miércoles, 22 de abril de 2015

Libro

En el país solo hay una librería.  Cuando digo en el país es literal. Solo una para la isla y el continente. Entonces, llegar a ella es como llegar algún refugio. Es el refugio de las palabras y de los libros. También lo es para tomar un café y ver, oler, leer, sentir aquella atmósfera inefable a la que solo se puede acceder si estás en una librería. Hay una libertad diferente de la que se tiene en una biblioteca. En la biblioteca se mira para adentro y en la librería para afuera. Están los libros no sé si exhibidos o exhibiéndose. Deseando ser tocados, abiertos, hojeados, comprados, poseídos. Parece que huelen al comprador sagaz y que anhelaran pasar un rato en sus manos. Temerosos también de ser comprados para nada, el destino de muchos, para estar quizás en un mueble y observar desde el aburrimiento y la pasividad la vida de los otros. Eso sí tiene suerte de estar en algún lugar noble en los que pasa la vida. Debe ser, no sé si salvando las distancias, como comprarse un perro.  Los libros también hablan de otra manera, pero en el fondo están buscando el cariño del lector, que se pose en ellos su mirada, que lo acaricien sus manos, que puedan reposar a la cabecera del dueño y que pueda observar, desde la distancia tan corta de la mesita de noche, el dormir del lector cuyos sueños están quizás iluminados por lo que el libro le ha regalado. El libro, como herramienta del escritor o de quién así se diga, sirve para alterarnos o tranquilizarnos, para hacernos diferentes o saber más, para casi cualquier cosa por obra y arte de este hacedor de sueños  o portero de cualquier saber, incluso un torturador o un somnífero, un acumulador de palabras, un chapucero de pifostios de la leche, que de todo hay.

Pues bien, en esta librería única y, a la vez, única librería puede suceder que compres un libro que te haya llamado la atención y la librera te diga: “¿Quiere conocer al escritor?”, y tu, medio titubeante ante el ofrecimiento contestes, “ ¿Lo dice en serio?”, “Pues claro -  responde -  aquí siempre hablamos en serio y más si le estamos ofreciendo algo” “Pues.. si – respondo yo-  no estaría mal”.

Dices esto sin pensarlo mucho y no siendo demasiado consciente del compromiso que acabas de contraer, porque en unos  segundos la librera está llamando al autor y dice: “Hola Marcial, ¿estás por aquí?, es que hay un señor que quiere que le dediques el  libro”. Al escuchar esto yo todavía me perturbo más y pienso para mí mismo, no osaría decirlo en voz alta, “Pero si solo dije que sí a conocer al autor”. Y al rato viene, porque aquí casi todo es inmediato, al menos en algunas cosas, y aparece y te saluda como si nos conociéramos de toda la vida. Así es o al menos así quiere, porque no dejamos pasar un rato que ya te la está contando, no porque él quiera sino porque tú también le estás haciendo preguntas y el está entusiasmado contestando. O sea que el conocerse de toda la vida no es algo del pasado, es algo de aquel instante y quién sabe si del futuro.

Y luego me habla del libro, algo que ya he podido leer en la contraportada y en las pestañas, pero me da más detalles. Y como el tema es apasionante pues le pregunto más y más y ya me están entrando ganas de irme para leerlo. Pero no, me contengo y hablamos, incluso tomamos un café en aquella mesa desde la que, sentado en el taburete, no dejas de perder la perspectiva de la librería, entre otras cosas porque no es tan grande, y sigues hablando y hablando y se va a hacer de noche, aunque no importa. Cuando se habla de libros suele ser así.

Y ahora, coquetería de lector, voy a transcribir aquí la dedicatoria. Me dijo que, con las dedicatorias que había escrito, podría hacer un libro porque todas eran diferentes y las trabajaba mucho. Yo no sé. Pero aquí va la que escribió:

Para (mi) con aprecio, como decía en uno de mis poemas: “ … tus flechas de amor, mares y fronteras han de cruzar…”  Espero que la difusión y promoción de este libro recorra el mismo camino.


Y yo ni corto ni perezoso, pongo la foto del libro para el lector curioso.



2 comentarios:

  1. Per a què serveix llegir? Resumim-ho: per seguir un rastre, per saber què pensen els déus, per ensinistrar animals, per quan els àngels ens abandonen, per no obeir els mandarins, perquè no ens esclavitzin, per viatjar en el temps, per emmirallar-nos, per alimentar-nos, per plaer, per ser rodons.
    —Vicenç Pagès Jordà (Figueres 1963)

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