jueves, 13 de agosto de 2015

Predicador

El predicador acude a su cita diaria con los fieles y devotos. Allí se congregan en el salón admirablemente dispuesto. Las sillas ordenadas. La decoración no tan austera en las paredes. En el estrado, la banda de música con la batería y el órgano eléctrico como principales protagonistas, con una guitarra también eléctrica apoyada en una silla. El atril en el centro de la sala. Una cruz detrás de él. Los fieles empiezan a acudir. Hoy no van tan bien vestidos como lo hacen los sábados y los domingos, los días en que verdaderamente aquello parece una boda. Pero hoy es especial porque ha venido a acompañarle en la prédica un colega de un país vecino. Desde que supo que vendría no ha dejado de publicitarlo en el barrio y hablarlo en los cultos de los días precedentes. Es por esto que hoy se espera una asistencia importante. Incluso han dispuesto unas sillas plegables en el fondo de la sala por si hicieran falta. Hace poco ha probado el sistema de sonido. El del atril, el inalámbrico, los inalámbricos que se van a sujetar en las orejas y el del grupo de música. Hasta los músicos han realizado un pequeño ensayo. Todo funciona a la perfección.

Se ha preparado bien, llevan prácticamente todo el día conversando con el colega sobre cómo les va la vida en cada una de las ciudades, cual es la asistencia a los cultos, pero sobretodo cómo van a organizar la prédica hoy. Han estado sentados tomando notas, repartiéndose los tiempos, organizando los contenidos, las pausas y las músicas. El predicador invitado habla solo una lengua extranjera, de modo que él irá traduciéndole, frase por frase, para no perder una idea, para no perder un detalle. Además piensa de esta manera se producirán las pausas necesarias para que el mensaje llegue.
Están confiados que todo saldrá bien. Pero lo repasan concienzudamente un par de veces más. El predicador local se juega mucho. Desde que ha decidido aprovechar las venidas de otros colegas, con este van tres, ya ha adquirido una cierta experiencia. Sabe que no lo puede dejar al albur. Con el primero tuvo un fracaso estrepitoso y no quiere volver a pasar por aquella vergüenza. Estuvo a punto de no volver a repetir. Pero hubo una segunda vez. Vino un compañero de hace muchos años del continente y salió razonablemente bien. Pero nunca había tenido a alguien que, precedido de gran fama y carisma, llegara desde un lugar que no habla la lengua de aquí y esto sí supone un reto. No quiere privar a sus fieles de escuchar palabras nuevas, palabras de vida y salvación.

Siempre temeroso, antes de cada culto, se concentra y reza aislado en una habitación que tiene en su casa. Sabe que enfervoriza a los que vienen. Sabe del poder de su palabra. Sabe que lo aplaudirán, que lo interrumpirán, que alguien entrará en trance y dirá palabras buenas para todos que se derramarán como una lluvia que convertirá a aquel o aquellos que por primera vez asisten al culto. Sabe que los músicos, con los que tiene una gran complicidad, no le fallarán en los momentos álgidos. Está convencido también que la coordinación con el colega funcionará. Ha visto este tipo de colaboraciones mil veces en la televisión. Piensa en aquellos programas, en salones que parecen teatros o estadios gigantes, en los que la traducción simultánea por otro predicador funciona tan bien. Cree que son como un eco en las conciencias de la asamblea y quiere hacerlo esta vez en su iglesia.

Ahora no piensa en la bronca que su mujer lleva dándole desde hace un par de días cuando,  por culpa de haberle ofrecido albergue al colega en su propia casa, ha tenido que abandonar algunas de las tareas cotidianas. No ha podido acompañar a los hijos al colegio y la mujer ha tenido que suspender una vista al médico para llevarlos. No ha querido, en opinión de ella, poner la ropa a lavar ni tenderla. A ella no le gusta que vengan gente extraña a casa. Dice enojada que, con lo que van a recaudar hoy, da para ponerlo en el mejor hotel de la ciudad y que no hacía falta que se vieran tanto y que conversaran tanto sobre cosas que ya sabe y menos que sea preciso hacerlo en casa. No quiere pensar más en el cambio que está sufriendo su esposa.  Ahora no es momento de preguntarse que debe estar sucediendo con ella. La conoció en una de las celebraciones de hace casi 12 años y en la que ella se enamoró de la fuerza de su prédica y del carácter que mostraba. Ahora ni acude al culto. Trata de alejar estos pensamientos de su mente. Debe estar concentrado en lo que viene ahora y que todo salga bien.


Li costa més morir a una religió, per xica que sia, que a deu dinasties.
Jacint Verdaguer (Folgueroles, Osona 1845-Vallvidrera 1902)


Si uno da un paseo por el núcleo histórico de Malabo, un paseo dominical por ejemplo. Uno de estos tranquilos sin ningún afán, pero con un poco de observación puede ver las siguientes iglesias, aparte de las católicas:
  • Iglesia Internacional de Nazaret
  • Iglesia Cristiana Hebrea
  • Iglesia Cristiana Redimida de Dios
  • Las Asambleas de Dios
  • Iglesia de Siloé
  • Iglesia Piedra Viva Internacional
  • Iglesia Bíblica de la vida más profunda
  • Iglesia de Cristo
  • Iglesia Pentecostal de Dios


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