viernes, 30 de agosto de 2013

Juguetes

Aquí los niños que están en la esplendorosa edad de jugar, es decir entre los 7 y los 12 años, fabrican sus juguetes. No los compran. Tengo la duda de si se los hacen, pero apostaría a que los construyen ellos mismos. Puede ser que los más pequeños reciban alguna ayuda de algún compañero suyo mayor. El juguete estrella es el automóvil. En realidad no debería llamarse así, porque va propulsado por una caña larga que, sostenida por la mano del niño y solidaria con la estructura del vehículo, lo empuja. Así pues es frecuente ver niños, con esta caña o bastón que empujan estos coches o carros, circulando a toda velocidad, o a veces más moderadamente, por las calles y caminos polvorientos de los pueblos y aldeas.

La caña a veces puede llegar a ser un auténtico volante. Debidamente abierta en el extremo próximo a la mano en cuatro segmentos inscritos en un aro, permite que el extremo distal, el que se une al coche, con un ingenioso mecanismo gire el tren de ruedas delantero del vehículo y gire. El chasis es un cuadrilátero de cañas o maderas, a veces rectangular a veces trapezoidal, sobre el que pueden colocar una lata de conserva que hace las veces de habitáculo descubierto. Dos ejes sostienen las ruedas que suelen ser tapones de rosca de botellas con el cuello ancho. Quizás sea el único elemento plástico del juguete. Otras veces son discos más o menos anchos de madera. Este habitáculo puede ser tan sofisticado como uno pueda imaginar.  

Dan ganas de fotografiarlos ¿verdad? Tal vez lo haga algún día, pero tenemos que trabajar más la confianza y la comunicación mutua. Todavía tengo un poco de pudor para usar la cámara. No creo que la pueda usar para retratar los juguetes así, sin más. Siento que tengo que seguir hablando más con ellos y, si se da, pues haré la o las fotos. Entretanto he tratado de explicarlo. Quizás los lectores que hayan visto estos artilugios pueden dar fe de esto, o corregirlo, o hacer aportaciones nuevas.


Es inevitable el contraste e, inmediatamente, la reflexión entre los juguetes de la modernidad y los de la tradición. También me pregunto si estos tienen marcada, en los bajos, la fecha de caducidad.


jueves, 29 de agosto de 2013

Sirviente

Hoy se han ido todos a una formación. No debería casi mencionarlo. Sucede tan a menudo. Se han levantado a las tres de la mañana y a las 8 habrán llegado a Pemba. Suerte que aún no llueve. Si lloviera hubieran tenido que salir ayer o levantarse aún más temprano. No sé cuándo volverán. Dicen que mañana o pasado mañana. Quizás me digan algo, quizás no.

Ya ha pasado esto tantas veces que debería estar acostumbrado. Pero no, no lo estoy. Me entra una especie de enfermedad cuando sucede que me quedo a cargo de todo. Ya sé que he visto de todo, o casi. Pero no me acostumbro.  Yo creo que me rebelo. Me rebelo, pero callo. Y claro, esto sale por algún lugar. Y creo que me sale para dentro. Es como si se enquistara y reventara en algún lugar como detrás del estómago. Allí donde se pierden las tripas, tocando a lo hondo. En el agujero aquel al que me da miedo asomarme. Porque lo he visto. Me he metido algunas veces en el quirófano para acompañar al cirujano que no es cirujano. Al técnico de cirugía este que tenemos desde hace ya un año. Empezó casi sin saber y lo iba guiando. Yo he visto demasiado todo esto y casi me atrevería a hacerlo, pero no. No lo hago.

No pierdo de vista que yo solo soy el sirviente. Lo que tengo que tener esto más o menos limpio y arreglado. No solo los cuartos y los utensilios. También los enfermos. Suerte que mi mujer va a por el agua. También preparamos algo de comida para los enfermos que no tienen familia. Las familias se suelen quedar en la tienda aquella del cólera. O debajo la manguera. Allí cocinan para sus enfermos, pero siempre hay alguno que se queda sin comida.

Hoy me tocará pasar visita a los que vengan. En realidad ellos me deben considerar como médico, pues esperan. Yo los miro, o los toco y les doy algún remedio o alguna medicina. Sé que veo más de su interior cuando los toco y sé mejor lo que tienen. O los ingreso. Los pincho si conviene. O los coso, llegado el caso. Sé que no me gusta. Ya no me pregunto si debo. Pero ¿quién hay si ellos se van? Es mejor que lo haga yo que nadie. Serán niños, mujeres, hombre, viejas, locos, jóvenes, embarazadas.Esto será hoy, mañana y, probablemente, pasado mañana. Hasta que regresen.


También sé que ni me preguntarán que pasó en su ausencia. Ni les importa, porque no pueden hacer nada con el tiempo en que no estuvieron. Ni preguntarán cómo me fue. ¿Para qué? Solo seguirá la rutina.   






miércoles, 28 de agosto de 2013

Distritos

Estos días he estado en los otros distritos donde tiene lugar la parte más sustantiva del trabajo que medicusmundi realiza en la provincia de Cabo Delgado. Son los distritos de Ancoabe, Macomía y Meluco.

Aunque el aspecto físico pudiera parecer semejante he percibido algunas diferencias. Macomía está situado a mayor altitud y la temperatura es algo más fresca. He de decir que ahora estamos en la época del año de menos temperatura y que, en ausencia de lluvia y humedad excesiva, todo es más soportable: desde los desplazamientos por las pistas sin asfaltar, hasta la poca presencia de mosquitos. Por la noche la temperatura y el viento invitan a ponerse alguna ropa de abrigo ligera. Macomía es el lugar donde los esfuerzos de la ONG fueron mayores hasta una época relativamente reciente. Luego hubo un reagrupación de esfuerzos en Montepuez y entregadas las instalaciones a las autoridades locales.   

