos que lo solubilizaran. No sé si era exactamente esto o algo parecido. También me habló de ella, con aquel desparpajo y gracia andaluza. Me dijo que era ingeniera aeronáutica pero que tras unos años trabajando en Getafe se había casado y era la feliz ama de casa y madre de cuatro hijos. Pero esto no es lo que hizo que retuviera mi atención sino aquella definición que ella había adoptado de lo que para ella era amor: aquel estado en el cual la felicidad de la otra persona era esencial para uno mismo. Ella había aprendido esto leyendo los libros de Robert Heinlein, nada más apropiado ni más recomendable a mi modo de ver, para la mujer de un científico, con los que se distraía en los pocos ratos libres que les dejaba la atención al hogar y a sus hijos. Más tarde, cuando él llegó, paseamos por Granada y por vez primera entre en la mezquita y me quedé muy impresionado, estuvimos en aquellos patios de naranjos, hablamos de lo que teníamos que hablar y de Maimónides. No conseguí su participación en la reunión, pero di por bien empleado el viaje. Regresé a Madrid y de allí a Barcelona. 

Y ahora, en las ensoñaciones del cerebro en esta hora temprana, he evocado aquel momento y ha reverdecido esta definición de amor.



(Heinlein es uno de los grandes autores de la ciencia ficción, a la altura de Asimov y de Clarke, con una vida personal apasionante y nada fácil y con una profundidad de pensamiento, a mi modesto parecer, absolutamente rescatable)

viernes, 7 de febrero de 2014

 La radio

La aproximación y la repulsión. Hoy no puedo deshacerme de la radio. Está demasiado viva y toca las fibras más hondas. Muy a menudo se entremete en el espacio propio, en el cálido receptáculo de lo que tengo, es decir de lo que soy. Y dentro encuentro hasta la grapa que puede convertirse en mano amorosa que me mece.

La falta de capacidad creativa o lo que otros llaman, con superchería mal disimulada, infantilismo parece un pecado que adolecemos los que tratamos de comunicar algo desde el sentimiento para huir de la angustia o para lanzar disimuladamente la impudicia contenida. Hubo o hay, me temo, un momento maldito en que los niños viven realidades adultas: los niños soldados, los niños putos, los niños trabajadores, los niños que hacen de adultos, impedidos de capacidad creadora para ser ellos mismo, de ejercer su oficio: ser bien aventurados. La infancia ha perdido casi toda su identidad. Las tecnologías se encargan de devorar la infancia. Antes, con la lectura, se daba punto final a la infancia. Desde el nacimiento hasta el primer libro, merecedor de tal nombre, había un espacio libérrimo y mágicamente vacío. Ahora, no sé cuándo ni cómo está pasando esto, solo puedo recuperar cosas buceando en mí mismo.

Porque con la lectura llegan los secretos. Los secretos de la cultura son el espacio donde se salvaguarda todo lo antinatural. La cultura enmascara todo. ¿Son entonces los niños los mensajeros de lo que no vemos? Habremos ya olvidado la necesidad de reproducirnos para que alguien pueda volver a vivir. Aquí veo a los niños jugando a con los juguetes que se fabrican, ya lo dije en otro momento, con los coches movidos y guiados con palos.

La idea de infancia en el mundo medieval pasó a mejor vida por la falta de vergüenza. Los niños habían de nacer adultos escuchando los arpegios y superando la muerte amenazadora: la que venía con las enfermedades, las guerras, los asaltos. De hecho muchas veces no tenían nombre hasta que no era más que probable una cierta vida adulta. Eran almas baratas que aspiraban a pronunciar o a escribir las ideas que le permitirán sobrevivir. Expresar algo que pueda saltar la repulsión. Como si por fin lograran la nueva forma de estructurar el pensamiento.

Algunos de estos pensamientos los fui pergeñando escuchando la radio. La radio me ha acompañado siempre. Creo que sería más adecuado decir que ya me he encargado que me la radio me acompañara.  Desde buscar con que aparato hacerlo, hasta saber las emisoras que en cada lugar valen la pena.

Pienso en los somieres metálicos que me servían de antena para las radios de galena, que luego fueron de transistores, de mi infancia hechas con mis manos. O las radio de válvulas y de lámparas del living de casa de mis padres. Hasta las radios pequeñas y portátiles para poder ir a cualquier lado. O las radios ahora de los móviles o la de la tableta. Y, ahora, en las radios virtuales, con los podcasts, puedes hasta recuperar lo que pensabas que nunca recuperarías, tú que habías pensado que una de los milagros de la radio era escuchar aquello en el momento y en directo y que ya nunca más oirías.

Ahora ya hemos llegado a la edad en la que no hubiéramos nunca pensado que llegaría, si no fuera porque todo lo imaginado puede convertirse en real. A la edad de la vida en la que te llaman a la edad que no tienes para volver a escuchar el grito. Tened cuidado los que tenéis niños en la edad propicia para que alguien les injerte, tal vez vosotros mismos, el germen del miedo.


