Ciento cuarenta y cuatro
Los sonidos que
ahora mismo escucho son los de la lluvia, los de las olas del mar llegando a la
playa, los de algún ladrido de perro y acaso los de mi propia respiración.
El de la lluvia
es múltiple. Es diferente el sonido que hace cuando cae sobre el techo de la
casa, que cuando lo hace sobre la hoja de cinc que esta sobre la puerta de la
cocina que da al patio. También es diferente su sonido cuando cae en la tierra
que cuando lo hace en un charco que en la misma tierra ha formado, como también
es diferente cuando cae sobre los árboles o arbustos de hoja pequeña o de hoja
grande. En estos últimos aprecio que hay el sonido de la caída de la gota sobre
la hoja y luego el sonido más fluido del minúsculo chorrito que se forma al
confluir todas las gotas sobre el envés y precipitarse al suelo. También,
mientras escribo esto, percibo como las olas van aumentando su energía y como
se han añadido a los sonidos el sordo de alguna almendra que cae sobre el
tejado de la casa. También noto como caen las gotas dentro del balde que
coloqué para recoger las de la gotera que está en la habitación de al lado.
Aíslo mis
pensamientos para concentrarme en estos sonidos y, aún más, trato de ni pensar
en lo que escucho. Si quizá vuela alguno, es para pensar en estos mismos
sonidos, cien o doscientos metros más allá, donde las palhotas. Allí, el agua tal
vez descalza el zócalo de las paredes exteriores y quiera entrar por donde no
debe.
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