Meluco me ha parecido el más ordenado, más limpio, más organizado de los distritos que hasta ahora he conocido. No solo era la percepción de las instalaciones asistenciales, sino que el conjunto del municipio mostraba este aspecto y hasta la misma gente. Puede parecer una observación superficial, fruto de la primera impresión, pero mis compañeros, más avezados, coincidieron con la apreciación.

Una situación totalmente opuesta a la que me causó Ancuabe. Aunque no pude dejar de apreciar la masa pétrea que se levanta cerca de la ciudad. Si hubiera tenido tiempo hubiera pedido permiso al régulo para que me dejara subir. El régulo, en la organización social y administrativa de las localidades mozambicanas, es la máxima autoridad, el jefe tradicional. Algo así como el jefe del poblado. La mayoría de las veces está asistido por un cabo de terras o jefe de un grupo de población. Algún día, cuando sepa más del tema, hablaré más de esta figura tan importante en la vida de las comunidades.  

Entre los tres distritos, carreteras mayormente de tierra, algunas asfaltadas. Tramos con incendios. Polvo, polvo y polvo. Algún macaco atravesando la ruta. Aldeas en las que vendían a pie de carretera: jabalíes muertos, artesanías, maderas, piedras de distintos tamaños, carbón vegetal, cestos... A ratos atravesando el Parque Nacional de las Quirimbas.   

También hay que mencionar que he cambiado de lugar de trabajo. Este fin de semana tuvo lugar el traslado de la sede de la Dirección Provincial de Salud a un nuevo edificio. El cambio ha sido notable y estamos todos más confortables y menos hacinados. Hoy ha sido el día de ubicar las mesas y los armarios, de ordenar, barrer y fregar. Mañana todos iremos más alegres al trabajo.

También hoy Begoña e Iván partieron a Maputo tras la visita de seguimiento del convenio. Trabajamos mucho y revisamos todo. Creo que fue bastante bien pues ya sabemos el esfuerzo que tendremos que realizar en los próximos meses, que no será poco. Pero las revisiones ayudan a situarse en donde estamos, que debe ser corregido o mejorado. Los espacios estos siempre son una oportunidad para mejorar y aprender.


Al final del día he ido a visitar a uno de los guardas en su casa que no se sentía bien. He atravesado calles, callejas, pasajes, he pasado bajo un baobab de misterio, he llegado a su casa, he entrado en el quintal, he atravesado la puerta de la casa. Estoy dentro.

Y para terminar, algunas fotografías seleccionadas: 



Indicaciones de como vestirse, especialmente de la relación que tiene que tener la longitud de la corbata en relación con la hebilla del pantalón. Visto en el tablón de anuncios de un centro de salud. 



Venta de Rhino, la ginebra local.



En el mercado de Meluco



En el mercado de Macomía



Sede distrital de salud



Venta de capulanas: 3 metros, 300 meticais, aproximadamente 7,50 €


lunes, 26 de agosto de 2013

La creación del mundo


Hay, unos kilómetros antes de llegar a Montepuez y viniendo de Pemba, unas aldeas que son la puerta de entrada a un yacimiento de oro y piedras preciosas.  Me referí a ellas unas entradas atrás. Al parecer el lugar fue descubierto por un tanzaniano que había trabajado en la minas de Suráfrica. De regreso a su tierra y al reconocer las similitudes del terreno con el que había trabajado, empezó a lavar el aluvión y a picar en las cercanías. No sé si encontraría oro, pero ya se sabe cómo son estas cosas. No importa que sea así. En realidad nada importa. El gesto es la llamada. Un pico y una pala, el banderín de enganche. Decenas de garimpeiros y de mineros de fortuna llenan las aldeas y arriesgan todo en busca de la piedra o la pepita que cambie su futuro. Allí están enlodados. Allí picando las rocas. Allí arriesgando la vida con el mercurio y el oro, para que como inciertos alquimistas fabriquen las amalgamas para llevarse las mayores cantidades. Amalgamas que luego desharán con un calor que pondrá en jaque su salud. Allí están parados con los ojos hinchados, sudorosos y jamás cansados. Ebrios de día por la emoción de la búsqueda. Ebrios de noche no ya por el Rhino que abandonan en favor del whisky o vodka. Las calles de las aldeas tienen el olor de un blues polvoriento. La noche encendida tiene el sonido del rojo. Las calles se cruzan de miradas despavoridas y de ademanes de desconfianza. Vender o guardar. Esconder o comprar. Las putas lo harán sin si pagas el doble. Aquí el dinero fluye. Puedes comprar todo. Tienes dos o tres calles para hacerlo. Y otras cosas si te escondes más allá. Temes al que vendiste el trabajo de una semana por si te va a robar el dinero que siempre te pareció poco por aquella piedra que brillaba y que aún dudas que era. Maldices esta noche tan larga que tan pronto empieza y que quieres que termine pronto. A las tres de la mañana ya estás andando. Hoy si, piensas. Hoy si. La suela del zapato no va a aguantar demasiado. En el hatillo llevas que comer y no olvidas al agua. Ya ni piensas en lo que te hablaron. Olvidas rápido. Para eso no hay tiempo. Me estuvieron mirando. Creo que encontré un lugar nuevo y voy ir pronto. Sé que llamaré la atención. Se acercan dos. Yo callo y voy a lo mío. La luna ayuda a llegar, pero me sé el camino. Algún día descansarás. 







domingo, 25 de agosto de 2013

Fotos de Balama

Este fin de semana visité el distrito de Balama. En Mtete, una de las aldeas del distrito, hice algunas fotos que comparto.