Dedico este post a los niños y niñas con los que me cruzo casi cada tarde, que nos saludamos con un: Salama! que nos sonreímos; que levantamos el pulgar y que nunca leerán esto, pero que nunca dejarán, como yo, de sorprendernos.

Tati

La mort de la Tatiana Sisquella m’ha tocat. Era com de la família. Però què dic! Si he viscut sol tots els anys que ens hem conegut. Sempre la havia dut penjada de l’orella quan tornava caminant molts dies de la feina a casa. O quan arribava a casa i desplaçava contundentment la soledat. Era, generalment, al final del programa de La Tribu. Però tinc la consciència que la petita família circumstancial que formàvem ella i la tribu i jo, caminador, no s’ha esberlat amb la seva marxa. Sí, em sembla sentir-la ara, tan lluny, com si estigués aquí. 

miércoles, 5 de febrero de 2014

Sueltos

El sábado pasado presencié el accidente fatal de un motorista con un todo terreno. Ahorro los detalles. La inmensa mayoría  de los conductores y pasajeros de motos no llevan cascos. No es extraño ver en la moto tres y cuatro pasajeros con sus equipajes. A veces es una familia entera, a veces compañeros de trabajo. He llegado a ver en una moto una cabra como pasajero. Los mismos policías de tráfico van a en moto sin casco y ocasionalmente multan a motoristas sin casco. La compra de una moto, para incentivar la prudencia, incluye siempre un casco. Pero lo que deduzco es que lo deben guardar en casa. Paradójica y sorprendentemente anteayer vi un ciclista con casco de moto: creí ver un marciano.

Hace días que no escribo en el blog. Pero cada día he pensado en hacerlo. Estaba esperando la disposición del ánimo para eso. A menudo cuesta tanto transformar las sensaciones, las ideas, las vivencias en palabras. Y tal vez esto es menos difícil que ponerlas en algo mínimamente presentable. Hoy creo que puedo enviar algo, modesto, pequeño, como los sueltos en unas páginas interiores de un diario personal que busca acercarme a algo, a alguien nunca sé muy bien quien es, pero que intuyo. Esto importa bastante menos que la ayuda que obtengo, que me doy, cuando tecleo.


Ayer pensaba que si en el Índico se diera el oleaje que ha habido en España los días pasados, los efectos sobre mi casa serían los de un verdadero tsunami. Ahora veo alejarse la tormenta sobre el mar. Ya ha anochecido y los relámpagos dan a la inmensidad del espacio marino la apariencia de un teatro wagneriano. Las nubes fulminadas, los resplandores, el zigzagueo de las luces, los reflejos sobre las aguas, el rielar de los rayos se abre ante mis ojos como la paz que me acompaña tras la tempestad. Pero ahora que termino a escribir esto todo vuelve a empezar, vuelve a descargar. Es como la vida…

jueves, 30 de enero de 2014

Naturalidad

Mil millones de personas se estima que en el mundo practiquen el fecalismo a cielo abierto. Con estas magnitudes no es extraño que en este entorno, que dispone de tan pocas facilidades para para poderlo hacer con la privacidad y la intimidad con la que solemos hacerlo en otras latitudes, uno se encuentre con una relativa facilidad personas obrando.  Caminar en las cercanías de la ciudad o de los barrios exige una cierta atención para ver donde pone uno los pies.

Lavarse es otra de las prácticas que, en ausencia de una casa de banho, uno tiene que hacer diariamente en un lugar apropiado. Así pues, no es extraño tampoco ver a las personas lavándose en algún lugar medianamente protegido. La desnudez inherente se revela natural en este espacio de tiempo, que contrasta con el puritanismo con el que se muestran vestidos. A mí me llama la atención como frotan las plantas de los pies contra las piedras planas, dispuestas en el suelo, para limpiar y alisarlas.


Ver a dos muchachos jóvenes, o no tanto, de la mano por la calle no indica que se trate de ninguna pareja. La amistad la expresan en el mismo sentido que en nuestras calles habíamos visto a las muchachas y que poco a poco ha ido desapareciendo.  


miércoles, 29 de enero de 2014

Balalaika

Había una vez un soldado que estaba haciendo prácticas en las estepas siberianas para mejorar sus habilidades pilotando el Микоян и Гуревич МиГ-21. Tras algunos divorcios había conseguido tal estabilidad en su vida afectiva que decidió, no solo ausentarse por un año de su casa situada en uno de los más exclusivos complejos militares  del país, sino dar poderes  a su preciosa mujer para que pudiera administrar sus bienes.

Quién maneja una Balalaika es un tipo especial. Ha nacido soñando con el espacio abierto y, a la vez y esto no es menor, ser capaz de concentrarlo en un instante para que el arma que lleva en la tripa impacte contra otro pájaro de hierro y de fuego. Ha de ser un tipo capaz de vencer al vértigo y de ubicarse en lo imposible, en las mil dimensiones del aire y no perder el sentido ni el aliento.

