Viajes
Estos días estoy
tanto en los distritos, donde la vida es más vida, y las conexiones a internet
son tan complicadas que me parece que estoy sumergido en otra dimensión del
espacio, del tiempo y de la comunicación.
Hago kilómetros y
kilómetros para llegar a cada uno de ellos y los viajes son un permanente asombro.
Los monzones y las lluvias han vestido la naturaleza de un verde generoso. Los
baobabs han perdido su prestancia, vestidos como están con su follaje que los
hace parecidos a los otros grandes árboles. Los ríos bajan caudalosos
erosionando lo que encuentran a su paso. Los animales cruzan alegres las carreteras
con evidente riesgo mutuo. Kilómetros y kilómetros de una comunión íntima de todo
con la naturaleza. Si no fuera por la interminable banda gris de la carretera
no hay ningún vestigio de materiales modernos. No se ven ni tendidos de
electricidad ni de teléfono y las casas de los poblados no presentan ningún
material que no sea el que siguen utilizando durante decenas y decenas de años.
Ni metales, ni plásticos. Ausencia absoluta de vehículos, salvo alguna
bicicleta. Hileras de gente de todas las edades caminando por las carreteras en
busca de la escuela próxima, del agua, de la machamba, de la casa propia o la
de los vecinos. En una forma de vida que parece milenaria y que tiene el sabor
de la más simple de las felicidades, de la sustantiva.
Y más arriba, el
cielo. Con este espectáculo siempre renovado de las nubes que todo lo cruzan y
lo forman. Que presenta tantos escenarios como miradas haces. Al norte con la
lluvia que cae con cortinas atroces o con cortinas suspendidas de una lluvia
que no terminará de llegar al cielo. Al este, con un arco iris formado por los
rayos que atravesaron otra lluvia. Al sur con una masa grisácea, oscura y relampagueante
que hace temer a los que nos dirigimos a ella o nos alivia cuando la dejamos
atrás. Al oeste, con el cielo como pintado por un artista que hace de los
rojos, los amarillos y los azules la fuente de cualquier evocador paisaje para
la escondida y secreta mirada interior.
Y luego, al
llegar a cada distrito, el trabajo con la gente. Allí donde las horas van a
pasar sin darte cuenta. Donde vamos a hablar de lo nuestro. De salud y como
trabajar con ella casi sin nada. Con las manos, la cabeza y el corazón. Con
cuatro euros por habitante y por año, quizás con cinco si es buen año. Donde aprenderé
tanto y donde comparto lo que sé.
Puestos de venta en la carretera y donde duermo en Montepuez