Este es un rincón de la aldea. Se pueden ver las palhotas y la paredes de bambú que a veces delimitan los quintales. 




Sacar y acarrear agua es una de las principales tareas de las mujeres. Se puede apreciar la actitud colaborativa del único hombre dando un bonito ejemplo de implicación en las tareas. 




A los niños les encanta ser fotografiados, pero sobre todo verse después en las pantallas de la cámara. 



Depósito de maíz




En el consultorio médico del Centro de Salud de Mtete. El orden brilla por su ausencia. 



Cama tradicional macua. Podría estar en el Panoramio, pero la dejo en el blog. 


viernes, 23 de agosto de 2013

Crónicas de sucesos

Acusado de brujería. Viejo descuartizado y quemado

Maputo - Los casos de violencia contra las personas mayores están a la orden del día. Un ciudadano identificado como Sábados, de 20 años,  ha sido detenido por la policía, acusado de matar con un machete a un anciano en el barrio de Chimene-2, según los informes, por un tema relacionado con la brujería.
El anciano fallecido respondía al nombre de Suto, tenía 87 años y había nacido en Mafela, provincia de Gaza.
Según los datos de la Comandancia General de la Policía el acusado habría asaltado a la víctima, lo mató y luego quemó el cuerpo, afirmando que el anciano era un hechicero. Sin embargo, no explicó la relación que existía entre él y la víctima, ni cuál fue el móvil del crimen.


Los accidentes matan a 50 personas en una semana

Cincuenta personas murieron, 62 heridos graves y 112 heridos leves, en los 58 accidentes de tráfico ocurridos en la semana del 10 al 16 de agosto en el país. La ciudad de Maputo fue la que registró más casos, seguida de la provincia de Inhambane, con siete casos, seis en la provinicia de Sofala y la provincia de Manica registro cinco.


Otros


La semana pasada la policía arrestó en todo el país a 139 personas acusadas de la comisión de varios hechos delictivos: 80 contra la propiedad, 49 por agresiones a  otras personas y 10 contra el orden público y la tranquilidad.

Notícias y corte de pelo.

Ayer escribí una aproximación a lo que podría ser una crónica de sucesos aquí, pero hoy me llegan noticias frescas de Maputo que hablan del deterioro de la seguridad en la ciudad. También en la prensa aparecieron noticias sobre las acciones del sindicato de cazadores furtivos y la caza del rinoceronte para obtener su cuerno, con las consecuencias que esto tiene sobre los furtivos por parte de los guardias del parque sudafricano en el que estos incidentes tuvieron lugar.  También se comentaban los continuos enfrentamientos entre los chinos y la población local a causa del aprovechamiento de la tierra.

En la sección cultural anuncian la representación en Brasil de la obra Cenizas en las manos por parte de una compañía de aquí. Esta obra presenta el drama de dos sepultureros que, en un país asolado por la guerra, deben cumplir la tarea de hacer desaparecer los cuerpos de los muertos quemándolos. Entre los muertos hay una mujer que sobrevive y los sepultureros, para evitar ser acusados de colaboración con el enemigo, la convertirán en su esclava.

En un tono menor, ayer fui a cortarme el pelo y lo hice en una barraca cerca del Punto de Encuentro. Allí el barbero, un chico de 18 años que quiere ser médico, que estudia de 7 a 12 de lunes a viernes y que abre todos los días su barbería, empezó ni corto ni perezoso la poda sobre mi cabeza. En general, el corte de pelo entre los hombres de aquí es de naturaleza inmisericorde. La verdad, mi cabeza puede soportar este trato. Es una manera más de solidarizarme. Por lo demás decir que fue hecho con una máquina de afeitar sin accesorios. Que una toalla envolvió mi cuello. Que estábamos solos y procedió con presteza. Que respondió lo que quise preguntar. Que tengo casi la seguridad que repetiré cuando vuelva a llegar el día, que visto el resultado serán dos semanas más tarde de lo habitual.


Mañana, viaje a los distritos del interior en los que estaré 4 días. 

miércoles, 21 de agosto de 2013

Málaga

Como ahora todos los derivados de martí me vienen a la boca o a los dedos, que sería lo más propio, no paran de desparramarse en mi mil ideas, imágenes, canciones, olores, letras emes y otras sensaciones, en una inundación que no agota.

En desorden.

Está por ejemplo Mayte Martín cuando canta a Manuel Alcántara, en aquellas que han de ser perdurables canciones, como la que dice: No pensar nunca en la muerte / y dejar irse las tardes / mirando como atardece / ver toda la mar de frente / y no estar triste por nada / mientras el sol se arrepiente / y morirme de repente / el día menos pensado / ese en el que pienso siempre. Hermosa manera de pensar en la vida, conjurando la muerte a través de decir no pensarla, diciendo su nombre.

O la de Por la mar chica del puerto, que para mí es tan música que me conmueve como letra que me sacude. Y que, en el espacio, es capaz de llevarme por una rendija, a la mar chiquita de Manatí, una mar tan distinta, en la que tengo colgados tantos recuerdos, tan diferentes de los que evoca la canción poema.

