Pau Preto
Hoy día de
trabajo en Meluco. Estaré en los distritos esta semana. Luego regresaré a ellos
la primera semana de diciembre. Aunque mi trabajo no es clínico, acercarse a
los distritos, aunque sea para seguir trabajando con papeles, te acerca a la
realidad mucho más que desde Pemba. Puedes tocar y sentir la salud y la enfermedad
y lo que la determina. Puedes ver las caras de los pacientes, de los acompañantes,
especialmente las madres que son quienes hacen casi todo, y la de los cuidadores:
los técnicos y las enfermeras. También sigo percibiendo esta actitud entre resignada
y respetuosa. En todo caso callada ante todo esta realidad. Me gusta Meluco porque veo que trabajan bien, de
forma ordenada y transparente.
En el viaje de
regreso, los paisajes de la tarde. Los extensos territorios del bambú, ahora
reseco. Casi toda la gente del lado de la casa que proyecta la sombra. Las mujeres que
amamantan y las que llevan trastes en la cabeza. Las niñas que se arreglan el
pelo mutuamente o se sacan piojos. Los muchachos que juegan con los coches de
juguetes elaborados por ellos mismos. Los jóvenes que se agrupan y no sé de qué hablan. Algunos que cortan tablones con sierras suspendidas. Viejos que
reparan camas, la cama macúa que ya conocemos. Luego están los que venden mangos.
Algunos macacos que cruza raudos la carretera antes de la llegada a los
pueblos. El descubrimiento del ébano, el pau preto, donde la negrura densa,
pesada se esconde tras una corteza marrón clara casi tan dura. Cabras, cerdos, gallinas. Los
que hacen casas y los que rehacen los techados. La estela de polvo que deja el
coche y que aleja a la a cuneta caminantes, ciclistas y a quienes van en moto. Un suelo arenoso que debe clamar
por la lluvia. Y el árbol del mango: la mangueira. El árbol del anacardo: el
cajueiro. Y el árbol de la papaya: el papaeiro, este que alinea los quintales y
que siempre tiene estas tetas verdes en la cima esperando que maduren.
Llegando a Montepuez,
cada vez más gente, más coches, más polvo. El sol que comienza a caer. La
cena en el Litos y la conversación que relaja. La luna esplendorosa en lo alto
del cielo y la compra del desayuno. En casa me espera una inundación. No es
mucha. Cierro la llave de paso. Mañana será otro día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario