En el país solo hay una librería. Cuando digo en el país es literal. Solo una
para la isla y el continente. Entonces, llegar a ella es como llegar algún
refugio. Es el refugio de las palabras y de los libros. También lo es para
tomar un café y ver, oler, leer, sentir aquella atmósfera inefable a la que
solo se puede acceder si estás en una librería. Hay una libertad diferente de
la que se tiene en una biblioteca. En la biblioteca se mira para adentro y en
la librería para afuera. Están los libros no sé si exhibidos o exhibiéndose.
Deseando ser tocados, abiertos, hojeados, comprados, poseídos. Parece que
huelen al comprador sagaz y que anhelaran pasar un rato en sus manos. Temerosos
también de ser comprados para nada, el destino de muchos, para estar quizás en
un mueble y observar desde el aburrimiento y la pasividad la vida de los otros.
Eso sí tiene suerte de estar en algún lugar noble en los que pasa la vida. Debe
ser, no sé si salvando las distancias, como comprarse un perro. Los libros también hablan de otra manera,
pero en el fondo están buscando el cariño del lector, que se pose en ellos su mirada,
que lo acaricien sus manos, que puedan reposar a la cabecera del dueño y que
pueda observar, desde la distancia tan corta de la mesita de noche, el dormir
del lector cuyos sueños están quizás iluminados por lo que el libro le ha
regalado. El libro, como herramienta del escritor o de quién así se diga, sirve
para alterarnos o tranquilizarnos, para hacernos diferentes o saber más, para
casi cualquier cosa por obra y arte de este hacedor de sueños o portero de cualquier saber, incluso un
torturador o un somnífero, un acumulador de palabras, un chapucero de pifostios
de la leche, que de todo hay.
Pues bien, en esta librería única y, a la vez, única librería
puede suceder que compres un libro que te haya llamado la atención y la librera
te diga: “¿Quiere conocer al escritor?”, y tu, medio titubeante ante el
ofrecimiento contestes, “ ¿Lo dice en serio?”, “Pues claro - responde - aquí siempre hablamos en serio y más si le
estamos ofreciendo algo” “Pues.. si – respondo yo- no estaría mal”.
Dices esto sin pensarlo mucho y no siendo demasiado
consciente del compromiso que acabas de contraer, porque en unos segundos la librera está llamando al autor y
dice: “Hola Marcial, ¿estás por aquí?, es que hay un señor que quiere que le
dediques el libro”. Al escuchar esto yo
todavía me perturbo más y pienso para mí mismo, no osaría decirlo en voz alta, “Pero
si solo dije que sí a conocer al autor”. Y al rato viene, porque aquí casi todo
es inmediato, al menos en algunas cosas, y aparece y te saluda como si nos
conociéramos de toda la vida. Así es o al menos así quiere, porque no dejamos
pasar un rato que ya te la está contando, no porque él quiera sino porque tú
también le estás haciendo preguntas y el está entusiasmado contestando. O sea
que el conocerse de toda la vida no es algo del pasado, es algo de aquel
instante y quién sabe si del futuro.
Y luego me habla del libro, algo que ya he podido leer en la
contraportada y en las pestañas, pero me da más detalles. Y como el tema es
apasionante pues le pregunto más y más y ya me están entrando ganas de irme
para leerlo. Pero no, me contengo y hablamos, incluso tomamos un café en
aquella mesa desde la que, sentado en el taburete, no dejas de perder la perspectiva
de la librería, entre otras cosas porque no es tan grande, y sigues hablando y
hablando y se va a hacer de noche, aunque no importa. Cuando se habla de libros
suele ser así.
Y ahora, coquetería de lector, voy a transcribir aquí la
dedicatoria. Me dijo que, con las dedicatorias que había escrito, podría hacer
un libro porque todas eran diferentes y las trabajaba mucho. Yo no sé. Pero
aquí va la que escribió:
Para (mi) con aprecio, como decía en uno de mis poemas: “ … tus flechas de amor, mares y fronteras han
de cruzar…” Espero que la difusión y
promoción de este libro recorra el mismo camino.
Y yo ni corto ni perezoso, pongo la foto del libro para el
lector curioso.
Per a què serveix llegir? Resumim-ho: per seguir un rastre, per saber què pensen els déus, per ensinistrar animals, per quan els àngels ens abandonen, per no obeir els mandarins, perquè no ens esclavitzin, per viatjar en el temps, per emmirallar-nos, per alimentar-nos, per plaer, per ser rodons.
ResponderEliminar—Vicenç Pagès Jordà (Figueres 1963)
Abraçada de divendres
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