Y claro, Manuel Alcántara me trae Málaga y desde allí se revuelve mi herencia misteriosa de la abuela que no conocí, pero que alborota mi genética con una presencia cada vez más viva. María Orte, la madre de mi padre,  esta ausencia tan presente, que sorprendentemente se va apoderando de mis células y crece como un jazmín por dentro como si fuera un Boris Vian cualquiera. Nada aparentemente estaría favoreciendo esto, pero me veo en sueños caminando por la calle Larios adivinando cualquier balcón en el que podría haber estado ella. Más tarde, ella, desde otro balcón en Barcelona, asistiría a la caída de un cartel con un “se alquila” en la cabeza de un señor que nació en La Habana y empezaría otra historia. El señor era mi abuelo que, dicen, la miró y ya no pudo dejar de mirarla.

Y Manuel Alcantara me llevaría a Manuel Altoaguirre, otro grande, grande como un mundo, que nació en Málaga también, como Picasso, y que vivió en México. Que nadie nunca diga: «Ayer la vi» o «la veré mañana».

Y de Altoaguirre a otro Manu, interminable.

martes, 20 de agosto de 2013

Cangrejo ermitaño

El otro día, paseando por los manglares de Mecufi, vi un cangrejo ermitaño. El cangrejo ermitaño es un animal muy interesante porque, dado que nace sin caparazón que lo proteja, ha de buscar una concha de un caracol muerto para colonizarla. Es difícil saber cómo y cuándo le empezó a salir, pero le creció una parte de su cuerpo llamada pleópodo, en realidad una extremidad modificada,  que le sirve para agarrase a este caparazón. Caparazón que por cierto no durará siempre. Habrá de ir cambiándolo a lo largo de su vida para que vaya ajustándose, como parece natural, a la evolución de su tamaño.  Y, como parece más obvio que natural, en algunos de estos recambios habrá lucha, pues tendrá que competir con sus congéneres para hacerse con la más apropiada o quizás la más deseada. Los que no lo consiguen se ven obligados a vivir sin protección bajo rocas o piedras. No sé si estos, a la que puedan, van a ir a la busca de una concha o se van a quedar resignados a vivir, con muy poca movilidad, entre las piedras protectoras que en absoluto van a poder llevar consigo.

Le pusieron el nombre de ermitaño cuando para nada es un ermitaño. Es gregario, lo vi muy acompañado. Son también aficionados a escaparse si se les encierra. Precisan agua dulce y salada para vivir. Les encanta las cosas dulces, especialmente la pulpa de la cáscara del anacardo. Si cae cerca, irán a por ella.


Aunque habrá más de uno que piense:” … y todo esto a mi qué me importa”, por un momento tuve la duda de si estaba observando cangrejos ermitaños o seres humanos. 


lunes, 19 de agosto de 2013

Martí

No sé si existe la felicidad en esta vida. Seguramente, cuando decimos esto, alguien dirá que es producto de la inconsciencia o de no mirar suficientemente alrededor. Pero lo que sí hay son momentos felices.

Hoy he tenido uno de estos y de los más grandes. De estos que pasan pocas veces y que por esto son tan especiales, tan dichosos. Casi que uno no puede ni describirlo. Me he puesto a escribirlo temprano para ir destilándolo través de los dedos de la mano. La alegría que viene del corazón va directa al semblante. Escribirlo ya es un proceso más largo. Del corazón a la cabeza, de la cabeza a los dedos, de aquí a las teclas y a este especial trozo de papel que es la pantalla y que se trasforma en eso que llega a tus ojos y de aquí, de nuevo, otro camino. Quién sabe qué llegué y cómo llegue. Pero esto me importa bastante menos que lo que sale.

Se llama Martí y ha llegado al mundo. Bienvenido! Gracias Bàrbara y Pau por hacerlo posible. De nuevo sigue extendiéndose esperanzadoramente la esperanza con la que llega cada nuevo ser a la vida. Y ahora... a acompañarlo en el camino. Para que pueda ser lo mejor que pueda, quiera, sepa ser… Nada fácil el reto. Pero adelante, con todo!  

Y a ti te deseo que luches hasta el cansancio por ser un ser humano digno de tal nombre y decirte que vivir vale la pena, a pesar de todos los pesares. Estaremos cerca, te acompañaremos, que no estás solos, que estás con los que tienes y con los que vendrán. Aprenderemos a quererte más como empezamos a hacerlo desde que supimos que venías. Aprenderemos de ti como tú aprenderás de nosotros. De nuestros aciertos, de nuestros errores y de nuestras dudas.

Nuevamente la distancia no quita un ápice de felicidad al momento. En gran parte porque uno es co-creador del  instante. Un instante que está hecho de recuerdos de lo vivido en propia piel, de lo aprendido, de lo recreado, de lo deseado, de la conexión con la verdadera esencia del ser, desde el instinto. Claro que la tecnología ayuda y haber podido hablar y sentir tan cercana las voces y lo que estas transmiten permiten una presencia casi completa. Solo con las pocas palabras, tan llenas, basta ahora. Lo dicen todo. Y a contar. A contar los días que faltan para sentirlo en plenitud. Y a contar a los demás, a compartir la alegría.

Ahora, de nuevo con la red misteriosa que se teje en estas ocasiones, me dejo mecer con las emociones y felicitaciones que me llegan de todos lados. Con los recuerdos de momentos parecidos, quizás los más intensos que nunca sentí antes. Serán para tener y dar fuerzas nuevas a todo lo que ha de venir.


Ahora sigo teniendo un nombre y una nueva función, la de abuelo. 

domingo, 18 de agosto de 2013

Del otro lado de la bahía




hay un momento para descansar y otro para navegar 
y los dos tienen su inicio, su decisión

sábado, 17 de agosto de 2013

Saturno

Este atardecer: sesión de noche estrellada, canciones, mar y fuego.

