Parte
Las lluvias han
dejado su rastro devastador en algunas partes de la ciudad de Pemba,
especialmente en las más pobres. En aquellas donde las casas de bambú, barro y
hierba se adosan a las pendientes de las laderas que dan a la bahía o al mar.
Allí donde se deslava la tierra y la corriente erosiona salvajemente los
zócalos de las casas y la integridad de las mismas se ve amenazada. He podido
ver alguna que ha perdido la verticalidad y los habitantes se afanan en
enderezarlas y calzarlas. He visto alguna derruida. Me cuentan que han
fallecido 6 personas de una familia por un derrumbe.
Las vías de
salida cerca del mar están cortadas y la misma carretera actúa de dique que
impide la salida al mar y forma lagunas. En la parte plana cercana al mar están
construyendo una urbanización si urbanizar, como muchas cosas aquí que son y no
son al mismo tiempo. Pues en esta zona, llamada expansión, las calles casi han desaparecido
y son canales y el agua entra, por todas partes. Las salinas cercanas son una
laguna y los arrozales parecen marismas. Así esté el panorama.
Los baches crecen
en las calles y la arena invade las calzadas y andan recogiéndola. Es una arena
buena que luego venden. Hay poco barro, pero como hay tanta basura salvaje el
agua la amontona en las cercanías de la playa y salta al mar. Este, el mar, se
viste con una puntilla asquerosa impropia de un ser de su categoría, pero no es
culpa suya. Somos los humanos quienes lo degradamos tanto.
Entre tanto,
desde la perspectiva de los servicios de salud es la lucha contra las diarreas
y el cólera lo que nos ocupa. Conseguir que la población, en medio de tanta
agua, tome el agua y los alimentos en condiciones. Hay demasiadas amenazas. Otros
se ocuparan que la gente duerma a cubierto y que se apuntalen las casas. En
fin, lo que para otros países esta lluvia sería una anécdota, aquí adquiere en
algunos barrios tonos de tragedia.
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