De nuevo
Después del
descanso, otra vez en Pemba. Y todo nuevo: la lluvia. La lluvia que lo
convierte todo en verde. Que mueve el mar y lo agiganta. Que llena de matope el
terreno sin arena y hace que ceda. La lluvia persistente y la que se desboca. Esta lluvia, que no vi nacer, debió responder
más al deseo de la tierra cuarteada y sedienta que a un cielo tormentoso
ansioso por descargar. El perfume de las flores, más concentrado que nunca, debió
aparecer intolerable al aire y mandó llover.
Sabor cercano de
nuevo y olores reconocibles. Las sombras alargadas del amanecer y del
atardecer. La creación de los volúmenes. Exactamente cien años después del
primero en NY: la aparición del semáforo en el cruce más transitado de la
ciudad. Las sonrisas en los encuentros con propios y extraños. El ritmo pausado
y cadencioso. Los saludos y las preguntas, las buenas fiestas en todos los
sentidos. La puesta al día y los ánimos para retomar. Las noticias y los
chismes. El silencio, la espera y la esperanza. Llegó el día y me encontró
dispuesto para la acogida y así empieza el año. Qué la vista sea lo que mire y
cuando vea que se me asemeja, o yo me asemeje a lo que mire, sea lo que sea,
que sea capaz de retirarme, habiendo aprendido y absorbido todo hasta agotarlo.
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