Que a Bictor le gusta la astronomía no hay ninguna duda. En la playa organizó una sesión fantástica con el telescopio, la computadora, el proyector y una pantalla de fortuna guindada entre dos palmeras. El resto lo puso un grupo musical con guitarras y percusiones, el fuego, el mar y la gente que se congregó, convocada por el mismo despliegue. Allí mozambicanos y cooperantes hablando, preguntando, explicando historias, escuchando la música, estuvimos pasando las últimas horas de la tarde y las primeras horas de la noche.

 La reina de la noche fue la luna.  Estaba de casi gala, un cuarto creciente cumplido y esplendoroso. Lucía preciosa en el cielo, minuciosa en la lente ocular del telescopio, pletórica en la pantalla que servía de fondo de escenario. El escenario era la arena y una fogata.  Los músicos tocaban y cantaban estas canciones que me recordaban a las mornas caboverdianas.  Con el ritmo y un poco de saudade de la que parece no puede prescindir, quizá y solo un poco en Brasil, la lengua portuguesa, o al menos así me lo parece.

Los efectos luminosos del fuego, del agua con las luces de los pocos veleros fondeados que rielaban hacia la orilla, en la que se afanaban tirando de redes enormes los pescadores, terminaban de completar los elementos de la escena.

De pronto Bictor me llama porque ha enfocado Saturno. Es demasiado pequeño para proyectarlo en la pantalla, pero en el ocular se ve nítidamente. Siempre lo había visto en imágenes pero nunca en visión directa. Realmente es una visión sorprendente. Imaginar a Galileo viendo aquel planeta con asas, que es como probablemente lo vería por primera vez con aquellas ópticas, como así lo comentamos hasta que, al ir enfocando, apareció el anillo, los anillos, que lo rodean.






viernes, 16 de agosto de 2013

Porto Amelia

Pemba se llamó Porto Amelia en el período de la colonización portuguesa. Antes de venir aquí había visto un documental cuyo audio comenzaba con la frase “Del otro lado del tiempo…”.
Ayer en la noche recorrí alguna de las calles que serían entonces las más céntricas, con edificios construidos en el estilo del art decó, y a los que la escasa iluminación les confería aún un aire más ruinoso.

Hoy he vuelto a ver el documental y me doy cuenta que ya no tiene sentido compararse con la ciudad confiada y alegre que las imágenes muestran, con esta música que invita al optimismo y a la autocomplacencia.

Observando la realidad de hoy parece como si estuviera viviendo en los restos de una ciudad devastada que trata, esperando que la esperanza supere al miedo, de rehacerse. Dos guerras separan aquel pasado y el presente.

He de descubrir ahora donde están los gérmenes de lo nuevo y si aquello que fue el pasado tiene sentido que, al menos en sus formas, regrese. O, por el contrario, debe seguir el lento deterioro al que parece estar condenado. Son los habitantes de Pemba quienes tienen la palabra.


jueves, 15 de agosto de 2013

Fragmentos de conversación

…vienen ustedes y nos hablan de cada cosa de nuestro país, que de pronto quedo horrorizada de donde estoy viviendo.

Mire usted, yo estoy contenta y feliz porque siempre he vivido aquí y no he conocido otras cosas. Es cierto, veo la televisión y alguna vez he visto alguna película y veo cosas que son muy diferentes de las de aquí. La verdad es que creo que aquello que veo es para mí como una fantasía. Como si lo que viera fuera una película histórica o de ciencia ficción, algo que puede ser o haya sido, pero no lo identifico con una realidad que pudiera tener.

Aquí vivo tranquila. Sé que hay problemas de todas clases, pero me imagino que como en todas partes.


Con usted no es con el primer extranjero con el que hablo. He hablado con muchos antes y más o menos muchos de ustedes se expresan de la misma forma. Como si estuviéramos viviendo el apocalipsis diariamente. Creo que es un problema más de ustedes que nuestro. Quizás tienen mala conciencia de habernos explotado o robado, no sé. O quizás de estar viviendo un progreso que no han sabido o querido compartir.

Nosotros los hemos conocido a ustedes desde siempre y, créame, no sé si los odiamos ahora, pero lo hemos hecho durante generaciones. Ahora vemos otras cosas y otras actitudes, pero creo que aún necesitamos ver más. No solo a través de sus ojos, también de los nuestros. No solo viendo lo que ustedes tienen, sino también lo que nosotros tenemos y somos, pensando que también es valioso y con lo que nos podemos sentir orgullosos. Me niego a creer que esto es el peor mundo posible.


Sí, claro que veo diferencias entre sus modos de vida y los nuestros, pero soy incapaz de pensar si unos son mejores que los otros. Sé que el mundo es distinto y que tengo ganas de ahorrar para conocer de primera mano los mundos que hay en él. Quizás algún día se dé… Pero este es mi país, mi gente y mi tierra, mi mar y mi cielo, y los amo.

Yo solo puedo hablar desde lo que siento. Menos desde lo que pienso o sé. No he estudiado tanto. No analizo tanto las cosas. Tengo necesidades más básicas. Sé que ahora tengo agua en casa, pero los años de ir a por ella y traerla hasta acá en baldes sobre mi cabeza ni están tan lejos, ni se olvidan. También traje los colchones a la casa sobre mi cabeza con mi hijo en las espaldas sostenido por una capulana. Vaya por la calle y cuente cuantas mujeres están caminando así y trabajando. No, no estamos en el campo, esto es una pequeña ciudad. Es así todo. Tengo cuatro hijos, dos más mayores y dos que todavía me necesitan. Trabajo y los cuido. Desde las 4 estoy levantada cada día para atender a todo.