Un tipo de estos ha tenido una formación de lujo. Arriesga cada día la vida, pero sabe de todo y le pagan muy bien.  Le harán mil entrevistas, exámenes, le mirarán la sangre y lo que no se puede escribir. Estudiará miles de horas. Entrenará diez mil, en el aire, en el mar y en la tierra. Habitará las aulas y las salas de mapas más que su propia casa. Llegará al límite de sus capacidades y deberá decidir y vencer. Romperá la barrera del sonido y soportará todas las gravedades. Tantas que no sabrá caminar al poner los pies en el suelo.


Puedo entender que joda que la mujer que amas y en la que has depositado toda tu confianza te robe y esté compinchada con tu hijastro para plumarte todo lo que tienes. Pero de esto a que regreses de sorpresa desde los confines del círculo polar ártico y que les descerrajes un tiro a ella, a él y a ti mismo hay un abismo. ¿Qué te pasó, brother?



martes, 28 de enero de 2014

Paquite

Empiezas a conocer el silencio en la mitad de la tarde, cuando ya se escapa, y tomas el camino de Paquite.




Ya no buscas la sombra del nombre, solo la luz que está delante. Vives.


jueves, 23 de enero de 2014

De lejos

Así llegan las lluvias.

Antes ascenderá el calor de la tierra, que podrás oler, y sabrás que la llegada es inminente.

Unas gotas… y de pronto el agua se descuelga.


Al día siguiente, como en otras latitudes la nieve, aquí retiran el barro, la tierra o la arena, que dejan intransitables los caminos.




martes, 21 de enero de 2014

Ciento cuarenta y cuatro

Los sonidos que ahora mismo escucho son los de la lluvia, los de las olas del mar llegando a la playa, los de algún ladrido de perro y acaso los de mi propia respiración.

El de la lluvia es múltiple. Es diferente el sonido que hace cuando cae sobre el techo de la casa, que cuando lo hace sobre la hoja de cinc que esta sobre la puerta de la cocina que da al patio. También es diferente su sonido cuando cae en la tierra que cuando lo hace en un charco que en la misma tierra ha formado, como también es diferente cuando cae sobre los árboles o arbustos de hoja pequeña o de hoja grande. En estos últimos aprecio que hay el sonido de la caída de la gota sobre la hoja y luego el sonido más fluido del minúsculo chorrito que se forma al confluir todas las gotas sobre el envés y precipitarse al suelo. También, mientras escribo esto, percibo como las olas van aumentando su energía y como se han añadido a los sonidos el sordo de alguna almendra que cae sobre el tejado de la casa. También noto como caen las gotas dentro del balde que coloqué para recoger las de la gotera que está en la habitación de al lado.


Aíslo mis pensamientos para concentrarme en estos sonidos y, aún más, trato de ni pensar en lo que escucho. Si quizá vuela alguno, es para pensar en estos mismos sonidos, cien o doscientos metros más allá, donde las palhotas. Allí, el agua tal vez descalza el zócalo de las paredes exteriores y quiera entrar por donde no debe.

jueves, 16 de enero de 2014

Desolación

Las lluvias en los agujeros de las carreteras crean charcos. A veces algo más que esto. Dan para que una persona pequeña pueda entrar en ellos como quién entra en una bañera. Algo de esto debió suceder esta mañana, cuando una mujer joven, casi una niña, se sumergió en uno de ellos. Para ser más preciso, allí la vi cuando yendo en coche giré a la derecha en un lugar que le digo la bola del mundo, porque allí hay una en la pequeña glorieta que está en la mediana con la figura de una pequeña esfera geográfica a modo de monumento, para incorporarme a la carretera principal. El susto que tuve fue mayúsculo. Más que susto, horror. Como giro a la derecha y voy con la ventanilla bajada veo a la chica. Nos cruzamos las miradas y veo la visión de desolación más grande que hasta ahora he visto. Pero no me puedo detener a sentir esta mirada porque el riesgo es grande. Está en el agujero, medio sumergida, y por el retrovisor veo que se acerca un camión por la carretera a la que me acabo de incorporar.  Me acerco a la cuneta, al paseo, para dejar el coche e ir hacia ya. Me digo: demasiado tarde. Pero una mujer, que también ha visto la escena, ha saltado rauda a la carretera y la arrebata del agujero antes de que el camión, que estaba frenando y consigue detenerse milagrosamente poco antes del cruce. La mujer se la lleva. La mujer es un ángel.

Pienso en cosas que nunca sabré mientras retomo el viaje profundamente afectado. Trato de explicarme lo que pasó y la mirada que me da todos los pretextos, seguro erróneamente, lo que habría pasado. Casi descarto la inconsciencia de hacer semejante baño en parecido sitio. La mirada que recibí me hace pensar en el desespero, un intento de acabar con todo. O tal vez, cruzando la calle tropezó y cayó allí y lo que me imagino estar allí, es la posición de caída en el gran charco con el rictus de dolor y por esto he visto aquella cara.


Veo tantas cosas en las calles. Veo los tullidos, los mutilados, los deformes, los impedidos, los locos. Los veo y nos cruzamos las miradas pero la mirada de hoy la guardaré durante tiempo, ojalá que toda la vida.