Cambio de cheque
Hoy es día uno y he ido a cobrar mi cheque. Hace tantísimo tiempo que no lo hacía. No lo
hacía desde que se cobraba en dinero en unos sobres ocres. Estoy hablando de
finales de los setenta. Ha sido al final del trabajo, una hora antes de que
cerrara el banco. Ya había visto que los bancos se caracterizan por tener, en
su horario de funcionamiento, unas colas larguísimas que a veces salen incluso
por la puerta y que corren paralelas a las colas que se forman ante los cajeros
automáticos del exterior. Es por esto que Nacho me ha recomendado que no fuera
a uno que estuviera en el centro. He ido entonces a uno que está sobre el
puerto, enfrente del Banco de Mozambique que viene a ser el banco central.
La cola exterior solo estaba para el cajero exterior. El
agente de seguridad, moderadamente armado, estaba en la calle pero ojeando el
interior por una ventana. He entrado y
efectivamente, allí estaba la cola
interior. Era una cola digamos que informal. Bien constituida en su cabeza, frente
a los dos cajeros que atendían al final
del mostrador, y que se deslizaba a lo largo del mismo para irse deshaciendo
hacia el final de formas diversas: gente en el suelo sentada, otros también en
el suelo dormitando, otros formando grupos, otros pidiendo tanda y diciendo que
enseguida regresaban, otros buscando amigos o conocidos en posiciones más
aventajadas para conversar con ellos por placer o tratando de convencerlos para
que les hicieran un ingreso.
Podía imaginar que el tiempo de espera sería largo como así fue,
pero no era cuestión de desperdiciar la experiencia. La cola multiforme y plástica estaba constituida
por una mayoría aplastante de hombres que entretenían su tiempo con los teléfonos
móviles. Las pocas mujeres que habían
destacaban por la sus capulanas. Los que hablaban lo hacían en voz baja, casi murmurando.
Sorprendía el relativo silencio. El hecho que uno de los
cajeros se ausentara, lo hizo por casi una hora, no provocó el menor desánimo
ni rumor de desaprobación. De hecho la calma y la lentitud son unas características
comunes de la vida aquí. Tanto es así que mostrar inquietud puede ser enormemente
perturbador. Quizás sea esta la forma
natural de comportarse y en otros sitios la hemos echado a perder con la prisa, de
la que solo queda el cansancio. Además la lentitud ayuda a procesar el cambio.
Te desarma frente a tus resistencias y te permite el abandono al fluir
verdadero de la vida en su estado más natural.
La cola avanzaba. La mayoría eran jóvenes y adolescentes con
billetes y papeles muy pequeños con un número escrito, sin duda el número de
sus cuentas. Apuesto a que procedían de
la venta de pescado o de frutas o de cualquier otra mercancía, que depositaban casi religiosamente, en una ceremonia que se me antoja diaria, de fin de jornada.
Mi amigo Juan Manuel me envía una información de Mozambique
en la que dice: El crédito impagado del sistema financiero se redujo del 3,1%
de 2006 al 2,4% de 2012. A esta sociedad hay que darle crédito, para que crezca
y mejoren sus condiciones de vida, pero que no pierdan sus valores básicos. ¿Será
posible?
Es tan interesante la gente de cualquier forma....gracias José Luís por hacerme vivir esta bonita aventura tuya.
ResponderEliminarGracias por leerme Pilar... y bienvenida. Si, tienes razón, todos somos gente, tejemos la vida y construimos el mundo a menudo desde la fragilidad.
ResponderEliminar