Quizás advierta que la gente sonríe, pero no todo el tiempo. He conocido la serenidad de mujeres muy dañadas. Créame, este país, como el mundo, lo salvaremos nosotras... 

miércoles, 14 de agosto de 2013

Cloro

Cada mañana, sobre las cuatro y poco, el muecín me despierta cuando llama a la oración desde el minarete de la mezquita cercana. En Marruecos, donde también trabajo a temporadas, me suele pasar lo mismo. Lejos de molestarme encuentro placer en este despertar que también se acompaña, indefectiblemente, del canto de los gallos, de los coches y camiones que pasan por la carretera y de mil y otros sonidos que a esta hora parecen más sonoros. Salgo de sueños, generalmente silenciosos, y el despertar al nuevo día está lleno de vida. Por donde primero entra la vida es a través del sonido y algunas veces por el tacto.

Cuento esto porque recuerdo que algo parecido, el canto del muecín, sucede en la historia del sitio de Lisboa de Saramago. Es un aspecto marginal y casi accesorio de una novela, en el que el cambio del sentido de una frase, modifica el sentido de la historia y explica lo que podría haber sido.

Recordar esta fantástica novela tiene que ver con algo que supe la semana pasada. El distrito en el que pasé el fin de semana pasado tuvo, a principios de año, una epidemia de cólera. Hubo muchos casos. Fallecieron algunas personas. La indignación crecía por momentos. La atribución a la mala calidad del agua estaba presente. Sobre todo desde que se supo que el jefe del poblado había decidido, para evitar la propagación de la enfermedad, añadir cloro al agua. La similitud fonética entre cólera y cloro hizo que se imputara al cloro, el cólera. La indignación creció. El pueblo se alzó. Quizás se aprovecharon otras circunstancias o antecedentes. Puede que hubiera alguna venganza personal o política. No lo puedo saber, pero puedo suponerlo. Al final el líder fue muerto a golpes de catana, linchado.


Curioso también que aquí, al pequeño colorímetro que mide el cloro residual del agua de consumo, no lo llamen medidor de cloro. Lo llaman certeza.

martes, 13 de agosto de 2013

Matapa

Una de las preguntas que me hacen con frecuencia es qué como. Más que relatar lo que como cada día prefiero explicar un plato que he descubierto recientemente y que me ha encantado. Es la matapa. La matapa es un guiso de hojas de mandioca, cacahuete, coco, ajo, piri-piri, cebolla tomate y un chorrito de limón a la que se puede agregar cangrejo u otra cosa. Pero la que comí era vegetariana y me gustó mucho. El plato se sirve acompañado con arroz blanco.

El piri-piri es el chile de aquí o el ají o la guindilla, o la cayena o el shishito o mil otros desparramados por el mundo. Una variedad de los capsicums que se encuentran en la mayoría de culturas gastronómicas y que aquí toma la forma de un pimiento pequeño y bastante picante que, a los que nos gusta añadir este condimento, recomiendo. Para tener una idea de lo picante que puede ser, para todo se ha inventado una escala, decir que se encuentra en la zona ligeramente superior a la media de la escala de Scoville, que mide lo picosas que son las cosas.


Hoy es un día en el que la luz e internet se caen constantemente. Hace un rato, durante uno de estos apagones prolongados, me he estirado en la cama y me he sentido formando parte del colchón y del somier, del piso de la casa y de la tierra que la sostiene y del centro de la tierra que nos atrae. Recordaba algunas imágenes del día de hoy. La de la niña que daba con extrema devoción la moneda a la señora que le vendía un cucurucho de papel lleno de cacahuetes. La de la señora loca que sostenía, con sus manos a la altura del regazo, un enorme tronco vertical y que corría con el gritando hasta que lo lanzaba, delante del desasosiego de los vecinos. La imagen del jardín y de los alrededores del hospital donde los familiares de los ingresados hacían fuego con carbón para cocinar, quizás matapa.

lunes, 12 de agosto de 2013

Dos mil quinientos setenta y dos

Ayer Asier me comentaba, no sin razón, que alguna de las personas que había conocido que llegaba a Mozambique (yo creo que a cualquier parte del mundo distinta al lugar en el que había vivido), tenía ganas, a las 24 horas de llegar, de escribir algo sobre lo que estaba viviendo. Luego, al mes de estar, ya tenía ganas de escribir un libro que explicara y diera cuenta de todo lo que estaba descubriendo. Finalmente, al cabo de un año, habría descartado la idea porque ya no entendía nada, ni de lo que vivía, ni de lo que sentía, ni de su entorno. Yo pensaba, ni de sí mismo.

A mí me parece que esta evolución, o este progreso en el conocimiento de la realidad, no deja de parecerse mucho al regreso a la situación de partida. Después de un estupor más o menos acusado que provoca darse de bruces con un ambiente distinto, el proceso de asimilación acaba revelando no tanto situarse en la costumbre de una situación normalizada, sino la constatación que, no importa donde estés, la condición humana es muy semejante y contradictoria. En cierta forma, inexplicable.

Y cuando uno se da cuenta de esto, la ilusión por describir la realidad se convierte en el pánico de contar lo que cada uno es y lo que en conjunto somos. Allí aflora, no lo que uno observa en los demás o en el exterior, pretexto perfecto para crear una fantasía más o menos afortunada e interesante, sino el autorretrato descarnado que muestra la parte que uno arriesga de sí mismo o el relato de un mundo que inquiete y conmueva porque de algún modo ha tocado hueso. A no ser que uno decida convertirse en un pintor clientelar que pretenda satisfacer el gusto de quién compra. El paisaje bonito que decora la pared del comedor.


