sábado, 8 de marzo de 2014

Garimpeiros

Encaro las últimas semanas. Lo bebo todo con fruición y a la vez con resignación. Que África te marca con un hierro incandescente está fuera de toda duda. Solo el cielo y estos horizontes te salvan y te ayudan a superar el dolor de esta marca. Una marca que quieres tener, como otras de las marcas que tienes en tu cuerpo. Otra cicatriz más. Alguna por fuera y otras por dentro. Un cuerpo como un mapa, como las líneas que no alcanzan a delimitar lo infinito. Algunos quieren salir como desesperados y otros no querríamos salir nunca, sino fuera porque otros anhelos y otras fronteras están esperando afuera. O solo sea el fluir de la vida que va poniendo los desvíos que corresponden sin saberlo. Las marcas que indican los caminos y, en la encrucijada, siempre el camino difícil. Allí donde está  el recodo de la paz oculta. ¿O no buscan sino esto los garimpeiros con los que me cruzo tan a menudo? Busca y buscan hondo. Sin apenas protección. Ni entiban ni se ponen casco. La luz que esperan, que no es la que tienen, es la que producirá, en medio de la oscuridad, el pico con la piedra del rubí. El fulgor del fuego libre que nace en los sueños y espera habitar la estancia grande, la casa de los techos altos, las ventanas abiertas y los horizonte nuevos por lo que no transitaste aún.

Ya vas viendo la señal del tiempo. Aprendiste a saber en qué momento eres llevado. En qué momento has de reinventarte o dejar de contaminarte o no traicionarte, o crear o aceptar. 
Escribo esto en un momento en el que sospecho nadie me leerá. Es la noche de un sábado, la víspera de un domingo en el que nadie imagina que tengo que ir a trabajar a un distrito pobre, con gente que parece que emplea este tiempo para no penalizar otro tiempo. Vaya a saber. A mí no me importa. Solo sé que he de estar. Es como cuando en otro tiempo atendía llamadas en domingo o por las noches y preguntaba débilmente porqué la llamada a aquella hora. Daba igual la respuesta. Tenía que ir. Así hoy. Así mañana. A veces, en estas llamadas de horas inciertas, cogía el coche y al rato me mareaba y bajaba y vomitaba y seguía. Uno nunca sabe que hay en realidad. A veces ni siquiera sabe que hay detrás de lo aparente. Porque nada, o casi, es lo que parece.

Hay quien tiene todas las certezas y yo tengo un montón de dudas aún. Pero voy tras ellas a ver si aclaro algo. Hoy hablo de mí y no estoy seguro que debiera hacerlo. No voy a seguir mucho más. Pero es como lo que decía el Quijote: tú mismo te has forjado tu fortuna. Y hay que apechugar. Pero al menos, oigo, trata de contarla bien.

Hay otros garimpeiros que lavan arena y se entregan a buscar las pepitas y no pueden desconcentrarse, porque no hay tantas. De hecho casi no hay ninguna, por esto buscan el tesoro. Sino lo único que harían es recoger. Un garimpeiro no es alguien que esté entregado a recoger. Esto lo hacen otros. Nadie les dijo que esto iba a ser fácil. Lo entendieron a la perfección. Él se juega la vida en cada envite, en cada picotazo, en cada lavada. Han de tener la vista puesta en la batea con la que juegan como maestros con las densidades, los granos, la dilución, la fuerza centrífuga y la centrípeta, la fuerza de la gravedad. Claro que si viene Alima a bañarse cerca de donde lavan pueden distraerse y esto no conviene a nadie. Ella tal vez se descubra ante quién le regale la pepita más grande. Así, mientras lavan cantan la canción de Alima. Unos y otros saben que hay otra clase de verdad.


En el video, cruzando en coche por una aldea de garimpeiros.



No hay comentarios:

Publicar un comentario