Voy a desayunar al bar restaurante El Camino que está justo
detrás del Ministerio. En realidad lo que hago es ingerir un pequeño tentempié que
me permite aguantar hasta la hora de la comida y estirar un poco las piernas.
Tiene una pequeña terraza cubierta, como un porche cerrado. Allí hay unas
cuatro o cinco mesas a ambos lados de la puerta. En un extremo del porche se acumula
cajas de bebidas, un motor, una nevera inservible y otros trastos. En el
interior, que es muy oscuro, hay otras cuatro mesas tres en el lado derecho según
se entra y dos en la parte de la derecha que están juntas, delante de la barra.
Justo enfrente de la puerta de entrada está la puerta que da acceso al interior
donde imagino estará la cocina y otras dependencias.
Hoy había mucha gente. Siempre suelo comer en las mesas del
exterior, pero estaban todas ocupadas y me he sentado en el interior, en la
grande enfrente de la barra. La única que estaba libre. Dos muchachos se
encargan del servicio. Pido lo mismo, o mejor sería decir que ya o pido. Cuando
me ven entrar ya saben que quiero. Un café con leche dos buñuelos o dos bollos, según el día.
Deciden ellos. Lo del café con leche es una manera de hablar porque en realidad
es leche condensada, agua caliente y café soluble. Seguramente dietéticamente es
una calamidad, pero no tengo muchas alternativas, ni cercanas ni asequibles.
Miro el resto de comensales, comen más o menos lo mismo que
yo. La mayoría son hombres. Jóvenes enfrascados en sus teléfonos mirando y
manipulándolos. Al rato una mujer y un hombre llegan y como no encuentran donde
se sientan en la mesa que ocupo. No me saludan ni dicen nada por sentarse allí.
La verdad es que no me importa. Es más, lo prefiero. Es sentirse un poco
acompañado, aunque sea por desconocidos que ni te dirigen la palabra. No deja
de ser una proximidad humana. Ella pide un refresco de cola y él el café con
leche que he descrito y dos donuts que se lo sirven con pasta de chocolate por
encima. No deben tener donuts sin chocolate porque observo como con el cuchillo
y la servilleta va eliminándolo. La pareja habla de sus cosas.
Cuando termino llevo los platos y el vaso con los cubiertos
a la barra y pago. Deseo buen provecho a mis acompañantes circunstanciales de
mesa. Salgo, doblo la esquina. Paso frente a la retahíla de emigrantes que
sobre la acera esperan ser contratados. Luego, en la siguiente esquina, entro
de nuevo al trabajo.
Aunque el café con leche es distinto y sabe distinto... La situación se repite diariamente en cualquier parte del mundo ... Sucede diariamente en mi querido Eixample de Barcelona... Un abrazo fuerte JoséLuis ... Que este sea un feliz día!!!
ResponderEliminarMe gusta mucho leer tus historias de la vida en este pais .es como si me trasladase rapidamente imaginadomelo mas o menos ....interesante .un abrazo olga
ResponderEliminarMe gusta como escribes jose luis un Saludo olga
ResponderEliminarCoincido con el comentario inicial, también pasa ésto en Buenos Aires, claro,...estamos todos en el mismo planeta, solo que a veces con diversos cafés con leche.
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