Me digo a mi mismo: veremos lo que aguantas y cómo lo haces. 


domingo, 11 de agosto de 2013

Mecufi

He pasado el fin de semana en Mecufi. Mecufi es un distrito de Cabo Delgado a unos 50 km. al sur de Pemba, sobre la costa del Índico. Ha sido un fin de semana de descanso pero también para el conocimiento mutuo y del terreno, para compartir experiencias y vivencias. Podríamos decir que ha sido un encuentro de personas que trabajan en tres ong, sin aparente conexión, pero que nos hemos dado cuenta cuán próximos estamos. Pero aún siendo importantes las organizaciones en las que trabajamos (Arquitectos Sin Fronteras, Mundukide y Medicus Mundi), creo que este fin de semana lo ha sido más el tema de la gente. Solo las personas hacen, o no, las cosas.

Mecufi es una aldea situada en una pequeña península en la ribera de una costa tan plana que el ciclo de la marea muestra y destapa paisajes bellísimos cuatro veces al día, siempre nuevos. No obstante el estuario en el que asienta no se ha librado de la acción depredadora de los seres humanos sobre una de las comunidades más grandes de manglares. Con esfuerzo está siendo ahora preservada e incluso tratando de ser recuperada. 

El mar ha sido en buena parte el objeto de nuestra atención. El perfil de la costa descubría en la bajamar extensiones de terreno, restos de manglares, y un arrecife lejano. Más allá, el baile de las ballenas haciendo cabriolas en el aire, mostrando sus colas azotando la superficie del mar, levantando espuma y proyectando chorros de agua que se elevaban sobre el horizonte. Estaban lo suficientemente lejos para hacer inútil cualquier intento de fotografiarlas desde le costa con las cámaras que disponíamos. Pero al menos retengo en mi retina esta primera emoción de una de las fuerzas de la naturaleza que solo había visto antes en los documentales. 

Cuando la marea subía los pescadores aprovechaban para salir mar adentro, no para cazar las ballenas, sino para asegurar la captura del suficiente pescado que permitiera hacer frente a su maltrecha economía. También tratando de regresar a la hora precisa para no varar las barcas en la entrada del canal.

Tierra adentro, en los barrios de Mecufí, estuvimos viendo el trabajo que Arquitectos Sin Fronteras realiza para mejorar las condiciones de vida de las comunidades y de las casas. Las propuestas de nuevas formas de construcción buscan que sus habitantes tengan opciones más eficientes y de más calidad para que, manteniendo el estilo, y así mejorar sus habitaciones y disponer de espacios comunitarios. El reto más importante aparte del tecnológico con los materiales de siempre, pero mejorados: la resistencia al cambio. También vimos el manglar y los esfuerzos que realizan para su recuperación.

En las fotos: el amanecer del sábado, con los que trabajan en las propuestas de las nuevas construcciones y una de ellas de fondo, los niños que llegaron corriendo de todas partes y una parte del vivero de manglares para repoblar. 









jueves, 8 de agosto de 2013

Un sábado cualquiera de agosto

Si hoy hubiera sido un sábado cualquiera de agosto, aunque los hubieras no existen de acuerdo con un famoso filósofo mexicano, probablemente  entre las siete y las ocho de la mañana, viniendo de los cuatro puntos cardinales, estaríamos en Ribas de Fresser. El lugar de encuentro es allí donde llega el tren y arranca el cremallera. Habríamos desayunado por allí cerca o en Queralbs. Luego subiríamos a la Font Alba donde dejaríamos los coches.  Allí nos pondríamos las botas, quién sabe si unos pantalones cortos, la gorra, revisaríamos las mochilas para ver si cargábamos agua, frutos secos, unos bocadillo, los anoraks… y empezaríamos a caminar. Seguramente al principio atravesaríamos las brumas de la mañana aún fresca y tras un primer repecho suave y otro algo más fuerte hubiéramos alcanzado la cima.  Allí veríamos la Cerdanya y todos los picos que conocíamos bien y diríamos: “mira tal sitio”, “mira tal otro” o “te acuerdas cuando…”, nos haríamos algunas fotos, reiríamos, comentaríamos que cada año estamos más fuertes y lo hacemos mejor… y, antes de que nos enfriáramos demasiado, nos preguntaríamos ·empezamos a bajar…?” y antes de responder ya estaríamos enfilando la bajada.



















Aquí ya empieza mi batalla contra mis piernas, contra mi rodilla, contra la pedrera…  y bueno… el caso es llegar. Llegar Núria donde nos espera aquel prado al lado del lago y luego una comida en el self service que siempre me parece la mejor del mundo… Hablamos de todo, de la cantidad de veces que hemos hecho esta misma excursión por estas fechas, de la gente que nos ha acompañado, de las cosas que pasan, de cómo nos va la vida.

Pero lo que verdaderamente gozamos es la sensación de estar juntos, de que cada subida al Puigmal nos iba cosiendo más y más, de que éramos capaces de estar juntos en la montaña, de darnos apoyo, de seguir siendo cada uno, uno; pero también de estar juntos siendo uno. Aprendemos tanto de cada subida a la montaña, de cada rato compartido allí, que creo que buscamos con anhelo aquel sábado de agosto.


