Saturno
Este atardecer:
sesión de noche estrellada, canciones, mar y fuego.
Que a Bictor le
gusta la astronomía no hay ninguna duda. En la playa organizó una sesión
fantástica con el telescopio, la computadora, el proyector y una pantalla de
fortuna guindada entre dos palmeras. El resto lo puso un grupo musical con
guitarras y percusiones, el fuego, el mar y la gente que se congregó, convocada
por el mismo despliegue. Allí mozambicanos y cooperantes hablando, preguntando,
explicando historias, escuchando la música, estuvimos pasando las últimas horas
de la tarde y las primeras horas de la noche.
La reina de la noche fue la luna. Estaba de casi gala, un cuarto creciente
cumplido y esplendoroso. Lucía preciosa en el cielo, minuciosa en la lente
ocular del telescopio, pletórica en la pantalla que servía de fondo de
escenario. El escenario era la arena y una fogata. Los músicos tocaban y cantaban estas
canciones que me recordaban a las mornas caboverdianas. Con el ritmo y un poco de saudade de la que
parece no puede prescindir, quizá y solo un poco en Brasil, la lengua
portuguesa, o al menos así me lo parece.
Los efectos luminosos
del fuego, del agua con las luces de los pocos veleros fondeados que rielaban
hacia la orilla, en la que se afanaban tirando de redes enormes los pescadores,
terminaban de completar los elementos de la escena.
De pronto Bictor
me llama porque ha enfocado Saturno. Es demasiado pequeño para proyectarlo en la
pantalla, pero en el ocular se ve nítidamente. Siempre lo había visto en
imágenes pero nunca en visión directa. Realmente es una visión sorprendente.
Imaginar a Galileo viendo aquel planeta con asas, que es como probablemente lo
vería por primera vez con aquellas ópticas, como así lo comentamos hasta que,
al ir enfocando, apareció el anillo, los anillos, que lo rodean.
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