Y hoy hemos desafiado todas las distancias y hemos subido a nuestro Puigmal particular. Nos lo hemos montado. Hemos construido con la voluntad y la tecnología un Puigmal en forma de mesa. Llevábamos todos los víveres y los hemos comido, teníamos todas las energías. Y además hoy, de forma misteriosa, también nos acompañaba uno más casi sin saberlo. Estaba escondido en su barriga, pero estoy seguro que ya empieza a saber qué es esto de subir una montaña.


miércoles, 7 de agosto de 2013

India

Como dije, en la casa hay libros, la herencia de los que me precedieron y que hay que cuidar y acrecentar. Hay uno llamado La Porta India, de Teresa Costa-Gramunt, editado por edi-Liber, e ilustrado con pocos pero simples, delicados y bellísimos dibujos de Elisenda Capdevila, que me evocó bastantes cosas. Se trata de un libro intimista y espiritual en la que la autora abre su corazón a la experiencia y a la emoción que le provocó un viaje a la India.  Son composiciones, que a modo de caleidoscopio, recorre lo que las vivencias fueron capaces de hacer vibrar desde su ser.

No dejé de percibir que, en el ritmo de la prosa, estaba Trànsit y Present d’enamorat, los libros de Rabindranath Tagore que leía a mis hijos cuando eran pequeños en las noches antes de dormir.  Entre las 50 composiciones le dedica, a Tagore, una. Una de las más bellas.

Tampoco se me escapó el que la autora es experta en ex-libris y esto rápidamente conectó con un fragmento de la historia secreta en la que busco a un hombre.  


Tampoco se me escapó que la India es el país que me encontraría si saliera de aquí en dirección al este, en un viaje similar al que harían los descubridores portugueses y que utilizarían también Puerto Amelia como punto de continuación. Este país que vería desde aquí, desde la orilla del mar en el que estoy parado, si mi vista diera para ir más allá del horizonte


Leerlo, lentamente, es como si por un rato alguien te acompañara en el viaje interior a la verdadera patria o matria…  que está en el aquí y en el ahora. Quieta, presente, aspirada, sentida. 


martes, 6 de agosto de 2013

Apagón

En esta época del año aquí en Pemba a las cinco de la tarde empieza a obscurecer. Uno ya sabe cómo son los atardeceres en el trópico, son rápidos. Dice Levi Strauss, en la introducción de los Triste Trópicos, que la puesta del sol en estas latitudes es como el óbolo de un divino avaro.  

El horario es el mismo que en Europa, pero resulta que Pemba está mucho más al este, sobre el mismo meridiano que pasaría entre el mar Negro y el mar Caspio. Además está en el hemisferio austral o sea que estamos en invierno y hay menos minutos de sol. Todo esto para decir que la noche es larga. Y es más larga si, como hoy, se va la luz. Entonces hay que prender una o dos velas, dosificar bien las baterías del ordenador y disfrutar, si se quiere, de las luces que se ven.

Como el apagón no es general veo a lo lejos las luces de algunos faroles de la carretera, a derecha e izquierda. También veo los faros de los vehículos que pasan y vehículos sin faros. En el cielo, para mi nuevo, la luz de las estrellas. En el mar, la luz de las barcas de los pescadores tanzanianos que, con reflectores de gas, atraen las sardinas y dibujan una hilera de luces, una constelación plana tendida en el agua.


Como en la casa hay libros, los leo. Me siento en la terraza y con la ayuda del frontal leo el inquietante cuento largo de Andrés Barba, Las manos pequeñas. Pequeña joya. Lo he leído de un tirón.

Mañana será otro día.

lunes, 5 de agosto de 2013

Murcia

En estos días hay momentos de todo. Hoy me he ido un rato, con el pensamiento, a Murcia. A veces digo que si me pierdo que me busquen en varios sitios. Hay muchos, quizás demasiados. Uno de ellos es en un par de provincias españolas pegadas: Murcia y Almeria. No sé por qué me gustan tanto. Quizás por la aridez. Quizás porque allí el agua es un tesoro. Quizás por las ramblas llenas de adelfas. Quizás por las toponimias. Hasta es posible que por el zarangollo y la morcilla. Quién sabe. Quizás por los caminos al lado del mar que me enseñan a no desfallecer y a confiar. Quizás por el descanso en las minas de oro.

Pero este lugar me ha venido hoy a la cabeza por dos escritores, uno que descubrí hace bastante y otra que descubrí mucho más tarde. Son casi desconocidos por el gran público. De tan olvidados son casi invisibles. Lo han sido y seguro lo seguirán siendo. Pero me gustan, me emociona y esto basta. Y hoy han aparecido más que sus nombres, las ideas y emociones que me llenaron y espero seguir conservando.

Una, la poetisa, era, es porque nunca mueren, Josefina Soria. Manchega de Albacete, pero que vivió muchos años en Cartagena. Esa que decía sobre la palabra que "es un don tan hermoso, tan absolutamente inmerecido, que no puede haber nada capaz de enmudecernos”.  Escribía cosas como esta:

… Vamos juntos
Estamos avanzando a un mismo tiempo.
Sin arrogancia, en calma, comprendiendo.
Entre los dos apenas somos un deseo ahora.
Es por esto que alguna vez te llamo
Para decirte que no quiero nada.
Es solo cerciorarme que me escuchas.
Que estás ahí. Que tengo
Tu respuesta al alcance de la vida

(de: Tiempo en Calma, en Alzad la Voz, 1984)


El otro era, es porque nunca mueren, Miguel Espinosa. El autor de Escuela de Mandarines, La fea burguesía, Tríbada o Asklepios, el último griego, taladra la naturaleza humana para llegar a lo más profundo, intuyo por lo que de verdad rebosa, a través de sí mismo y de los que parece que no cuentan. No puedo poner un fragmento. Solo decir que existió, que existe.


Josefina y Miguel, ¿se habrán conocido en vida?